Argentina entró en el modo necesidad y urgencia, pero debe salir del síndrome de interminables debates o agravios teledirigidos que busca imponer la ley del más fuerte.
La situación del país requiere, aunque sin dejar de lado el pensamiento crítico y constructivo que interpreta la dimensión de la crisis que estamos atravesando, del sentido de urgencia. Es momento de jugar este partido con la camiseta de la selección nacional por encima de los colores partidarios o ideológicos, para vencer la crisis y crecer.
Se dice que donde nace una necesidad, nace también un derecho, pero un derecho termina donde comienzan los derechos de los demás. Sabio principio que la generación del 50 aprendió en educación cívica de primer año de secundaria.
Pero también es cierto que a cada derecho le corresponde una obligación, es decir que es necesario que con urgencia asumamos nuestras obligaciones como ciudadanos, en lugar de reclamar como habitantes, creyendo que el esfuerzo solo es de unos pocos.
Aunque seamos fans de las sagas de la liga de superhéroes que en un abrir y cerrar de ojos restauran el bien y la paz mundial, la vida real demanda una masa crítica de buenos samaritanos. Para entender su origen, es esencial consultar los evangelios:
Según San Lucas, capítulo 10: “Un hombre bajaba y fue atacado por ladrones, Le quitaron la ropa, le pegaron y lo dejaron medio muerto al costado del camino”. Así como la víctima de esta parábola bíblica toma la decisión de transitar cuesta abajo por un sendero minado de inseguridad y sufrir daños significativos, Argentina tomó atajos que le ocasionaron innumerables flagelos, siendo conscientes de que el proceso de sanación no será instantáneo.
Entonces, pasó un samaritano despreciado y, cuando vio al hombre, sintió compasión por él. Se le acercó y alivió las heridas con vino y aceite de oliva, y se las vendó. Luego subió al hombre en su propio burro y lo llevó hasta su alojamiento, donde cuidó de él.
Indudablemente, las malas decisiones han provocado grietas, heridas, disputas, pase de facturas, reeditando año tras año la antigua pelea de unitarios y federales.
Tal diagnóstico requiere de buenos samaritanos. Es decir, gente que no estaba en la órbita del liderazgo actual, los emergentes del cambio, que surgen de la misma ciudadanía, dispuestos a ir hacia donde está la necesidad, con hechos en lugar de relatos, con celeridad, no haciendo un show del problema sino afrontando la crisis por más dura que esta sea.
Son personas dispuestas a desregular la caridad, sin restricciones por los débiles. Su perfil es ilimitado, ya que se los encuentra en todas las áreas y niveles sociales, previsores de llevar consigo un botiquín de primeros auxilios con todo lo que se requiere para aliviar las cargas de los demás, poniendo su vehículo y buscando un techo para su prójimo, si fuese necesario.
Pero la historia bíblica también muestra la otra cara de la moneda: un religioso pasó por allí de casualidad, pero cuando vio al hombre en el suelo, cruzó al otro lado del camino y siguió de largo. Existen actores sociales que, al no ver el sentido de urgencia, pero sí la necesidad, creen que no es el momento de actuar, miran para otro lado, porque sus propios intereses están por sobre encima de la necesidad del otro. Su punto ciego radica en no ver un principio milenario expresado en el siguiente proverbio: “Es mejor ser dos que uno, porque ambos pueden ayudarse mutuamente a lograr el éxito”.
Cruzar para otro lado y vivir en la individualidad puede hundirnos como Nación.
Días pasados, en una mesa familiar de lectura, mi hija menor encontró en su lectura diaria otro proverbio, y exclamó: “¡Es lo que Argentina necesita!”. Cuando hay corrupción moral en una Nación, su gobierno se desmorona fácilmente. En cambio, con líderes sabios y entendidos, viene la estabilidad.
Necesitamos también buenos samaritanos entre nuestros gobernantes, donde su rasgo distintivo sea la estabilidad en todos sus órdenes. Que sean capaces y audaces a la hora de vencer al estatus quo y los vicios que se han impregnado, con una mente sana, para enterrar definitivamente el viejo refrán que dice que “hecha la ley, hecha la trampa”.
De todo lo expuesto, no puedo dejar de citar a el economista social Stefano Zamagni, presidente de la Academia de Ciencias Sociales del Vaticano. Menciona que dicha estabilidad se logra en la sociedad cuando es posible que esta descanse en una banqueta de tres patas (Sociedad Civil, Estado, Empresa). Cuando estas se reconocen a sí mismas, pueden valorar a las demás y, sin confundir el rol de cada una, el resultado radica en un trabajo conjunto para el bien común.
El buen samaritano no midió, no especuló al ver a un hombre en situación de vulnerabilidad, que incluso era despreciado por la víctima, porque provenían de pueblos que no se hablaban entre sí. Pero aun así hizo lo que tenía que hacer: comprendió la necesidad y la urgencia del momento. Es el anhelo que cada sector asuma su obligación, pero sin quebrar alguna de las otras patas, de otro modo perderemos la estabilidad que tanto necesitamos, para ver a nuestra amada Argentina ponerse de pie.