La Guerra Fría terminó hace 30 años: ¿lo sabrá el presidente?

En su discurso en el Foro de Davos, Javier Milei se la agarró con enemigos imaginarios, mientras los representantes del capital concentrado lo miraban con cierto estupor

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Javier Milei durante su discurso
Javier Milei durante su discurso en Davos (Foto: Reuters/Denis Balibouse)

En el primer discurso que dio Donald Trump como presidente de los Estados Unidos ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, dijo que el futuro le pertenecía a los patriotas y a los Estados fuertes. En su primer discurso como presidente de Argentina, ante el Foro de Davos, Javier Milei decidió decir todo lo contrario, al asegurar que el Estado nunca es la solución, sino un problema. El presidente se la agarró con enemigos imaginarios y no se salvó nadie: afirmó que los nazis, los fascistas, los comunistas, los socialdemócratas, los demócratas cristianos, entre otros sectores de la vida política, “son lo mismo”, ya que todos apuntan al colectivismo y al dirigismo estatal.

Cuando Milei dice que el capitalismo sacó a cientos de millones de personas de la pobreza es cierto, pero lo que omite es que el capitalismo que lo hizo fue el capitalismo fordista, productivo, con fuerte presencia estatal, con dirigentes como Roosevelt y las políticas post New Deal. La curva descendente de inclusión social, y la ascendente de concentración de la riqueza y crecimiento de la desigualdad, se disparó, justamente, a partir del capitalismo financiero y especulador que Milei tanto reivindica: el de Reagan y Thatcher. El único capitalismo que reivindica el presidente argentino es el del gran capital concentrado, quienes lo miraron con cierto estupor mientras daba su discurso en Davos. Nunca habían visto allí semejante despliegue de conceptos erróneos y acusaciones contra todos los líderes mundiales de Occidente.

Sería imposible desmontar, una por una, las falacias del discurso de Milei. Ni el feminismo entorpece el desarrollo del capitalismo -más bien, todo lo contrario, incluyendo a la mitad de la población en la rueda de la producción y del consumo-, ni el cambio climático es un invento del “marxismo cultural”, ni el Foro de Davos está “contaminado por el socialismo”, ni se puede pensar en un desarrollo capitalista serio solo con el capital privado, sin una interrelación entre el sector público y los privados. Si alguien lo sabe a ciencia cierta a eso, son los mismos asistentes al Foro de Davos. Tampoco resisten análisis las comparaciones que hizo en su discurso el presidente de distintas y heterogéneas expresiones políticas, como la social democracia europea o la democracia cristiana con experiencias totalitarias como fueron el nazismo, el fascismo, o el comunismo soviético.

El presidente no solo atacó al 99% de los dirigentes políticos internacionales, sino que también se burló en su cuenta de la red social X del presidente del foro, el economista alemán Klaus Schwaub, quien lo presentó en su disertación y no puede ser acusado de pertenecer al “socialismo”. Schwab ha expresado su visión sobre la necesidad de una transformación profunda en la forma en que las sociedades y las economías funcionan para abordar los desafíos globales actuales. Su pensamiento se centra en la idea de que estamos en medio de una revolución tecnológica que está transformando fundamentalmente la forma en que vivimos, trabajamos y nos relacionamos. Schwab aboga por la colaboración entre gobiernos, empresas y la sociedad civil para aprovechar los beneficios de la tecnología y abordar sus desafíos. Schwab ha destacado la importancia de la sostenibilidad y la responsabilidad social corporativa en el desarrollo económico. Su enfoque incluye aspectos como la inclusión social, la equidad de género y la atención a los impactos ambientales. Es decir, todo aquello que fue duramente criticado por el presidente argentino durante su alocución.

Hoy ningún dirigente importante del mundo, ni siquiera los chinos, reivindican el comunismo como la mejor forma de gobierno para el resto de los países. Lo que sí se discute, ya como un problema imposible de ignorar, es la necesidad imperiosa de llevar adelante acciones que contribuyan a revertir o al menos frenar el cambio climático, de profundizar la inclusión de las mujeres y las diversidades sexuales en el marco de un capitalismo con rostro humano, que no profundice las desigualdades, sino que garantice un verdadero piso de oportunidades lo más iguales posibles para todos aquellos que quieran desarrollar su vida en una libertad real y no solo declarativa. Porque no existe libertad cuando existen los monopolios, la concentración extrema de los recursos en pocas manos y el hambre.

El Muro de Berlín y el telón de acero cayeron hace más de 30 años, y en el mundo hoy nadie discute el sistema capitalista y pocos discuten sus instituciones como tal. China es parte del Fondo Monetario Internacional y uno de los principales socios de la Unión Europea y América Latina, con una fuerte interdependencia con los Estados Unidos. Ninguno de los países supuestamente denominados “comunistas” atacan el sistema capitalista. Quienes critican en mayor medida las instituciones multilaterales son, paradójicamente, dirigentes como Trump, el húngaro Viktor Orbán o dirigentes como la francesa Marine Le Pen, todos referentes del jefe de Estado argentino. Milei, al decir que los principales dirigentes mundiales están “contaminados por el socialismo” también lo hace.

Estar incluido en el mundo hoy no es ser un adalid del bando capitalista de la Guerra Fría, terminada en 1989/1991, sino abogar por un sistema internacional más justo y equitativo. El presidente argentino está empecinado en encabezar un bando de una guerra que terminó hace más de treinta años, con aliados y enemigos imaginarios. El discurso del presidente muestra una retórica que choca con la realidad contemporánea, atrapado en un tiempo que ya pasó. La actualidad demanda colaboración, sostenibilidad y equidad, mientras que Milei se aferra a argumentos desfasados.

En un mundo donde el comunismo no tiene ninguna relevancia, ni siquiera en las películas de Hollywood, la postura de Milei podría aislar a Argentina y dejarla al margen de las transformaciones necesarias para enfrentar los desafíos globales.

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