Una vez, Gérard Depardieu puso su cabeza en la guillotina cuando encarnó a Danton, el revolucionario francés que no logró eludir el Terror jacobino. Ahora es el propio actor el que no logra eludir el Terror feminista.
Hubo un tiempo en que una Francia “libertina” se burlaba del puritanismo anglosajón. Eran los años (fines del 98) en que los Estados Unidos se paralizaron por el impeachment al presidente Bill Clinton, y los franceses se asombraban y aseguraban que los asuntos de pollera difícilmente le costaran la carrera a un político galo.
Pero las cosas han cambiado. En el año 2022, el demógrafo e historiador Emmanuel Todd escribía (en su libro ¿En qué andan ellas?): “Francia es un país donde la emancipación de las mujeres tuvo lugar en ausencia de un movimiento feminista fuerte, es (un país) de relaciones positivas, de mutua seducción entre hombres y mujeres, igualitarias en materia de libertad sexual”. Y en consecuencia constataba sorprendido: “Nada hacía prever aquí el surgimiento de un antagonismo entre los sexos”, en referencia a la tercera ola feminista.
En enero de 2018, el estallido del #MeToo –cuya versión francesa fue #Balancetonporc (“denuncia a tu puerco”)- generó una reacción airada de cien mujeres, que publicaron un manifiesto en Le Monde denunciando una campaña de delación y de acusaciones públicas contra varones que, sin posibilidad de responder ni defenderse, fueron tildados de agresores sexuales. La escritora Catherine Millet, la actriz Catherine Deneuve y la editora Elizabeth Lévy eran algunas de las que afirmaban en aquel texto que campañas como el #MeToo tienden a asimilar situaciones de seducción “torpes” o “desubicadas” con la violación. Reivindicaban la “libertad de importunar” que no podía ser considerado agresión sexual y advertían acerca del riesgo “de ir demasiado lejos”, de no “poder decir más nada” o de no “poder más draguer” (seducir).
El ambiente ha cambiado mucho y el feminismo fanático ha avanzado, al amparo de un sistema que lo favorece o lo promueve abiertamente, en el atropello a principios que hasta hace poco eran considerados pilares del derecho, como la presunción de inocencia y la igualdad ante la ley. A la mujer siempre hay que creerle; por lo tanto, una denuncia femenina equivale a una condena.
El caso Depardieu es emblemático de este fenómeno. Veamos qué hay en su expediente.
La prensa informó que 15 mujeres lo denuncian por violencias sexuales, pero esas denuncias son todas mediáticas, excepto dos, y salvo una las demás no son por violación. Se trata, según las propias denunciantes, de comportamientos desubicados, groserías, insinuaciones, avances…
Tanto los amigos como la familia de Depardieu aseguran que el actor siempre tuvo ese tipo de actitudes; bromas pesadas, incluso obscenas. “Hay que dejar de confundir las palabras con los hechos. Grosero, descarado, subido de tono, pesado a veces, pero no violento”, dice la carta que en su defensa firman sus hijos y su ex esposa.
Pero en la actualidad, como advertía el manifiesto de Deneuve y cía., existe una tendencia a englobar en la categoría de violencia sexual, o agresión sexual, cosas que van desde el piropo a la violación, pese a que la distancia de uno a la otra es abismal. Se exagera al considerar delito a la mala conducta, a la vez que se banaliza la violación, que claramente constituye un crimen grave.
La denunciante de Depardieu es una joven actriz, Charlotte Arnould, que alegó que el actor la había violado en dos ocasiones. En la casa de él, en París. La primera denuncia fue hecha en 2018. De acuerdo al testimonio de la presunta víctima, ella fue a ver al actor para pedirle consejos en su carrera. Él se habría aprovechado de esa situación para violarla. Esto volvió a suceder en una segunda ocasión, en la misma circunstancia. Es decir que la actriz, luego de ser violada, regresó, sola, a la casa del actor.
No es de extrañar que, a mediados de 2019, la justicia francesa haya archivado la denuncia, por considerar que no existía un caso.
