Ética para la Hernia institucional y tecnosocial

Preservar la singularidad y autenticidad como individuación contra las narrativas y políticas homogeneizadoras y totalizantes es un imperativo ético

Individualidad

En la Mishná, Sanhedrín 4:5, se recopila una alegoría de más de 2000 años enseñando que cuando una persona estampa monedas con un solo sello o funde piezas con el mismo molde, todas son similares entre sí; pero Dios, estampando y moldeando a todos los hombres con Adam, el primero, hizo que su descendencia sean personas diferentes unas de otras. Este concepto de singularidad como criterio de individuación, en hebreo “ijud”, fue en el siglo XIII desarrollado por Duns Scoto bajo la denominación latina de “haecceitas” o hecceidad, distinguiéndolo de la quidididad como esencia, refiriéndose a la talidad o esteidad de la cosa material o inmaterial, centrándose en su individuación como contrapuesta a su naturaleza común con otras. Dicha noción ha tomado relevancia en la actualidad con Gilbert Simondon y ante la herniada tendencia tecnosocial e institucionalizante, como consecuencia del abuso hilemórfico donde la identidad y esencialidad se agota en la materia y forma, cuyo extremo es la homogenización y desaparición de la individuación.

Contrastado al hilemorfismo, el “ijud” o hecceidad focaliza en la singularidad irrepetible de cada individualidad, destacando la importancia de lo concreto, particular y único de un objeto o entidad. Y dado que la tecnociencia busca desentrañar la esencialidad mediante la descomposición, recomposición y combinación molecular, normalizando sus componentes más básicos, desatiende la singularidad de la cosa como criterio de individuación. Similarmente ocurre en lo institucional pretendiendo una representación legítima dada por la mera colectivización homogeneizadora de individuos y no por el conjunto de prácticas, ideas y metodologías singulares y diferenciadas más sus sobresalientes personalidades. Este fenómeno colectivista y totalizante de la representación, frecuentemente vacua, deviene en la categorización predefinida y burocratizada de individuos bajo roles institucionales, cancelando toda individuación habiente de perfil auténtico y característico. Esta usurpación de lo institucional tomando el lugar del objeto sustancial, conlleva según Henri Tajfel y John Turner la reducción de la identidades a estereotipos, limita la expresión única de cada persona y adultera los valores e intereses.

En la misma línea, Donna Haraway, señala el eclipse de la singularidad debido a la comprensión de las cosas constreñida a la capacidad de manipular la materia a niveles moleculares y atómicos como principio de individuación. Por ello, destaca la noción de cyborg como figura que celebra aquella técnica incluyendo la edición genética e hibridación orgánica-cibernética, como nuevo sustrato homogeneizante. Análogamente, Michel Foucault indica que el fenómeno omnipresente de la institucionalidad, dominando las realidades sociopolíticas, impone por su burocratización y estandarización, categorías y estructuras que reducen la riqueza y complejidad de la realidad que pretende representar a un conjunto de características superficiales y totalizadoras predefinidas, frecuentemente despojadas de toda singularidad y autenticidad.

En ambos escenarios, tecnológicos y sociales, el “ijud” o hecceidad emerge como noción fundamental de individuación y resistencia a la adulteración que produce la simplificación operativa, la totalización representativa y la masificación social.

Los espacios que desempeñan un rol clave para revalorar estos vitales conceptos son los más significativamente propensos a la homogeneización tales como los educativos, laborales, políticos, religiosos y sociales. La educación formal, aunque esencial para el desarrollo humano, fomenta la conformidad en lugar de la individuación, tal como sostiene Iván Illich para quien los sistemas educativos rígidos limitan la creatividad y la diversidad de pensamiento, generando individuos uniformemente adaptados a normas preestablecidas, en lugar de promover la singularidad. Coincidente con la teoría de la reproducción social y cultural de Pierre Bourdieu y Jean-Claude Passeron, dichas instituciones formales tienden a replicar las estructuras de poder existentes, favoreciendo ciertos tipos de conocimientos y habilidades reduciendo e incluso anulando las singularidades individuales.

