¿Por qué Brasil sí y Argentina no?

En los últimos 30 años la producción agropecuaria brasileña creció hasta lograr prácticamente un autoabastecimiento y posicionar al país sudamericano como lider en materia de exportación

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Cosecha de soja en un campo de Ponta Grossa, estado de Paraná, Brasil. 25 de abril de 2023 (Reuters)
Cosecha de soja en un campo de Ponta Grossa, estado de Paraná, Brasil. 25 de abril de 2023 (Reuters)

En 1990 Brasil producía 20 millones de toneladas de soja, el doble que Argentina en aquel momento e importaba carne y trigo argentino; era imposible para ellos autoabastecerse de la dieta europea que heredaron de su colonización y proceso de inmigratorio. Hoy no solo producen 3 veces la cosecha argentina de soja: la producción total de granos de Argentina es inferior a la cosecha anual de soja brasileña. Adicionalmente, Brasil se transformó en el mayor exportador global de proteínas animales y elevó su consumo per cápita de carne vacuna y coquetea todos los años con el autoabastecimiento de trigo. Mientras en los últimos 30 años la producción de leche más que se duplicó, la argentina está estancada. ¿Qué pasó? ¿qué hicieron ellos y qué hicimos nosotros? Los 6 puntos claves para entender el milagro brasileño.

Punto 1: la condición necesaria, pero no suficiente sine qua non es el respeto a rajatabla de la propiedad privada, particularmente la de la tierra agrícola. La monumental expansión de los agronegocios fue posible porque fue financiada por los gauchos del sur (y sus parceiros paulistas) que compraron y desarrollaron campos en Mato Grosso, el Cerrado y MAPITOBA (Maranhao-Piauí-Tocantins-Bahia). Estaban a miles de kilómetros de esos campos, tener la seguridad de que nadie podría ocuparlos era fundamental para invertir.

Secundariamente, para que una hectárea sea económicamente productiva sus costos tienen que estar por debajo al precio global “de Chicago” de lo que se produce allí para dar un margen positivo. Los costos son todos los costos: tranquera adentro y afuera para que el producto de esa hectárea sea consumido por sus clientes (transporte, almacenaje, procesamiento, etc). Mientras más bajos los costos y más alto el precio, mayor es el margen y por lo tanto el apetito de poner la hectárea en producción porque da ganancia. El trabajo del Estado brasileño en este sentido fue enorme.

Punto 2: el productor agropecuario brasileño siempre accedió al precio lleno por lo que vendía desde el Plan Real, no hubo desdoblamiento cambiario, impuesto a las exportaciones o cuotas de exportación. Tener un horizonte claro sobre el acceso al precio lleno durante décadas es clave para el generar un apetito permanente a invertir, dado que poner en producción una hectárea no es una decisión que se toma de manera liviana. Por el contrario, en Argentina desde la salida de la Convertibilidad permanentemente se intervino el precio pagado al productor, con lo cual, ante una hectárea con iguales costos productivos, el brasileño podía ponerla en producción, mientras que el argentino no.

Agricultores cosechan trigo en una hacienda de Maringá, Brasil (Reuters)
Agricultores cosechan trigo en una hacienda de Maringá, Brasil (Reuters)

Punto 3: uno de los costos más relevantes para hacer una hectárea productiva es el logístico para mover los insumos y el producto de esa hectárea. En ese sentido el esfuerzo de Brasil fue titánico: i) entre la red federal y la red estadual de rutas se más que duplicó el kilometraje total, lo cuál no solo reduce el costo del transporte, funciona como habilitador ya que si no hay ruta cerca de esa hectárea no es productiva; ii) el desarrollo del etanol para reducir el costo del combustible fue muy importante (adicionalmente le daba un destino a la caña y secundariamente a los granos ampliando su demanda), sobre todo antes del descubrimiento de los yacimientos petrolíferos de los 2000 y iii) una legislación laboral que permite un menor costo por unidad transportada. Argentina por el contrario demoró 2 décadas en terminar la autopista Rosario – Córdoba y el estado de la principal red de rutas y caminos rurales del país que está dentro de la Provincia de Buenos Aires es ruinoso.

Punto 4: el crecimiento monumental del consumo de granos por parte del enorme mercado brasileño y su foco exportador de proteínas animales generaron una pulsión de demanda constante para los granos producidos en todo el territorio del país. Ese juego con “el costo del flete a centro de consumo” entre insumos y productos es muy común en los agronegocios globales y genera rentabilidad en hectáreas alejadas de los históricos centros de consumos locales y globales. Argentina apenas se autoabastece y casi no exporta pollo, cerdos y lácteos por una innumerable cantidad de razones.

Punto 5: las facilidades crediticias y una macro muy estable para invertir en la formación de stock de capital aplicado productivamente a generar nuevos negocios fueron determinantes para el desarrollo de un enorme parque de maquinaria agrícola y el crecimiento del rodeo de animales, particularmente el vacuno. Mientras el stock per cápita (o hectárea) del capital en Argentina se desmorona, el de Brasil crece permanentemente.

Punto 6: el rol de Embrapa investigando variedades de semillas mejor adaptables a las áreas que se colonizaban y la generación de datos de fecha de siembra, cosecha y otras informaciones cruciales para la conducción de cultivo diluyen el costo de la innovación y sobre todo el riesgo asociado colonizar áreas nuevas y acelera los tiempos del proceso de aprendizaje. En el caso de Argentina el grueso del costo de la innovación corre por cuenta de las redes privadas como AAPRESID (que lideró la revolución de la siembra directa), CREA y las empresas de agroinsumos, con una baja participación del INTA sobre todo en los cultivos extensivos y en la ganadería.

Ante un nuevo ciclo con desafíos enormes es importante recordar que no es necesario “inventar nada”, solo adaptar el ejemplo de Brasil como una guía clara para que los agronegocios argentinos retomen la senda de la expansión que abandonaron hace mucho, que el potencial que son sus personas está aún latente, esperando las señales correctas; el gigante dormido espera al despertador.

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