¿Qué hizo entonces Charlotte Arnould? Apeló al tribunal del pueblo. Del pueblo revolucionario feminista. Denunció a Depardieu en las redes y en los medios. Cuando volvió a demandar al actor ante la justicia, el clima propicio estaba creado y esta vez el acusado fue procesado.
En octubre del año pasado, el actor envió una carta en la que negaba ser “un acosador o un violador”. “Ya no puedo ignorar lo que escucho y leo sobre mí en los últimos meses. Creí que no me importaba el qué dirán pero no, no es así”, señaló. Sin nombrar a Charlotte Arnauld, explicó: “Una mujer vino a mi casa y voluntariamente entró en mi dormitorio. Ahora dice que fue violada ahí. Vino una segunda vez. No fue obligada, no hubo violencia, ni protesta alguna. Me dijo que quería cantar conmigo las canciones de Barbara en el teatro Cirque d’Hiver. Me negué. Ella interpuso la demanda”.
El proceso estaba en curso cuando el 7 de diciembre pasado la televisión pública francesa, Antenne 2, presentó un especial titulado de un modo poco imparcial: “Gérard Depardieu, la caída del ogro”. Los editores dijeron que se trataba de filmaciones descartadas de un documental que el actor había grabado en Corea del Norte en 2017. Los trozos montados parecen más bien el backstage de una filmación en los que se ve a un Depardieu distendido y se lo oye hacer bromas muy subidas de tono y de índole sexual, en presencia de mujeres e incluso de una niña. Coreanas; probablemente ninguna de ellas haya entendido lo que decía el actor.
Depardieu se encuentra junto al director del documental en un club de equitación y mientras mira a los jinetes en la pista, dice: “A las mujeres les encanta cabalgar. Su clítoris se frota contra la silla de montar. Son tan putas”. Y en momentos en que pasa cabalgando una niña de unos 10 años, él comenta: “¡Esa es mi chica, sigue así! ¿Ves que se está rascando?”
Luego, al posar en una foto grupal, grita al lado de una actriz norcoreana: “¡Hagan la foto mientras le toco el culo. ¡Miren, miren cómo lo tiene!”
A partir de allí, se activó la cacería y una verdadera jauría mediática se abalanzó sobre él. Depardieu es caza mayor, hay que decirlo. Una presa de gran valor. No se lo voltea de un hondazo. Se multiplicaron entonces las mesas de debate sin la menor preocupación por la ecuanimidad (por ejemplo 5 contra uno: un abogado tratando de defender la presunción de inocencia contra cinco fiscales de género que acusaron y condenaron al actor según el código procesal penal del MeToo). Para qué buscar pruebas, si yo te creo, hermana.
La liberación de la palabra deriva en su sacralización.
Un colectivo feminista sacó un comunicado: “Nos atrevemos a decirlo: Depardieu es un agresor y un violador”. Punto y aparte.
Además, preguntaban: “¿Cómo podría la justicia condenar a un hombre cuyo perfil es tan parecido al de los que lo deben juzgar?” Pregunta que anticipa lo que ya sucede en varios casos: será culpable aunque la justicia lo exonere.
En otro debate en televisión, alguien preguntó si el astro pagaría por sus crímenes (como si éstos estuviesen probados) y dos periodistas especializadas en la vigilancia de conductas abusivas, como parte acusadora espontánea en el caso contra Depardieu, afirmaron, con indisimulada satisfacción, que ya estaba pagando, porque al actor nadie le volvería a proponer trabajo.
El 26 de diciembre pasado, se publicó una solicitada firmada por unas 50 personalidades -cineastas, actores, escritores, entre otros- defendiendo a Depardieu. Charlotte Rampling, Fanny Ardant, Emmanuelle Seigner, Victoria Abril, Nathalie Baye y Carla Bruni son algunas de las valientes actrices que se atrevieron a defender públicamente al “Ogro”. “No podemos seguir callando ante el linchamiento que se abate sobre él, ante el torrente de odio que se vierte sobre su persona, sin matices, en la más completa amalgama, y en detrimento de la presunción de inocencia”, decía el texto, que también fue firmado por Carole Bouquet, con quien el actor estuvo en pareja durante diez años.
