2024, modelo para armar

Será un año de grandes definiciones electorales en Estados Unidos y la Unión Europea, mientras las guerras en Ucrania y Medio Oriente se extenderán en el tiempo. Viejos focos pueden acentuar la inestabilidad global, a fin de poner un cerco a las democracias liberales y desalentar a su opinión pública

Joe Biden intentará ir por la reelección mientras que Vladimir Putin ya puede dar la suya por hecha (Foto: Reuters/Kevin Lamarque)

El año que recién estamos iniciando será de grandes turbulencias, pleno de incertidumbres y varias definiciones a escala planetaria.

La guerra de invasión rusa a Ucrania, comenzada el 24 de febrero de 2022 a gran escala, continuará marcando la agenda global, cuando parece haberse naturalizado este conflicto. La guerra entre el Estado de Israel y el grupo terrorista Hamás, que está aliado a Hezbollah y a los Huthíes en Yemen, se prolongará en 2024 con probables ramificaciones en Medio Oriente y el norte de África. Ambas guerras están concatenadas, ya que se trata de un enfrentamiento global de los más variados regímenes autoritarios –teocracias, regímenes de partido único, cleptocracias personalistas- frente a las democracias liberales. La República Islámica de Irán, por ejemplo, suministra los drones Shahid a Rusia para sus ataques contra las ciudades ucranianas, así como también provee de material bélico al denominado “eje de resistencia” de Hamás, Hezbollah y los Huthíes.

A estas dos guerras iniciadas en 2022 y 2023, se suman algunas zonas de extrema tensión que merecen ser observadas: una es Taiwán, a la que la República Popular China considera como parte de su territorio. El status de la isla sigue siendo de gran complejidad y es una de las herencias de la guerra fría, que este mes celebra elecciones presidenciales. Los comicios en Taiwán suelen ser motivo para el despliegue de ejercicios militares de la República Popular China en torno a la isla, como elemento de amenaza para recordar el carácter precario de su situación, siendo reconocida como el gobierno legítimo de China por muy pocos países en el mundo. Como uno de los eslabones más difíciles para Estados Unidos en la región del Indo-Pacífico, es sumamente probable que sigamos escuchando a lo largo de este año cómo el régimen de Beijing esgrime la carta nacionalista que siempre es redituable en el uso interno.

Otra región de fractura, volcánica en sus consecuencias, es la larga franja del Sahel, que atraviesa de oriente a occidente al continente africano. Como resultado de la desertización y de la consecuente pérdida de los ya escasísimos recursos para la subsistencia de la población local, además de la inestabilidad estructural de los Estados de la región, se ha vuelto fértil para la proliferación del jihadismo. Esta situación general de pobreza, violencia y guerras provoca las migraciones hacia el norte con el objetivo de cruzar el Mediterráneo y alcanzar las costas europeas. Francia, la antigua metrópoli del sistema colonial implantado en gran parte del Magreb y del Sahel, se encuentra en retirada y fue siendo reemplazada por los mercenarios rusos del Grupo Wagner -cuyos restos están ahora bajo el control de Vladímir Putin-, que actúa como la guardia pretoriana de los recientes golpes de Estado. Teniendo en vista que las migraciones han sido utilizadas como armas de guerra por Rusia en el pasado reciente –recordemos los “migrantes” llevados desde Medio Oriente hacia Bielorrusia en 2021 para que cruzaran las fronteras con Polonia y Lituania, y en 2023 para que atravesaran la frontera rusa con Finlandia-, no sería descabellado anticipar un episodio similar de millares de personas intentando cruzar el Mediterráneo en improvisadas balsas, para desestabilizar a la OTAN y a la Unión Europea en su flanco meridional.

Vladímir Putin tiene presente la mirada cortoplacista y voluble de la opinión pública en el hemisferio occidental, y apuesta a la fatiga creciente por sostener la defensa de Ucrania. En los círculos académicos e intelectuales de Occidente, se ha puesto de moda cuestionar los propios cimientos y valores, al tiempo que miran con insólita benevolencia a los regímenes autoritarios. Tras sostener durante dos decenios a movimientos ya sea ultranacionalistas, de extrema izquierda o secesionistas en las naciones que componen la Unión Europea, aspira a que ésta se descomponga como superestructura y a que los países se fragmenten en pequeñas unidades, envueltas en un continente marcado por las sospechas mutuas. En junio de 2024 se celebran elecciones para el Parlamento europeo y quizás haya un repunte de los movimientos que canalizan el enojo, en detrimento de las fuerzas democráticas comprometidas con la estabilidad y continuidad de la construcción común.

2024 es también año de elecciones: en Rusia, Vladímir Putin será ratificado en un acto de simulación con urnas por otro sexenio, al tener frente a sí a candidatos prefabricados, cuyos partidos apoyan el expansionismo militar. La censura, el exilio o la prisión de los auténticos opositores, el manejo de los medios de comunicación y las presiones más o menos veladas contra toda expresión independiente, le aseguran otro mandato hasta 2030 en pleno contexto de una guerra que le está resultando muchísimo más difícil de lo que suponía cuando la desató en febrero de 2022.

Es por ello que apunta al cansancio de la opinión pública en las democracias de Occidente: a los comicios generales en la Unión Europea, se suma el larguísimo proceso electoral que comienza este enero con el caucus de Iowa y la elección primaria de New Hampshire, y que termina el martes 5 de noviembre para definir al próximo presidente de los Estados Unidos, además de la totalidad de la Cámara de Representantes, un tercio del Senado, y varios gobiernos estaduales y municipales. El escenario que se anticipa es un nuevo round entre Donald Trump y Joe Biden, y estará marcado por acusaciones de fraude, juicios, impugnaciones de candidaturas y una gran polarización de dos bloques del electorado. Biden, como todo presidente en ejercicio, tiene una labor más compleja para retener diversas franjas del electorado. Por ejemplo, mantiene su apoyo a Ucrania y al Estado de Israel, al tiempo que los sectores más a la izquierda de su propio partido cuestionan estos lineamientos de la política exterior de la administración demócrata. En una elección que se anticipa pareja, cada voto y cada Estado cuentan en el resultado final.

Será, pues, un año en el que los liderazgos políticos de las democracias liberales deberán mantener templanza y proyectar señales de optimismo y esperanza a pesar de la tormenta del mundo. Si fuera de otro modo, no merecerían continuar ni ser recordados por carecer de los más mínimos requisitos y aptitudes ante estos desafíos mayúsculos.