Los tiempos que precedieron al proceso electoral estuvieron cruzados por altos niveles de desconfianza social en las instituciones y en particular en los representantes de la política. No parece una reacción antojadiza en un país con índices de inflación, pobreza y estancamiento económico que contrastan con los privilegios y riqueza que muchos han acumulado en estos 40 años de vida en democracia.
La estrategia de campaña basada en la calificación de “casta” hacia quienes expresan aquello, aunque careciente de una clara identificación, fue eficaz como expresión de los enojos, indignación y reclamo social. Y en gran medida operó como motivadora del voto que, en primera vuelta, mostró la fortaleza al alcanzar un número cercano al tercio de los electores, que se tradujo en la mayoría necesaria para el triunfo en balotaje.
Tal vez sea una simplificación de todas las emociones que conllevan al voto, pero creo, con convicción, que poco de ideológica tenía esa expresión popular, más bien la ubico cargada de pragmatismo en la búsqueda de respuestas concretas.
Pero fue el propio Javier Milei que de inmediato empieza a instalar una visión muy fuerte de un neoliberalismo a ultranza, poco referenciado en la Constitución de Alberdi y especialmente pregonero de los favores del mercado sin estado.
Desde el triunfo de Milei y en especial desde su reciente discurso en el Foro Económico Mundial de Davos, a los progresistas en Argentina, nos corresponde reevaluar nuestras estrategias en un contexto permeado por la “fobia al Estado”. Este concepto, minuciosamente examinado por Michel Foucault, rastrea la crítica liberal al Estado intervencionista, que surge en el siglo XVIII, destaca la idea de que el Estado puede ser una amenaza para la libertad individual y el funcionamiento eficiente de la economía, y así emerge como una herramienta invaluable para la interpretación de nuestra propia realidad.
La “Fobia al Estado”, según Foucault, se refiere a la desconfianza y aversión hacia la intervención gubernamental excesiva en la vida cotidiana de los ciudadanos. El pensador analiza cómo la percepción de un Estado intrusivo, puede generar temor y rechazo hacia sus acciones, considerándolo opresivo y limitante de las libertades individuales. Esta fobia se manifiesta cuando la intervención estatal se percibe como una amenaza a la autonomía personal y a la capacidad de tomar decisiones sin interferencias externas, creando así un clima de desconfianza hacia las acciones gubernamentales.
Foucault sugiere que comprender esta fobia es esencial para analizar las dinámicas de poder y resistencia en sociedades donde la intervención estatal es cuestionada, y destaca la importancia de examinar cómo esta percepción afecta la relación entre el individuo y la autoridad gubernamental.
Desde esta óptica, la fobia al Estado arraiga, entre otros motivos, en la desconfianza hacia el poder centralizado, una desconfianza que ha cobrado fuerza en nuestra coyuntura debido a las experiencias durante el largo periodo de gobiernos kirchneristas. Estos han consolidado una percepción generalizada de que el Estado, especialmente durante esa etapa de expansión significativa, no logró demostrar resultados positivos en áreas cruciales como la economía (caracterizada por una inflación descontrolada, estancamiento económico y un persistente aumento de la pobreza), la educación, la salud, la seguridad, la lucha contra el narcotráfico y la administración de justicia en niveles razonables.
Al contrario, se advierte la existencia de un estado sobredimensionado, ineficaz, que favorece la corrupción en particular y el delito en general, con impunidad. Al mismo tiempo, excesivamente burocratizado y plantado como un obstáculo más que un facilitador frente a necesidades y demandas.
Sumado a lo anterior, se vislumbra una clase dirigente incapaz, desconectada de la realidad y sin la capacidad de reacción necesaria ante el descontento social.
Este clima de época, hace a líderes como Milei permear en la sociedad argentina, que elige creer sin exigir tanto al menos en esta primera etapa, demandando apoyo ciego sin importar que las medidas que se impulsen se encuentren entre las lógicas de lo imposible (dolarización, eliminación del Banco Central) o la banquina del sistema institucional (DNU, Ley Ómnibus).
Davos y el fundamentalismo dogmático
La delirante intervención del Presidente en el Foro de Davos estuvo cargada de dogmatismo, descripciones antojadizas, o la tergiversación o reinvención de datos sobre crecimiento económico, de épocas cuando no existían ni estadísticas ni PBI.
Sin embargo, -y excluyendo otras barbaridades y excentricidades a las que ya nos tiene acostumbrados (negacionismo con el cambio climático y el feminismo)-, para continuar mi análisis quisiera tomar lo siguiente según su propio dicho: “El Estado no es la solución, es el problema mismo”. Insisto, que esta afirmación tiene arraigo social, ya que muchos lustros de malas administraciones estatales, con pésimos resultados, hacen pensar a muchos argentinos: “¿para qué financiamos el Estado?”. Pero lo primero que resulta al menos extraño, es que dicha aseveración (más propia de sus viejas conferencias en ámbitos estudiantiles) sea hoy emitida por quien es un Jefe de Estado.