El impulsor de la iniciativa de la solicitada fue un comediante, Yannis Ezziadi, amigo del actor. En una columna de opinión, escribió: “Gérard Depardieu se convirtió en el enemigo público n°1 del medio artístico (...) sin embargo no ha sido condenado por ningún tribunal (judicial)”.
El columnista enumeró las muchas otras inconductas de Depardieu -su exilio fiscal, su encuentro con Castro, su amistad con Putin, su pasaporte ruso-. En contraste, ironizó, lo que colmó el vaso fueron las palabras “chatte” o “moule” (formas vulgares o corrientes de llamar a los genitales femeninos).
“Tengo una viga en el calzoncillo”, citó Ezziadi una de las groserías dichas por el actor. “¡Oh, qué ofensivo, que violento!”, se burló. Y recordó que este tipo de salidas en boca de Depardieu hacían reír a todos hasta hace poco. Existen filmaciones de estas payasadas del actor en los sets.
Hijo de un chapista analfabeto y con tendencia al alcoholismo, Depardieu tuvo una infancia dura y supo más tarde que su madre intentó abortarlo con agujas de tejer. De adolescente, él y su hermano mayor frecuentaban a los soldados de la base de la OTAN de Châteauroux, donde aprendían a jugar al fútbol y conseguían cigarrillos y whisky para revender. Hasta los 17, cuando descubrió su pasión por el teatro, coqueteó con el delito menor y hasta con la prostitución.
La interpretación fue su tabla de salvación y su talento en la materia lo convirtió en el actor más fetiche y taquillero del cine francés, que le puso su cara a muchos personajes, tanto históricos (Danton, Colón) como de ficción (Obélix, Cyrano, Georges Simenon, Jean Valjean..) y protagonizó films ya clásicos, como Novecento, donde hizo dupla con Robert De Niro, Los Miserables, o, más recientemente, la serie Marsella.
Con más de 50 películas en su haber, Depardieu nunca dejó de ser el muchacho transgresor, espontáneo, poco adaptado… Una personalidad que encantaba a los franceses. Que al mismo tiempo se combinaba con una total seriedad profesional.
Pueden dar fe de ello los argentinos que en febrero de 2017 asistieron a la presentación del actor en el Teatro Colón donde durante una hora se produjo en el escenario y se entregó por completo -olvidando edad y sobrepeso- a la recreación de varios de los personajes que encarnó sobre tablas y en el set. Recitó partes de Cyrano de Bergerac y cerró la presentación con un poema de Borges en español y en francés. Podrá decirse que es lo debido y a lo que vino, pero en el mismo programa del Colón se presentó otra estrella internacional, igualmente célebre, que lo hizo de un modo decepcionante. No improvisado, sino directamente a la bartola. Se durmió en sus laureles, faltándole el respeto al público.
Yannis Ezziadi afirma que Depardieu no hizo nada grave en el documental emitido por la TV pública francesa. Habla lejos de la niña, no se dirige a ella: “Ayer, se alababa a Depardieu ‘el monstruo’, ‘el bandido’, ‘el provocador’. Hoy se lo quiere juicioso, un pequeño burgués como los demás. ¿No era esa libertad de palabra la que, en él, gustaba tanto?”
Sostiene que son muchos los que consideran que el trato dado a Depardieu es “totalmente desproporcionado, deshonesto y francamente repugnante”. Pero el problema es que “nadie osa decirlo públicamente”. Asegura que conoce a muchos actores célebres que querrían apoyarlo y algunos incluso han enviado mensajes de respaldo a Depardieu y a su familia. Pero “esos hombres saben que si hablan públicamente, si se atreven a ir contra la época MeToo, caerán ellos también”. De hecho, luego de la publicación de la solicitada, el propio Ezziadi fue víctima de una caza de brujas -sometieron su vida a un escrutinio implacable- y los firmantes de la solicitada, en esa amalgama tan frecuente en estos tiempos, fueron acusados ni más ni menos que de defender la pedofilia.
