En un mundo donde el acceso a la información y a las experiencias es más rápido y fácil que nunca, enfrentamos un dilema moderno: niños que crecen demasiado rápido, entrando en la pubertad antes de lo esperado. Estos jóvenes, inmersos en un huracán de estímulos y experiencias, descubren que el encanto de sus años más tempranos se desvanece prematuramente, dejando un vacío desafiante. La llegada del verano y las vacaciones intensifica esta situación, con jóvenes ansiosos por sumergirse en actividades propias de la adolescencia, como ir a bailar o explorar relaciones íntimas, entre otras experiencias, sin estar emocional o psicológicamente preparados.
La era actual, marcada por avances tecnológicos y acceso ilimitado a la información, expone a los jóvenes a una diversidad de experiencias y conocimientos que anteriormente estaban reservados para los adultos. Con facilidad, pueden adentrarse en mundos, culturas y temas que rebasan su desarrollo emocional y cognitivo.
Los jóvenes, al enfrentarse a estos estímulos elevados, pueden verse empujados hacia actividades inapropiadas para su edad. Esta inclinación hacia experiencias propias de una etapa más madura puede repercutir negativamente en su desarrollo emocional y físico.
El consumo descontrolado de alcohol en los jóvenes representa un problema multifacético y profundamente preocupante. No se trata únicamente del daño directo a su salud, particularmente al cerebro, que se encuentra en una etapa crucial de desarrollo y es especialmente vulnerable a los efectos nocivos del alcohol. Más allá de estas consecuencias físicas, el riesgo más significativo y peligroso es la pérdida de control sobre sí mismos. Al intoxicarse, los jóvenes comprometen su capacidad para tomar decisiones sensatas y medir las consecuencias de sus actos, lo que los expone a una variedad de situaciones riesgosas. Este descontrol puede llevar a comportamientos imprudentes y peligrosos, desde decisiones impulsivas hasta situaciones de vulnerabilidad extrema, aumentando así exponencialmente el riesgo de daño físico, emocional y social.
Los padres desempeñan un rol vital en moderar la exposición de sus hijos a estas y otras experiencias prematuras. La tendencia de algunos padres a actuar más como amigos que como figuras de autoridad, el “padre canchero”, “gamba”, enfatizando la complicidad sobre la orientación, puede tener consecuencias inesperadas en la crianza. Esta dinámica, en lugar de protegerlos, puede exponerlos a desafíos para los cuales no están preparados, debilitando el papel de los padres como guías en un mundo cada vez más complejo. Es crucial establecer límites adecuados y asegurarse de que el acceso a ciertas actividades o experiencias se dé en el momento apropiado. Los padres deben ser conscientes de la importancia de guiar a sus hijos a través de la pubertad, fomentando experiencias que sean apropiadas para su edad.
Es indispensable que les enseñemos a nuestros hijos a hacer un buen uso de la libertad paulatina que van consiguiendo, y que en ese camino, acompañemos y guiemos. Seguimos siendo faro y contención para ellos.
Un párrafo aparte merece el de los preadolescentes que aún conservan su inocencia y niñez y enfrentan un desafío particular en un entorno donde sus pares ya están experimentando los embates de la pubertad y sus tumultuosas hormonas. Estos chicos pueden sentirse presionados y a veces marginados por aquellos que ya están explorando comportamientos y actitudes más maduros. Esta brecha de desarrollo puede generar en los más jóvenes sentimientos de inseguridad, confusión o incluso la necesidad de acelerar artificialmente su propio crecimiento para encajar. La presión de conformarse a normas y tendencias impuestas por aquellos que están en una fase diferente de su desarrollo emocional y físico puede ser una fuente de ansiedad y estrés, lo que subraya la importancia de fomentar un ambiente donde cada niño se sienta seguro y valorado en su propio ritmo de crecimiento y madurez.
En comparación con la adultez, la preadolescencia es un período breve pero crucial. Es un tiempo para aprender y crecer a un ritmo natural, sin las presiones del mundo adulto ni de la sociedad de consumo. Los niños sobreestimulados son niños que ya lo han visto todo, a quienes nada sorprende o asombra. Cuidado que no necesiten de otro tipo de diversión, de adolescentes, porque las cosas que deberían interesarles ya no lo hacen.