El ataque de Hamas contra Israel a principios de octubre de 2023 trajo consecuencias en todas las dimensiones del ecosistema internacional. Un nuevo conflicto que se extiende en el tiempo y que -sumado a la Guerra en Ucrania- abre múltiples frentes en un escenario ya definido por un escalamiento acuciante de tensiones a nivel mundial.
En la Franja de Gaza, la complejidad de cada negociación de cese al fuego o de un plan de paz, promovidos por los propios actores regionales como Qatar o Egipto, chocan con una realidad inflexible definida por movimientos terroristas y estados que los financian.
En esa misma línea, presenciamos la inseguridad de las rutas marítimas del Mar Rojo y el peligro de un posible bloqueo de la ruta petrolera del estrecho de Ormuz, con el potencial real de una nueva crisis del petróleo, que sume a la presión de los precios a nivel internacional ya experimentados como resultado de la Guerra en Ucrania. A ello se suma la inseguridad preexistente de las rutas marítimas del África Occidental y las del estrecho de Taiwan, amenazando las arterias más transitadas del comercio mundial, en un contexto de competencia entre grandes potencias, devenido en guerras comerciales que ya venían definiendo el panorama global, y ahora profundizada por la competencia por minerales críticos definidos por su escasez y concentración geográfica. La militarización del Mar de China Meridional -al igual que la amenaza de Corea del Norte y sus capacidades nucleares sobre Corea del Sur y Japón- no sólo no escapa a esta tendencia, sino que la profundiza.
Frente a este escenario de crisis múltiples, el foco estratégico de los Estados Unidos se centra sobre el Océano Pacífico, mientras la Unión Europea vela por sostener su apoyo a Ucrania -frente a una nueva ofensiva rusa- sin descuidar el delicado equilibrio en los Balcanes o la inestabilidad del conflicto entre Armenia y Azerbaiyán sobre el Nagorno-Karabaj. Ambos comparten con igual determinación su apoyo al Estado de Israel.
En América Latina, que hasta ahora detentaba el activo de “zona de paz”, el reclamo venezolano sobre Esequibo se reaviva a medida que se acercan las elecciones en ese país, un actor extrarregional -Gran Bretaña- anuncia el despliegue de una patrulla naval a Guyana, ex colonia y aliada del Reino Unido, en señal de apoyo en la disputa.
Elecciones y la criticidad de sus resultados
Sobre esta realidad multidimensional ya compleja pesa -como precisó el New York Times hace pocos días- un factor decisivo que se desarrollará en los próximos 12 meses: elecciones nacionales o regionales en actores de cada punto cardinal del globo que representan el 60% del PBI Mundial. La sucesión de eventos electorales tendrá incidencia directa en la definición de posicionamientos que pueden redefinir un mapa de alianzas que hoy mantiene en pie la arquitectura internacional frágil y fragmentada que define el actual (des)orden mundial.
Entre las elecciones más significativas se destacan la de India, habiendo experimentando desde su presidencia del G20 en 2022 un empoderamiento y validación internacional; Indonesia, país donde habita el mayor número de musulmanes y con recursos minerales codiciados; México, en Latinoamérica, con un juego que vuelve a versar sobre energía e inversiones; Sudáfrica, miembro del BRICS de posicionamiento privilegiado en el continente africano a partir de sus recursos y próximo anfitrión del G20 en 2025, concluida la presidencia de Brasil; Estados Unidos, con un escenario en el que la polarización vuelve a hacer pensar en un triunfo de Trump; y por último las elecciones del Parlamento Europeo por parte de los 27 países de la UE, previendo una conformación al menos distinta de la actual, considerando el impacto de factores como la migración, la inflación, el surgimiento de ultraderechas antieuropeístas y el conflicto en Medio Oriente, que afecta a las sociedades como variable adicional, estrechamente ligada al pasado y presente del continente. Las elecciones en Rusia o Venezuela, por predecibles que parezcan, constituyen en sí mismas una afrenta a lo que hace a los principios republicanos de la democracia participativa, alternancia de gobiernos, el estado de derecho y las libertades y derechos individuales.
Riesgo Geopolítico en agenda
El riesgo geopolítico y su impacto en una economía internacional serán eje de las próximas conferencias internacionales de la agenda 2024, el Foro Económico de Davos en enero y la Conferencia de Seguridad de Munich en febrero, sobresaliendo esta última -edición tras edición- en la escena en la cual “decision makers meet geopolitics” y desde la cual Occidente se percibe como un todo frente a múltiples actores individuales que no conforman una unidad cerrada ni coordinada, un universo de actores con tienen intereses muy diferentes, unidos en la búsqueda de un nuevo (des)orden mundial.
Occidente aborda hoy el desafío de sopesar cuántas crisis en simultáneo puede sostener sin que peligre un orden multipolar ya frágil y fragmentado, con desafíos incrementales y que no admiten demoras de abordaje, en el que el cambio climático, la vulnerabilidad de la economía internacional, las crisis de deuda en tiempos de contracción y políticas monetarias restrictivas, la presión migratoria o el crecimiento exponencial de la extrema derecha y de liderazgos mesiánicos en tiempos turbulentos se presentan como elementos constitutivos de un todo complejo. Todo ello con fuerte impacto en variables geoestratégicas y geoeconómicas que no reconocen límites ni fronteras.
Argentina contribuyendo al “de-risking” internacional
La Argentina recibirá un 2024 siendo testigo de reacomodamientos geopolíticos que nos ponen, una vez más, frente a un escenario de cambios en las coordenadas de la política internacional, presentando doblemente el desafío y la oportunidad de posicionarnos como un actor confiable -y como tal con un rol que cumplir- en la complejidad de la escena multilateral.
La República Argentina, históricamente valorada por su rol y aporte en el concierto de las naciones occidentales, vuelve a cobrar protagonismo en un escenario que pone en jaque el multilateralismo y al orden mundial tal como lo conocimos. No obstante su marginalidad en lo que hace a su ubicación geográfica o con respecto a los centros decisorios, nuestro país -que ha vivido en carne propia atentados terroristas y siente aún el impacto de la Guerra en Ucrania- continuará afrontando el desafío de articular un posicionamiento externo claro y sin sofisticaciones, un posicionamiento internacional acorde a un mundo (inter)conectado y cuyos actos repercuten en cada rincón del planeta y en la vida cotidiana de millones de habitantes, sea en Israel, Ucrania o donde los acontecimientos nos lleven. Seamos conscientes que cualquier conflicto, por lejano que parezca, nos afecta de manera directa a los 47 millones de argentinos.
Se trata de hacer una contribución a un multilateralismo en momentos en que se experimenta un marcado déficit en esta materia, a partir de la incapacidad del sistema de Naciones Unidas de resolver conflictos que involucran de modo directo o indirecto a miembros permanentes del Consejo de Seguridad.
Una vez más, es el momento de demostrar -a partir de nuestra mejor tradición diplomática- una Argentina responsable, preparada y ejercitada para cumplir un rol de responsabilidad en el sistema internacional, para pensar lo impensable y actuar en un escenario de cambios con una brújula clara. Una Argentina como factor y actor clave en materia de-risking geopolítico y geoeconómico. Esa es la tarea y la mejor contribución de nuestra política exterior en estos momentos.