Nadie duda del potencial, el volumen de negocio y las oportunidades para el crecimiento social, económico y cultural que el sector turístico ofrece al mundo. Según datos de la CEPAL, en 2019 el turismo y sus áreas dependientes representaron el 42% de las exportaciones totales de los países del Caribe y el 35% de su empleo.
A esto se suma además el hecho de que el sector cuenta con una alta representación laboral de mujeres y jóvenes menores de 25 años. Y, a nivel global, el turismo recuperó en el último año el 90% de los niveles previos a la pandemia de COVID-19.
A pesar del alto impacto de estos números y del progreso y crecimiento en todos los indicadores internacionales, el sector sigue siendo profundamente vulnerable al cambio climático. Con el aumento de eventos extremos en América Latina y el Caribe (ciclones tropicales, inundaciones, sequías, incendios forestales, olas de calor, entre otros) también creció el riesgo sobre las obras existentes en áreas de infraestructura, transporte, comunicaciones, y en la oferta de servicios de energía y agua y saneamiento, que son claves para el correcto funcionamiento del turismo.
Y, al mismo tiempo, el sector contribuye a la emisión de gases de efecto invernadero. Según un estudio de la Organización Mundial del Turismo presentado en la COP25, en Madrid, las previsiones indicaban que las emisiones de CO2 correspondientes al área turística aumentarían al menos un 25% para 2030.
Frente a esta realidad, acelerar la acción climática y el cuidado del medio ambiente en el marco de los desarrollos turísticos de nuestra región se ha vuelto tan apremiante como lo es para el resto de las áreas productivas. Existe una suerte de consenso en torno a los tres puntos más urgentes que esa tarea exige, y que son la medición; la adaptación y mitigación; y la conservación medioambiental.
La primera se refiere a la búsqueda por establecer marcos y referencias que permitan medir fehacientemente el porcentaje de emisiones de gases de efecto invernadero. La segunda, a las intervenciones que buscan por un lado anticipar, prevenir y/o minimizar los daños del desarrollo turístico sobre el entorno natural y, por el otro, reducir sus efectos. Y la tercera tiene como objetivo restaurar, proteger y conservar los ecosistemas y la biodiversidad de los destinos turísticos.
Quiero referirme a este tercer eslabón de la cadena por la acción climática que, en el sector turístico en particular, se conoce como turismo regenerativo. Su característica principal radica en la búsqueda por que el negocio esté alineado con la acción climática y el cuidado del entorno natural, para garantizar que las decisiones de los turistas repercutan directamente en la recuperación de los destinos elegidos. Allí se enfoca buena parte del trabajo institucional que CAF (Banco de Desarrollo de América Latina y el Caribe) lleva adelante en la región.
Nuestra reciente participación en la Feria Internacional de Turismo (FITUR) 2024 incluyó, por ejemplo, la firma de una serie de acuerdos con instituciones como la OMT, organismos gubernamentales como la SECTUR (México) y EMBRATUR (Brasil), empresas como Mastercard y para distintos proyectos regionales, nacionales y locales, cuyo foco está íntegramente puesto en mejorar la relación con los entornos naturales de los destinos turísticos.
El proyecto Borrando la huella de carbono del turista, que lanzamos en esa ocasión junto a Mastercard, busca formalizar que los turistas puedan compensar la huella de carbono que emiten a través de mecanismos financieros como donaciones a proyectos verdes para la regeneración, restauración y/o reforestación, según el caso.
Ese es el objetivo primordial de nuestra Dirección de Turismo, que fue creada a principios de 2023 con el objetivo de dar cauce a las políticas, estrategias, proyectos e inversiones institucionales de CAF con un énfasis significativo en el desarrollo sostenible y la resiliencia en el sector. Y lo hacemos porque pretendemos convertirnos en el banco verde de América Latina y el Caribe, así como fortalecer las condiciones de vida de las personas, generar oportunidades económicas y de empleo, y servir de catalizador para la puesta en valor del patrimonio cultural y el medio ambiente.
Acelerar la acción climática en el turismo debe ser una prioridad para todas las instituciones regionales. En la medida en que la integración de las políticas públicas, la inversión privada y el financiamiento de los organismos internacionales, siga siendo la principal fuente de soluciones para el sector, resultará primordial profundizar el vínculo y el trabajo conjunto entre instituciones. Solo así nuestra América Latina y el Caribe seguirá erigiéndose como la región solución sobre la que el mundo ha depositado su atención.
*El autor es vicepresidente corporativo de Programación Estratégica del Banco de Desarrollo de América Latina y el Caribe (CAF)