Redes sociales: entre la ilusión de igualitarismo y la fragmentación política

Desde el ámbito intelectual hasta el riesgo del individualismo exacerbado, se revelan las contradicciones que desafían la esencia de una sociedad abierta en la era digital

Cualquiera encuentra expresa sus frustraciones en las redes, fragmentando la discusión política y alimentando posturas extremas (Foto: Monika Skolimowska/DPA)

Las redes sociales han transformado la manera en que la sociedad contemporánea se comunica, comparte información y participa en debates políticos. Sin embargo, la supuesta igualdad de condiciones que ofrecen estas plataformas para el intercambio de ideas se revela como una ilusión, desencadenando efectos perniciosos en el tejido social y político. Bajo la realidad subyacente de la democratización aparente de las redes sociales, se presentan las contradicciones entre la teoría y la práctica.

En el ámbito intelectual, la ilusión de igualitarismo se manifiesta cuando un académico, sometido a la revisión constante de sus pares, se ve equiparado a un troll anónimo o a individuos sin experiencia o estudios comprobados en el tema en discusión. Este fenómeno, observable tanto en la izquierda como en la derecha política, subraya la fragilidad de las bases argumentativas en un entorno donde la calidad y la veracidad de la información no siempre son prioritarias.

Ni el progresismo ni la derecha quedan exentos de los peores vicios de las redes sociales. El primero festejaba eufórico los linchamientos masivos de figuras, artistas, políticos o personajes más o menos públicos que osaban correrse un mínimo de su ética impuesta mientras hablaban de “cambio de época” con una moral más similar a la victoriana que a lo esperable de una sociedad abierta y moderna en el siglo XXI. Mientras tanto, la derecha difunde noticias falsas para avivar resentimientos contra supuestas élites, evidenciando una ironía palpable al considerarse defensores de la libre competencia.

Si bien no se puede afirmar categóricamente que ciertas plataformas como X (Twitter) atentan directamente contra la democracia, sí es posible argumentar que estas redes sirven como catalizadores del resentimiento y el descontento. Individuos comunes, carentes de notoriedad fuera del ámbito digital, encuentran en estas plataformas un medio para expresar sus frustraciones, fragmentando la discusión política y alimentando posturas extremas.

X, al final, atenta no sólo contra la productividad bien entendida y da sensación de “hacer cosas” cuando en realidad solo se están profiriendo opiniones sin método y con poco sustento a cambio del like inmediato -o del escarnio público, dependiendo el caso-, sino también contra el desarrollo de un pensamiento critico que contribuya, a su vez, a acciones concretas que permitan realizar transformaciones reales en la sociedad. Al quedarse en la indignación personal y la frustración fácil, anula todo tipo de respuesta y organización colectiva frente a problemas que no tienen soluciones individuales.

No obstante, la amenaza va más allá de la esfera política. La protección de datos personales emerge como un tema crítico al considerar el impacto de las redes sociales en la vida social y en las estructuras político-institucionales. La creación de un supuesto mundo común se desvanece ante la realidad de que estas plataformas más bien refuerzan posturas extremas, desafiando las fronteras políticas y diluyendo las tradiciones populares nacionales.

En uno de los análisis más perspicaces de los tiempos recientes acerca de esta cuestión, el filósofo francés Éric Sadin (nacido en París en 1973 y editado en español por Caja Negra) describe cómo las tecnologías desarrolladas en este siglo han moldeado a sus usuarios, generando relaciones que han desplazado al sujeto y al mundo anteriores, dando paso a una nueva forma de subjetividad: la del individuo tirano. Un sujeto con “la sensación de haber sido engañado durante largo tiempo, el hecho de estar dotado de instrumentos que dan la impresión de que uno es menos tonto, al mismo tiempo que más activo, y la voluntad resuelta de no dejarse engañar más y de exigir –por las buenas o por las malas– cambios y resarcimientos, pudiendo llegar al punto de desertar de lo común”.

Este nuevo sujeto político ha cambiado a la praxis pública y ha permitido la irrupción de estilos de liderazgo que han sabido interpretar el ethos de la época, y ahí reside, en gran parte, el secreto de su éxito. Para llegar al poder, al menos, porque se ha demostrado que gobernar es otra cosa muy diferente.

A partir de la obra de Hannah Arendt podrían abordarse las redes sociales y el fenómeno del individualismo en el contexto de su profundo análisis sobre la acción política y la participación ciudadana. El potencial, tanto positivo como negativo, de las redes sociales en relación con la acción política. Por un lado, las plataformas digitales ofrecen a los individuos la posibilidad de expresarse y participar en el discurso público de una manera más accesible que nunca. Sin embargo, también podría haber advertido sobre el peligro de que estas plataformas fomenten una forma superficial de participación, centrada en la visibilidad y la aprobación instantánea, en lugar de una participación reflexiva y comprometida.

Las redes sociales, al proporcionar una gratificación inmediata mediante la aprobación virtual, actúan como una suerte de droga social. Esta satisfacción instantánea se convierte en un placebo frente a logros reales, tanto para los usuarios como para los políticos que buscan la aprobación virtual como sustituto de la valoración de sus medidas gubernamentales. Esta dinámica crea una ilusión de éxito, alejándose de la realidad y generando una sociedad más fragmentada y polarizada. Se trata de un tipo de individualismo que prioriza la autopresentación y la búsqueda de validación personal en lugar de la acción colectiva. En su obra “La condición humana”, Arendt abogaba por la importancia de la acción política como una forma de salir del aislamiento individual y participar en la creación y preservación del mundo común.

En última instancia, el desafío reside en encontrar un equilibrio que permita aprovechar los beneficios de la conectividad digital sin caer en las trampas de la ilusión de igualitarismo que perpetúan las redes sociales.