Cuando supo de la solicitada, Depardieu agradeció y con toda razón destacó la “valentía” de los firmantes.
Hoy en día, dice Ezziadi, “sobre la cabeza de cada hombre célebre planea una pesada espada de Damocles” y “aunque la justicia absuelva o archive la causa, se habrán terminado su imagen respetable y su carrera”. “Es el terror. Es la inquisición”. Lo de Depardieu, afirmó, “es un crimen contra la libertad de bromear, incluso pesadamente”. Ezziadi sostuvo que “la denuncia por agresión sexual se ha convertido en una herramienta de chantaje, de amenaza, de poder y de venganza”, pero es “la justicia la que zanjará”.
La familia de Depardieu también publicó un texto en reacción a lo que califican de complot y conspiración pero no sólo contra el actor: “Asistimos espantados a esta demencia colectiva terrorífica, a esta confusión total que va más allá de la persona de Gérard”.
En efecto, es el clima de época.
En el caso Depardieu, primero la guillotina, después el juicio. Por ejemplo, la ministra de Cultura de Francia, Rima Abduk Malak, excediéndose en sus funciones, dijo que se analizaba retirarle la Legión de Honor -tradicional distinción francesa- porque “avergonzaba a Francia”. Depardieu la puso inmediatamente a disposición de la ministra con un mensaje que podría traducirse como “haga con ella lo que se le cante”.
Pero la funcionaria quedó en falsa escuadra cuando el mismísimo presidente francés, Emmanuel Macron, salió a condenar la cacería humana contra el actor. La Ministra no tuvo más remedio que renunciar.
La sensibilidad de las feministas frente al lenguaje grosero es selectiva. Primero, no toda broma sexual es sexista; basta de mirar todo desde la victimización de la mujer. Segundo, ellas mismas pronuncian ofensas graves en sus manifestaciones -como cuando tratan a todos los hombres de violadores. Ni hablar de las groserías. Baste recordar el tenor de los insultos feministas hacía otro personaje del cine: el muy ofensivo “¡Polanski debe ser ser gaseado!” o el de muy mal gusto “Polanski, ¡bebe nuestras reglas!” (sic). El cineasta polaco radicado en Francia Roman Polanski es otro blanco de la inquisición feminista: para él no existe prescripción, la condena es perpetua.
En el mundo woke todo debe ser pasado por el filtro de la corrección y censurado: el arte, la literatura, el humor -que así dejará de ser tal- y hasta el sexo, para el que habrá que firmar un contrato previo y atenerse a sus cláusulas. Tal vez haya que hacerlo frente a testigos que certifiquen su cumplimiento...
Se asimilan las obscenidades a la violación. Depardieu en todo caso es “culpable” de grosería. Pero sus expresiones soeces no iban destinadas al público. Eran privadas. Hacer esas bromas en la intimidad no es delito. En cambio, filtrarlas públicamente para linchar a quien las pronuncia es como mínimo deshonesto.
Y calificar de criminal sexual a una persona por decir este tipo de cosas es una deducción abusiva e infundada de gente aparentemente muy estricta en materia de pudor y humor.
Ezziani da en la tecla cuando dice que Depardieu siempre fue el mismo y que son los tiempos los que han cambiado.
Desde que estalló el MeToo, sus cultores afirman que ahora las mujeres ya no callan, se animan a hablar. Es cierto, pero el clima se ha vuelto inquisitorial, el entusiasmo por denunciar lleva a la confusión entre cosas que están lejos de ser equivalentes.
La cruzada moral del neofeminismo seguirá avanzando si la sociedad, la política y la justicia no se plantan en defensa de los principios que las rigen y ponen fin a la perversa tendencia a considerar culpable a cualquier denunciado exponiéndolo ante el público y entregándolo a la vindicta feminista.
[Este artículo reproduce parte del contenido de mi newsletter “Contracorriente”. Para recibirlo por mail suscribirse aquí]