Similarmente ocurre en lo laboral donde la teoría del capital humano de Gary Becker demuestra cómo las instituciones empresariales promueven determinadas habilidades y comportamientos, buscando individuos que se ajusten a sus expectativas sin contemplar el creativo proceso inverso. Esto conduce a la supresión de características individuales en favor de una cultura organizacional uniforme.

En el ámbito político, la representación colectiva resulta frecuentemente en la pérdida de la voz individual, tal como argumenta Iris Young, para quien los sistemas democráticos, aunque buscan representar a la sociedad, dan lugar a la marginación de voces individuales en favor de grupos mayoritarios o de mayor influencia y poder. Si bien las instituciones religiosas al proporcionar sistemas de creencias y prácticas compartidas, corren cierto riesgo de fomentar la homogenización cultural y moral, es la secularización, como sistema más frecuente y dominante, la que actualmente suprime la singularidad por el proceso en el cual, acorde a Peter Berger, la conciencia, actividades e instituciones religiosas pierden importancia social, construyéndose la identidad personal y social mediante la internalización de una normalizada y homogénea realidad, en este caso laicista, que limita y condena la diversidad axiológica e interpretativa.

En lo social, la globalización, a pesar de sus beneficios, contribuyó a la desaparición del “ijud” o hecceidad creando una sociedad homogénea y estancada culturalmente donde las diferencias individuales son minimizadas cuando no evitadas. Y como señala Manuel Castells, conduciendo a la pérdida de identidad cultural, desapareciendo las características únicas que contribuyen a la individuación y marginando aquellos que no encajan en los moldes predefinidos. Según Zygmunt Bauman, esta homogeneización amenaza la individuación al imponer modelos de comportamiento y estilos de vida estandarizados. Dominic Abrams y Michael Hogg ya demostraron que cuando el deseo de pertenecer a cierto grupo deviene en una identificación excesiva con éste y la consecuente conformidad con las tendencias y presiones para ajustarse a ciertos estándares estéticos o ideológicos, se pierden características individuales y la expresión de sus singularidades. Similarmente, las redes sociales digitales, si bien conectan personas globalmente, ante la búsqueda constante de validación diluyen la autenticidad individual, generando una identidad construida más por la aprobación externa que por la reflexión interna, tal como expone Sherry Turkle, eclipsando la expresión auténtica de la identidad individual.

El denominador común en todos estos casos es la simplificación institucionalizada y utilizada como instrumento economizador y evasor de la responsabilidad individual que debe patentizar diariamente la expresión genuina de realidades, y las enmiendas sociales, culturales, educativas, políticas y económicas. Y esto es relevante dado que ante la desaparición del “ijud” o hecceidad, impera la homogeneidad que excluye la autenticidad, las voces valiosas y limita el potencial creativo e innovador de una sociedad plural, socavando el principio fundamental de la diversidad, esencial para su desarrollo. Por ello, valorar la hecceidad, como expresa Husserl, evita el actual empobrecimiento de la riqueza fenoménica y experiencia personal cuyo resultado es que las entidades y personas se tornan intercambiables y sus características individuales se diluyen en la uniformidad.

Por último y desde la gobernanza, como procedimiento sistemático y organizado por el cual se evalúan, deciden, regulan y ejecutan los asuntos que atañen al conjunto de la sociedad, la convocatoria para el servicio público de personalidades con los perfiles más idóneos y auténticos, dados por sus conocimientos y logros en lugar de sus roles, es la forma en la cual la hecceidad triunfa por sobre la adulteración burocrática institucional, abrazando así la autenticidad y la coherencia interna.

Luego, preservar la singularidad y autenticidad como individuación contra las narrativas y políticas homogeneizadoras y totalizantes es un imperativo ético que exige una reflexión crítica sobre la institucionalidad, su estructura y roles, evitando usurpar identidades, valores e intereses.