Hasta hace poco tiempo era políticamente correcto proclamarse multilateralista y latinoamericanista. Lo multilateral era lo que casi todos los países decidían en conjunto: los organismos de las Naciones Unidas; los organismos globales de la salud, del comercio, de las telecomunicaciones, del trabajo, de las finanzas. La unidad latinoamericana, por su parte, se veía como algo defensivo frente a agresiones externas y como algo identitario, como si hubiera una esencia latinoamericana diferente de otras esencias, que había que exaltar. Lo local unido a lo global, era algo políticamente correcto. Parecía que el consenso democrático de política exterior argentina, radical, peronista, social demócrata y democristiano era ese, hasta que apareció el Cristinismo, que es la ideologización de la política exterior, de la mano de Chávez, Evo, Correa, Cuba, Irán, Rusia y, últimamente de forma más neta, China. Brasil fue y volvió.
Es importante que nos demos cuenta de que este paradigma está cambiando. El multilateralismo nació después de la Segunda Guerra Mundial como una forma de terminar con las guerras. El juego de varios polos de poder controlándose, agrediéndose, equilibrándose, tan propio de los siglos XVIII y XIX, había provocado en el siglo XX las tragedias de las guerras mundiales y había que terminar con eso. El lema fue “basta de países guerreros; vamos a crear organismos conjuntos, como la Liga de Naciones, la Sociedad de Naciones y las Naciones Unidas” y ese montón de siglas, OMC, OIT, UIT, OMS, FAO, FMI, BM, etc. ¿Qué está pasando ahora, desde la invasión de Ucrania, aunque la cosa venía de antes, con Afganistán, Georgia, Crimea o Irak? Sucede que varios países grandes se declaran multipolares, ya no multilaterales: la vuelta de los estados guerreros que quieren imponer su voluntad y buscan sus límites por la violencia.
Brasil, Rusia, China, India y Sudáfrica hicieron el grupo BRICS (por sus iniciales), se declaran multipolaristas y se abstuvieron en la votación de condena a la invasión a Ucrania. La India es una potencia más matizada, porque le compra gas a Rusia, pero hace pactos de defensa con los Estados Unidos, el Reino Unido, Australia y Japón, con lo que sin dudas es un polo de poder (es el país más poblado del mundo), pero evita hacer el viejo jueguito anti occidental. Ahora se sumaron a los BRICS Irán (que promueve acciones terroristas de Hamas, Hezbollah o los Hutíes) y su rival islámico, Arabia Saudita. La Argentina de Milei le dijo no a ingresar a ese grupo político, mientras que el Cristinismo Alberto Massista le había dicho que sí.
Creo que volver a los tiempos de la guerra libre entre Estados es un serio retroceso en el camino de la paz y del progreso que fue tan evidente a partir de la reconstrucción europea, del acuerdo Nixon-Mao y de la caída del muro de Berlín. También considero un planteo peligroso y absurdo volver a jugar a la guerra fría, impulsando una confrontación entre los BRICS y el G7 (Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Canadá, Alemania, Italia y Japón). Lejos de considerar que eso es un movimiento progresista, lo veo como un intento retardatario. El progresismo no relativiza los derechos humanos, defiende la democracia en nuestro continente, no tiene un modelo social y económico basado en el poder y acepta las reglas universales de derecho. Los críticos del imperialismo y de la guerra, como Hilferding, consideraban que esos males eran hijos del proteccionismo prebendario.
Creo que se equivocan los teóricos brasileños que, por considerar que “los BRICS son el futuro”, abandonan la acción conjunta latinoamericana para mantener a nuestra región como zona de paz. Nuestra tarea debiera ser aumentar la interacción y limitar fronteras, evitando el ingreso de conflictos extrarregionalas, en lugar de meternos en ellos. Nuestra manera de ser un polo de poder debiera ser aumentar la convivencia, combatir el narcoterrorismo, incrementar las inversiones, el comercio y el trabajo, sobre la base de la democracia, el estado de derecho y los derechos humanos, más allá de integrar algún foro político internacional o no integrar ninguno.