El 2 de marzo de 1813, el coronel José de San Martín le escribía desde Buenos Aires al portaestandarte Ángel Pacheco. Este último había quedado con heridos en el Convento de San Carlos, en San Lorenzo. Hacía un mes del glorioso combate del 3 de febrero…
Estimado Pacheco:
Ha hecho usted muy bien en no ponerse en marcha dejando a los seis heridos abandonados y en caso que el teniente Díaz Vélez demore su curación, hará usted poner en marcha a los granaderos que estén en estado de hacerlo […].
Los cabos Salazar y Pomposo son de toda confianza […]. En el caso de marchar los cabos encargados de la tropa prevéngale Ud. que ellos me serán responsables de la menor queja que se me de, que la tropa marchará unida y siempre formados llevando las carretillas (carretas pequeñas) con su escolta y siempre adelante, que les encargo tengan el mejor modo (trato) con los maestros de postas […], que espero que tanto los Cabos, como los Granaderos se portarán con una conducta tal cual merece la opinión del Regimiento. Entrégueles Ud. algún dinero por si necesitan para que se remedien sus necesidades en el camino.
Mándeme Ud. sin demora las justificaciones del presente mes.
De Ud. mis afectos a esos buenos religiosos como también al Cura del Rosario.
Se le olvidó a Ud. remitirme el inventario, de los papeles, prendas y dinero que dejó Bermúdez así como si hizo alguna disposición de última hora.
Mis afectos al amigo Argerich.
Con fecha de hoy Ud. ha sido promovido a alférez de la 2a del 1o (2da Compañía del 1er Escuadrón) así que doy a Ud. la en horabuena.
Queda de Ud. su afectísimo servidor Q.B.S.M.
JOSÉ DE SAN MARTÍN
Antes de la acción de San Lorenzo y de paso por el poblado de Rosario, el coronel San Martín agregó al destacamento, en calidad de capellán accidental, al cura párroco de ese lugar, doctor Julián Navarro. El mismo 3 de febrero, mandó, con el teniente Mariano Necochea, el parte de victoria del combate, en el que informó: “De nuestra parte se han perdido 26 hombres, 6 muertos y los demás heridos”.
Agregó cerca del final: “El valor e intrepidez […], cuento entre éstos al esforzado y benemérito Párroco doctor D. Julián Navarro que se presentó con valor animando con su voz y suministrando auxilios espirituales en el campo de batalla”.
En un segundo parte de combate, fechado el 6 de febrero, señaló “con distinción el patriotismo y entusiasmo del R. Padre guardián del Convento de San Lorenzo, Fray Pedro García (madrileño el fraile y también españoles el resto de los sacerdotes)”. El Hospital de Sangre se estableció en el refectorio del convento, y fueron utilizados todos los cuartos disponibles para internar a los heridos.
A continuación, el cura Navarro se apresuró a solicitarle al teniente gobernador de Santa Fe, D. Antonio Luis Beruti, la remesa de los elementos de curación y el envío de un médico. A la medianoche −ya 4 de febrero− partía el doctor Manuel Rodríguez, protomédico, residente de la capital santafesina, en una carretilla con el botiquín y una pieza de Puntiví para vendaje y los hilos necesarios.
A su vez, Beruti elevó las novedades surgidas en el combate al Supremo Gobierno y este destacó, el 5 de febrero, desde Buenos Aires, al doctor Francisco Cosme Argerich, quien partió con su botiquín y dos criados en el coche cedido por doña María Belmonte. Al llegar Argerich a San Lorenzo, Rodríguez regresó a Santa Fe, donde era facultativo del Hospital Previsional de esa ciudad.
Quedarían allí, en el Convento de san Carlos, el portaestandarte Pacheco junto a los cabos Salazar y Pomposo y el doctor Argerich, con unos pesos para la atención de los heridos…
Antes de despedirse de fray Pedro García, San Martín le preguntó si podía serle útil en algo en Buenos Aires, a lo cual el fraile le contestó en una nota: “[…] que el Superior Gobierno ha certificado su confianza y por ella mande que esta comunidad no se entienda jamás comprendida en los decretos que universalmente se expiden si algunos se expidieren contra europeos, no viniendo expresamente declarados los que componen este colegio, cuyos sentimientos son tan unidos con los de la Patria y su actual Gobierno […]”.
El 18 de febrero, José de San Martín solicitó al Superior Gobierno que se declarasen excluidos los sacerdotes españoles del Convento de San Carlos de los decretos generales contra los europeos enemigos del país, disposición que fue aprobada ese mismo día.
Asimismo, el 27 de febrero, solicitó la pensión para la viuda del capitán Bermúdez, “que ha quedado desamparada con una criatura de pecho, como también para la familia del granadero Juan Bautista Cabral”, e incorporó luego a todos los fallecidos a la fecha. El Gobierno respondió favorablemente a esta acción en los primeros días del mes de marzo.
Al regresar a su domicilio luego de dos meses y ocho días, el doctor Argerich encontró a su familia en un estado penoso. El 28 de abril, elevó una nota al jefe de los granaderos en la que explicó su trabajo en San Lorenzo, el estado en que ha encontrado a su familia al regreso y que ha perdido “la mayor parte de sus conexiones”, que ahora se atendían con otros facultativos. No podría hallarse en peor situación.
Resulta interesante que, a pesar de la crisis que atravesaba, no exigió un monto, sino “aquella cantidad q.e V.E. juzgase justo al servicio que tengo hecho y capaz de remediar en parte las necesidades de mi familia”.
El mismo 28, San Martín elevó otra solicitud para que se le repongan de la Tesorería General los servicios del doctor en la atención de sus hombres, basándose en otra nota del 21 de abril con este detalle, firmada por el alférez Pacheco y el mismo Argerich.
Hemos querido puntualizar esta amistad que se forjó entre sacerdotes, médicos y el entonces coronel San Martín. El combate de San Lorenzo, Santa Fe, ha sido su factor de unión y conocimiento. San Martín se ha formado, como sus hermanos, en el Seminario de Nobles de Madrid y le tocó, en el bautismo de fuego de su regimiento, sufrir la partida y contemplar las heridas desgarradoras de sus soldados: sus granaderos montados. Gratitud y afecto se han prodigado sacerdotes, profesionales de la salud y soldados. Todos al servicio de la Patria en febrero de 1813.
Un cuerpo de caballería criollo, conducido e instruido por un coronel nacido en las misiones jesuíticas de Yapeyú, Corrientes, que tenía 35 años de edad y 22 de experiencia en la guerra europea, había logrado un resonante triunfo en Santa Fe. Buenos Aires empezó a hablar de él y a admirarlo…
*El autor de esta nota es director del Servicio Histórico del Ejército