¿Otro siglo de geopolítica total?

Aunque a fines del siglo pasado algunos consideraron que la disciplina estaba muerta, en la actualidad hay guerras con una importante base territorial en las que su presencia es categórica

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A pesar del fin de la Guerra Fría, Estados Unidos y Rusia siguen enfrentándose en conflictos bélicos de manera indirecta. (Foto: Reuters/Kevin Lamarque)
A pesar del fin de la Guerra Fría, Estados Unidos y Rusia siguen enfrentándose en conflictos bélicos de manera indirecta. (Foto: Reuters/Kevin Lamarque)

Aunque la geopolítica, es decir, la disciplina que básicamente concentra el estudio de la relación entre interés político, territorio y poder, ha sido considerada después de la Segunda Guerra Mundial como una “disciplina maldita”, pues se la “responsabilizó” de ser una guía para incrementar el poder nacional en detrimento de territorios y recursos ajenos, la geopolítica continuó siendo una realidad rotunda. La Guerra Fría, que fue el régimen internacional que dominó buena parte del siglo XX (cuando no casi todo), fue una confrontación entre dos grandes poderes que aspiraban a extender sus esferas de influencia a escala mundial.

El fin de la confrontación bipolar habilitó hipótesis relativas con la fase terminal de muchas disciplinas. Por supuesto, la geopolítica fue una de ellas, e incluso antes que terminara dicha confrontación desde los enfoques constructivistas se consideró que estaba acabada. La geopolítica continuaría como vocablo, pero se le quitaría o reduciría al mínimo su esencia, es decir, la relación interés político-territorios con fines asociados al poder nacional.

De ese modo, la geopolítica pasó a ser una “disciplina a la carta”. Todo podría ser enfocado en clave geopolítica: desde las finanzas hasta el clima. Es decir, el término fue pluralizado o “democratizado” con la intención de que su contenido deletéreo se volviera evanescente, erradicándose así una de las disciplinas problemáticas del pasado y en particular del muy tormentoso siglo XX.

Pero con la geopolítica sucede lo mismo que con la guerra u otros fenómenos que se identifican con descensos en las relaciones internacionales: no dependen de la voluntad del hombre para que desaparezcan. Se trata de regularidades en la historia, es decir, realidades con más fuerza que otras situaciones deseables pero quiméricas, por caso, la paz. Ha existido la guerra total, pero nunca hubo una paz total. Ahora, sí ha existido el orden interestatal, por lo menos desde el siglo XVII, que siempre sobrevino tras una gran confrontación militar. Es por ello que dentro de la corriente realista de la política internacional se prefiere el término orden al de paz.

Por tanto, la geopolítica no sucumbió a la globalización de los años noventa. Por el contrario, la globalización implicó geopolítica por otros medios (centralmente económicos). Nunca nos cansaremos de repetirlo: los procesos en las relaciones internacionales nunca son neutros; siempre se fundan en lógicas de intereses, de influencia y de poder. Y la globalización implicó oportunidades, sin duda, pero no fue un fenómeno desprendido y bondadoso. Hubo actores que deliberadamente lograron importantes ganancias con ella.

Si la geopolítica se relacionó siempre con la captación de territorios, en los noventa continuó haciéndolo, aunque ahora se trató de captación de mercados y de lograr que los Estados retiraran sus capacidades regulatorias para que los sujetos geoeconómicos penetraran. Por ello se trató de geopolítica por medios nuevos, sutiles, atractivos.

De manera que el siglo XX fue un siglo bajo la predominancia de la geopolítica. Parafraseando la obra del gran Raymond Aron, fue un siglo de geopolítica total. Lo que podemos denominar “compuertas geopolíticas”, es decir, hechos de cuño territorial que fueron antesala de grandes acontecimientos, abundan en el siglo XX. Se podría narrar el siglo desde la geopolítica. Es cierto que el acontecimiento que clausura la centuria ha sido el desplome del imperio soviético (que, en parte, se explica por compuertas geopolíticas como la desmedida expansión mundial soviética en los años setenta). Pero los últimos acontecimientos geopolíticos seminales han sigo la globalización y la ampliación de la OTAN (a los que también podríamos agregar la guerra en Yugoslavia, donde no solo hubo geopolítica, sino la versión que la marcó en los años treinta y cuarenta durante la guerra en Asia y Europa: la suelo-racial).

En pocos términos, tras la Guerra Fría hubo “geopolítica suave” y geopolítica habitual.

El siglo XXI ha despuntado con acontecimientos geopolíticos: el ataque perpetrado por el terrorismo transnacional en el territorio más seguro del planeta el 11-S-01 fue de cuño geopolítico, pues se fundó en un cambio territorial que realizó el terrorismo durante los años noventa. Luego vinieron otros hechos geopolíticos como la proyección de Estados Unidos a la región del golfo Pérsico y Afganistán, nuevas ampliaciones de la OTAN, doctrinas espaciales más asertivas, proyección de poder hacia territorios casi anecúmenes, etc.

Tal vez por la cooperación que hubo entre Estados Unidos, Rusia y China en materia de lucha contra el terrorismo transnacional (porque era un reto en los que convergían sus intereses), también por la crisis financiera de 2008, pareció que la geopolítica retrocedió. Pero la anexión rusa de la península de Crimea en 2014 recentró una vez más a la geopolítica en los asuntos mundiales e internacionales.

Por ese acontecimiento, autorizados expertos sostuvieron que la geopolítica estaba de regreso. Pero se trataba de un desacierto, pues la geopolítica nunca se había marchado: pudo haber cambiado su naturaleza, replegarse ante fenómenos más expectantes, pero el territorio como fuente de conflictos y maximización del poder nacional continuaba estando allí.

Desde entonces, el escenario internacional se deterioró, la desconfianza aumentó y el multilateralismo descendió. Es cierto que el comercio internacional, la conectividad y el avance tecnológico no tienen precedente, pero en todos estos temas se cruza la geopolítica. Incluso en el tema que más expectativas y debates provoca, la inteligencia artificial, ya abundan los trabajos relativos con la geopolítica de la IA.

Por otra parte, las enormes dificultades que afronta el Estado para proveer bienes públicos a la sociedad ha llevado a que se extiendan las territorialidades de los grupos fácticos como el narcotráfico. Acaso no pocos países de América Latina reflejan y sufren ese fenómeno, muy palmario hoy en Ecuador.

Las guerras que ocurren actualmente en Ucrania y Medio Oriente tienen una importante base territorial. Si a estas dos placas geopolíticas selectivas del globo consideramos la situación en la tercera, es decir, en el arco que se extiende desde Asia del sur-Índico hasta Asia del norte, tenemos que en los tres escenarios pasibles de disparar una guerra mundial la geopolítica es categórica.

La pregunta, entonces, es si no nos hallamos frente a otro siglo de geopolítica total, pues si mañana se desata una conflagración de gran escala, en el futuro la misma será estudiada desde el fenómeno de las compuertas geopolíticas, es decir, los hechos con base político-territorial que son antesalas disparadoras de acontecimientos trascendentales.

Volviendo una vez más al olvidado francés Aron, en su célebre “Guerra y paz entre las naciones” sostiene que “todos los órdenes internacionales han sido órdenes territoriales”. Hace tiempo que no tenemos un orden internacional, es decir, nos encontramos en medio de crecientes desórdenes territoriales.

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