Al mismo tiempo, al definir que el problema es el Estado -y todos aquellos que lo gestionaron son iguales-, citó: “Comunismo, nazismo, socialdemocracia y democracia cristiana son variantes de lo mismo. Todas ellas parten de la premisa de que el individuo debe subordinarse al colectivo, y que el Estado debe planificar la economía y la sociedad”. Entonces, en Alemania no importa si fuiste nazi y “utilizaste/ampliaste” el Estado para financiar campos de concentración, o si fuiste socialdemócrata o democristiano, y creaste un Estado Alemán moderno, en la postguerra, financiando un desarrollo con estado de bienestar, y posteriormente con la unificación, desde el Estado, financiaste la integración del país que extiende su fortaleza hacia toda Europa.
Desafío Progresista en la Nueva Época
En primer lugar, los progresistas nos enfocamos en la construcción de una sociedad equitativa y sostenible. Para eso proponemos una síntesis entre el progreso económico, la equidad social y la sostenibilidad ambiental. En términos económicos, buscamos un crecimiento equitativo mediante una regulación que evite la concentración excesiva de riqueza y promueva inversiones significativas en educación para asegurar oportunidades de desarrollo accesibles a todos. En el ámbito social, nos comprometemos con la igualdad de género, la protección de derechos de minorías y la defensa de libertades civiles, como esenciales para eliminar barreras a la participación plena en la vida pública. Paralelamente, la sostenibilidad ambiental ocupa un lugar central, abordando el cambio climático y la preservación de recursos naturales a través de la transición hacia energías renovables y prácticas industriales sostenibles.
Consideramos la austeridad como un valor de la república y la transparencia como un atributo de la gestión, nunca contraria a la eficacia ni patrimonio de “las derechas”.
En este escenario desafiante, nos encontramos frente a la tarea de afirmar de manera contundente que la única evidencia histórica irrefutable es que las sociedades han prosperado con la presencia de un Estado fuerte, presente y eficiente. Lo sostenemos no solo por convicción ideológica, sino también respaldados por la evidencia que demuestra que ninguna sociedad ha logrado funcionar de manera efectiva sin contar con ese estado y un conjunto de instituciones que sostienen la convivencia democrática.
Es importante destacar que el debate mundial no se centra en la dicotomía entre “capitalismo de libre empresa vs. colectivismo/socialismo”. Más bien, el escenario global nos plantea una distinción crucial entre “capitalismos con democracias representativas vs. capitalismos autocráticos”.
Proponemos dos enfoques concretos para reforzar esta afirmación:
-Construyendo un Proyecto de Igualdad con un Estado Dinámico: A pesar de la desconfianza actual hacia el Estado, los progresistas debemos reafirmar que, en esta nueva etapa, la participación activa del Estado es fundamental para la realización de un proyecto de igualdad en Argentina. En lugar de estigmatizar la intervención estatal, es imperativo replantearla, haciéndola más moderna, eficaz y transparente, con miras a objetivos que impulsen la creación de una sociedad equitativa y justa.
-Sosteniendo la Importancia del Estado en un Proyecto Progresista: Frente a la resistencia hacia la existencia misma del estado, los progresistas debemos resaltar su relevancia como instrumento para corregir desigualdades, garantizar derechos sociales, proporcionar servicios esenciales y proteger a los ciudadanos de posibles o eventuales abusos. Mantener que el Estado puede ser una fuerza positiva, siempre y cuando se oriente hacia el bienestar colectivo y la equidad, representa el desafío central para los progresistas en esta nueva era.
En el complejo escenario político actual, enfrentamos el desafío de contrarrestar la falta de protección ciudadana propiciada por propuestas que se alinean con un enfoque fundamentalista del mercado, como las que expresa el nuevo gobierno. En medio de esta desregulación total y caótica, tenemos la oportunidad y el deber de promover nuestra visión de equidad, asegurando que la ausencia de regulaciones no conduzca a la vulneración de derechos y garantizando un acceso justo a recursos y servicios.
Nuestro papel central radica en posicionarnos como defensores de los derechos del consumidor y de la equidad social. En un contexto de desconfianza hacia el Estado, reafirmar la función indispensable del mismo en la protección de los derechos individuales y en la promoción de un trato equitativo se convierte en una estrategia clave para abordar los desafíos de este tiempo y la consiguiente reconfiguración del papel estatal impulsada por Javier Milei.
En resumen, el clima de época, marcado por la fobia al Estado, desafía a los progresistas a reafirmar la necesidad y la importancia de lo público en la construcción de un proyecto de igualdad. La nueva era, definida por la elección de Milei, exige el resurgimiento de una alternativa política y electoral con un enfoque progresista que no renuncie al Estado, sino que lo reconfigure para ser una herramienta eficaz en la consecución de metas igualitarias y en la protección de las personas frente a la voracidad de los poderosos, en un río revuelto de Estado ausente.