Como era de prever, el inesperado proyecto libertario de Milei -inimaginable apenas 6 meses antes de las elecciones- empieza a atravesar su encrucijada. Está viviendo su test de supervivencia. Más allá de las transformaciones que el presidente se propone realizar para devolverle al país su grandeza de otrora, si no consigue domar la inflación y hacer desaparecer la brecha cambiaria su gestión habrá fracasado y se abriría en el país un destino totalmente imprevisible.
Por eso es la incertidumbre que estamos viviendo. De concretarse los cambios, representarán para el país un gran salto al futuro. El objetivo primordial y condicionante de todo lo demás es derrotar la inflación. Sin eso, todas las otras muy buenas reformas que se proponen perderán relevancia.
El termómetro que tendrá la sociedad para medir el éxito o el fracaso se centrará en la batalla contra la inflación, que es un parámetro fácil de verificar y vale para cualquier sector. Y la inflación solo podrá ser derrotada si previamente se alcanza el equilibrio fiscal. Es decir, que los gastos públicos no excedan a los ingresos fiscales, que son básicamente los impuestos.
Puede ser que Milei haya subestimado el desafío que tenía por delante. O bien que sus proclamas eran meras arengas de campaña, dando por sentado que gracias a ellas se ganaría un espacio en la política nacional, pero sin imaginar jamás que con ellas le tocaría gobernar. De cualquier forma, han significado para la Argentina una gran ventana a la esperanza.
Es verdad que comunicó a la sociedad la catastrófica situación que heredó, tal vez la circunstancia más siniestra que le haya tocado a cualquier gobierno al asumir. A diferencia de Macri, a quien muchos le achacan no haber sabido trasmitir la dificilísima situación que le tocó administrar, sobre todo en el plano fiscal. Es que en el año 2015 -a cuyos finales asumió- la inflación fue del 27% anual, algo que aun resultaba tolerable para la sociedad, amén de que ese año fue el segundo de mayor consumo en términos absolutos de toda la historia argentina, y en el cual se vendieron nada menos que 600 mil automóviles.
En cambio, a finales del 2023, con inflaciones por arriba del 10% mensual y la sensación de descalabro reinante, ningún argentino podía sentirse ajeno a la crisis. Es cierto también que Milei avisó que venía a ajustar, y lo graficó con una motosierra en mano. Pero fue una advertencia “en general”, como quien dice “vení a casa cuando quieras”. Por eso, a esa advertencia de Milei de “voy a ajustar”, cada cuál la interpretó como que se refería “a los otros”. Si les hubiera hablado en concreto a los jubilados de que les reduciría los haberes, a la clase media sus ingresos, y así a cada uno de los sectores de la sociedad, no lo hubiera votado casi nadie.
Como el meollo de la crisis argentina es que los gastos públicos superan largamente los ingresos, el gobierno heredó fundamentalmente la irremediable necesidad de imprimir dinero en gran escala para poder cumplir cada fin de mes con sus vastos compromisos. Ello implica que mientras no se consiga el equilibrio fiscal el país convivirá indefectiblemente con inflación. Para lograr ese mentado equilibrio no hay más remedio que ajustar.
¿Por donde ajustar? ¿Por el lado de los ingresos, aumentando impuestos? Se intentó. Lo más significativo fue aplicando retenciones a las economías regionales, presumiendo que con la devaluación del dólar oficial aumentaba su rentabilidad. Implica desconocer que esas producciones a duras penas subsisten, lidiando con las trabas y sobrecostos del modelo argentino. No soportan cargas impositivas adicionales de ningún tipo. Se trató de una pretensión absurda, que va en dirección contraria a toda la formulación de Milei.
¿Por donde ajustar entonces? ¿Por el lado del gasto? ¿Por las provincias? Ninguna quiere tener que recortar el 30% de su plantilla -aun a sabiendas que los estados provinciales podrían funcionar sin un tercio de su personal. Implica desde ya un gran esfuerzo y un dolor de cabeza para cualquier gobernador. Y un riesgo para su eventual reelección. Nadie quiere que el ajuste pase por su provincia. Ni por su municipio, donde habría tanta tela para cortar.
¿En que otro lugar ajustar? ¿A los jubilados? Hay una cuestión humana de por medio. De supervivencia. ¿Y los millones de jubilados que lograron la asignación sin haber hecho aportes? Otro proceso absurdo del kirchnerismo que el macrismo no fue capaz de detener durante su interregno. ¿Se habrá pensado en un esquema diferencial entre unos y otros, entre los que aportaron y los que no? ¿Por donde cortar entonces? ¿por las empresas públicas? Algunas, muy pocas, deberían permanecer en el ejido público, aun para este autor que adscribe a las ideas libertarias, aunque las más deficitarias deberían salir de todas formas y lo antes posible del sostenimiento estatal. No hay plata para mantener entes deficitarios.
Es cierto que donde más resultados espera ver la sociedad es en la tarea de cortar los infinitos “curros” de la política, que están enquistados en todos los estratos del inmenso aparato estatal. Del mismo modo que es imperativa una profunda revisión de todo el sistema de planes, irresponsablemente otorgados a diestra y siniestra con fines clientelísticos para un modelo político que es de esperar haya llegado a su fin.
Ambas misiones requieren un trabajo fino y una importante estructura de recursos humanos idónea e insobornable, algo de lo que carece por completo un gobierno que a duras penas esta tratando de cubrir los cargos esenciales de su administración. Será un trabajo a realizar en los 4 años de su mandato si mantiene firme el aliento en enfrentarlos. De cualquier manera, si bien su tratamiento es fundamental para la imagen del gobierno -fue lo que prometió que venía a hacer-, su impacto en la reducción del gasto público será al principio gradual y poco relevante en comparación con los otros rubros contemplados.
Es preocupante que más allá de las dificultades, el gobierno esté exhibiendo impericia, mostrándose carente de oficio y poco afecto a los buenos modales (con la excepción de los que suelen dar la cara en el Congreso). Si bien la buena repercusión de su conferencia pronunciada en el marco del World Economic Forum de Davos, y las opiniones favorables que genera en una parte del mundo su retórica constituyen en sí un hecho favorable, no deberían hacerle quitar la atención de los cruciales desafíos que enfrenta en estos días su administración.
Aunque son un aliciente, esos elogios que vienen de afuera no deberían resultar una distracción en estas horas. Hay que arreglar las cosas en casa. Es en el país donde se juega la gran batalla. Y tiene enfrente, en el Congreso, donde se define esa batalla, una pléyade de avezados profesionales de la política que dominan todas las artes de la expresión, que están actuando en defensa de los intereses de distintos sectores de la sociedad, de los que aspiran que en el futuro sean los sostenedores de sus escaños.
Embarcado en viajes útiles para marcar la ubicación del país en el mundo, pero no tan fundamentales en estas circunstancias, el presidente abandona la escena en un momento clave, cuando toda su energía debería concentrarse en cómo trasmitirle a la sociedad todo lo que está en juego si su proyecto económico fracasa en su objetivo primogénito de bajar la inflación. Explicarle que si finalmente ningún sector acepta ser ajustado, mas allá de las justificadísimas razones que los asistan, arreglar la crisis argentina será una misión muy difícil. La sola irrupción de Milei ha provocado un cambio sustancial al introducir la lógica del equilibrio de cuentas en la conciencia colectiva del país. Es un paso fundamental. A ese hecho se suma que daría la impresión que la realidad se estaría acomodando más rápido de lo esperado y con menos traumas a los objetivos del gobierno.