El presidente Javier Milei cumplió un mes en el cargo el pasado 10 de enero.
Desde su asunción, ha profundizado su narrativa para dar dimensión histórica a su proyecto reformista. Ha dado un lugar central en ella a Juan Bautista Alberdi. La decisión de comenzar su proyecto de “ley ómnibus” con el mismo título que el libro del prócer tucumano que más influyó en el contenido de la Constitución de 1853 (Bases y puntos de partida) fue un mensaje claro. A ello se sumó el homenaje que le rindió en su visita a Río Gallegos camino a la Antártida.
Alberdi fue un intelectual y publicista, pero que no ejerció funciones ejecutivas o legislativas en su más de medio siglo de actuación pública. Sólo cumplió funciones diplomáticas y no por un largo período.
La influencia de Alberdi fue importante pero no la única, y hoy hay historiadores que polemizan respecto al grado de liberalismo y conservadurismo que sostenía.
Pero la sanción de la Constitución fue obra de Justo José de Urquiza, un eficaz hombre de acción que no era un intelectual, sino un caudillo intuitivo y pragmático. Tal es así que a los pocos meses de su victoria en la Batalla de Caseros contra Rosas convocó a sus gobernadores al llamado Acuerdo de San Nicolás, donde se articuló políticamente el apoyo a la convocatoria del Congreso Constituyente.
Alberdi nunca conoció a Urquiza personalmente. Hay correspondencia entre ambos, pero no muy abundante. Pero el autor de las Bases, además de inspirar al primer presidente constitucional de Argentina, también lo defendió políticamente.
El primer mes de presidencia de Milei confirma claramente su compromiso con el credo liberal. Puede así presentarse como un continuador de Alberdi. Pero el problema es que ahora necesita transformarse también en un Urquiza. Es decir, en el hombre capaz de articular los acuerdos políticos necesarios para dar viabilidad a su ambicioso proyecto reformista.
La narrativa histórica de Milei lo obliga a asumir que las circunstancias lo llevan a ser, al mismo tiempo, un Alberdi y un Urquiza, y ese es quizás su mayor desafío. Ha sido muy común, tanto en la Historia como en la política contemporánea, la división de roles entre el ideólogo por un lado y el hombre de acción por el otro. Alberdi y Urquiza son un ejemplo de ello.
En la política contemporánea quizás, tras la caída del Muro, los roles en el Reino Unido de Anthony Giddens y Tony Blair, en función del proyecto de la “Tercera Vía”, sean un ejemplo elocuente.
En los últimos días, el tratamiento parlamentario tanto del DNU como de la “ley ómnibus” confirma la necesidad de la faceta para el presidente de ser un Urquiza. No es una función que en este momento Milei pueda delegar en el Jefe de Gabinete o el ministro del Interior. Vale la analogía histórica: quién convocó a los gobernadores a San Nicolás en 1852 y quien acordó con ellos la puesta en marcha de un nuevo modelo institucional fue el propio Urquiza. Es que en los momentos de crisis, la presencia del líder se hace imprescindible.
Para un presidente, el tiempo es un recurso escaso y mucho más en un momento de crisis como el que sufre la Argentina, corroborado por el hecho de que sea hoy el país del mundo con la mayor tasa de inflación anual, por encima de Líbano y Venezuela. Pero, nuevamente, la que se podría denominar “fase Urquiza” del liderazgo, hace imprescindible que sea el mismo presidente el que dialogue, convenza, seduzca y gane voluntades.
Siguiendo con la analogía histórica, el proceso que se abrió con la Constitución sancionada en 1853 sobre el modelo alberdiano y bajo la presidencia provisional de Urquiza, fue el inicio de un proceso políticamente conflictivo que llevó casi una década en cerrarse. Los ocho años que transcurrieron entre la sanción de la Constitución y la Batalla de Pavón vieron a la Argentina dividida en dos estados independientes, cada uno con su gobierno y cuerpo diplomático, y una pugna entre Buenos Aires y las provincias que recién terminó con la victoria de los porteños en dicha batalla.
Urquiza había sido derrotado -o había optado por retirarse del campo de batalla para permitir una solución política-, pero su modelo constitucional había triunfado.
En referencia a la realidad de hoy, el Presidente debe asumir que se ha iniciado un período complejo, trabajoso y conflictivo, en aras de cambiar el modelo de funcionamiento del país vigente en las últimas décadas.
También es necesario asumir que puede darse el caso de obtener éxito en la transformación, pero no poder capitalizarlo políticamente en lo inmediato.
Las Obras Completas de Alberdi -publicadas por el Estado argentino durante la primera presidencia de Julio Argentino Roca- ocupan veintisiete tomos, escritas a lo largo de medio siglo. Lógicamente, las ideas pueden cambiar a través del tiempo y eso también le sucedió a él: el Alberdi antirrosista de los años treinta del siglo XIX no tenía exactamente los mismos puntos de vista que al momento de su muerte, medio siglo más tarde. Pero mantuvo una coherencia en cuanto a su objetivo central, que fue la organización de la Nación.
En esta misma línea, el presidente no tiene que temer que una u otra medida pueda requerir cambios en su proyecto de reforma que se discute en el Congreso. Las circunstancias hacen que Milei hoy tenga que reunir en sí mismo las condiciones del ideólogo y del líder político de acción. Es decir, de acuerdo a su narrativa histórica, ser Alberdi y Urquiza a la vez.
Si está comenzando el segundo mes conversando respecto al alcance de las facultades delegadas que pide, comenzaría a ser Urquiza y quizás éste sea el camino adecuado.