Mientras el presidente Javier Milei “sorprendía” a los representantes del establishment económico y financiero global nucleados en el tradicional Foro de Davos con una exegesis conceptual de la ideología libertaria, en el tórrido verano político porteño los referentes del gobierno encargados de la ley ómnibus comprobaban que la realidad casi siempre impone límites a las ideas. Límites que, por cierto, suelen ser más difíciles de sortear cuanto más extremas o polémicas son esas ideas.
Lo cierto es que más allá de la narrativa presidencial asentada en un relato refundacional que entronca con el mito de la “argentina potencia” de principios del siglo pasado, de un discurso rupturista que tiene su correlato en una pretendida intransigencia frente a los intereses de la tantas veces denostada “casta”, el oficialismo aceleró en las últimas horas las negociaciones con los bloques dialoguistas en la Cámara baja con vistas a conseguir la aprobación de la “ley ómnibus” en la próxima semana.
Aunque toda referencia a negociaciones parecía vedada en el contexto de la estrategia de “todo o nada”, apenas comenzado el plenario de comisiones por el que desfilaron los funcionarios del gobierno encargados de defender los diferentes aspectos de la extensa y controvertida iniciativa, quedó claro que la ley no pasaría el filtro del Congreso sin modificaciones.
Quienes se inclinaban por interpretar la actitud del Presidente como una táctica pragmática para obtener mayores réditos en una negociación en la que partía de una manifiesta debilidad en materia de representación legislativa propia, muy pronto asistieron azorados a un espectáculo tan curioso como preocupante: pese a la inédita predisposición de una parte importante de la oposición para facilitarle al gobierno una herramienta legislativa que este considera imprescindible para la gestión, Milei y su vocero insistían en que no había negociación posible, y los arietes del gobierno en el parlamento dejaban en evidencia no solo su falta de experiencia sino también la ausencia de respaldo político.
Esta semana, con los matices propios de un experimento político sin precedentes, el oficialismo dio finalmente el paso que los bloques “dialoguistas” reclamaban para acercarse a un acuerdo para destrabar el tratamiento de la ley ómnibus. Guillermo Francos, ministro del Interior, y Santiago Caputo, operador todoterreno del Presidente, se instalaron durante una jornada en el Congreso para reunirse con las autoridades de los bloques del PRO, la UCR, Hacemos Coalición Federal e Innovación Federal, y transmitir apertura para introducir importantes modificaciones en el megaproyecto.
La presencia de Caputo, investido por el Presidente con autoridad y respaldo como para acordar modificaciones, fue bien recibida por los legisladores dialoguistas y el proyecto parece encaminarse finalmente hacia el recinto con muchas modificaciones y algunos temas polémicos excluidos. Sin embargo, más allá del optimismo del oficialismo y de sus aliados más entusiastas (los “halcones” del PRO), en la mayoría de los bloques aún prima la cautela: no sólo por la posibilidad de que una de las habituales reacciones viscerales del Presidente dinamite cualquier acuerdo, sino porque aún resta que el oficialismo plasme lo conversado con los diversos bloques -jubilaciones, retenciones para economías regionales, privatizaciones, circunscripciones uninominales, ratificación del DNU, o delegación de facultades- en un dictamen de consenso.
En este contexto, aunque el escenario luce más despejado para el oficialismo, nadie descarta sorpresas en la “letra chica” del proyecto modificado. Tampoco puede descartarse, asimismo, que el “poroteo” de los votos necesarios para la media sanción empodere a algunos legisladores que aunque proclives a facilitar el trámite del proyecto aún no están conformes y podrían presionar por más cambios antes de bajar al recinto. Y, otro tema que genera “ruido” en algunos de los bloques dialoguistas es el de la posible coincidencia entre una sesión que se avizora maratónica con el paro general de la CGT.
Así las cosas, a 45 días de su sorprendente ascenso al poder, Javier Milei sigue chocando con una realidad que no siempre se ajusta a sus deseos y anhelos, lo que introduce altas dosis de incertidumbre con respecto a la definición de los aún difusos contornos de su gestión. El principio de realidad ejerce como contrapeso al principio del placer, diría la teoría psicoanalítica de Sigmund Freud.
Aunque está muy claro que la distancia entre lo que expuso en Davos y la realidad es abismal, un gran interrogante se cierne sobre el futuro inmediato: si la rigidez e intransigencia ideológica será un aspecto central de su gestión, o solo una construcción narrativa y soporte simbólico.