Cumplimos 40 años de democracia, con derechos conquistados y deudas pendientes. Con la posibilidad de elegir a nuestros representantes políticos, pero con una clara crisis de representación de la sociedad en general que tiene como principales protagonistas a los más jóvenes.
Posiblemente, esto se deba a que una gran parte de la política tradicional, por un promedio de edad bastante alto o por usos y costumbres de la vieja guardia, maneje un código de vestimenta, de comunicación, de lenguaje y de agenda que no se condice con las necesidades, las inquietudes y los deseos de las juventudes.
Es que estos políticos crecieron y se formaron en otra sociedad, donde, por ejemplo, las nuevas tecnologías prácticamente no existían, los proyectos de vida eran menos autónomos o las temáticas existenciales y novedosas que hoy son de gran interés, antes eran ignoradas, tales como la salud mental, los delitos virtuales, la violencia escolar/bullying o la protección del medioambiente y el buen trato a los animales.
En este sentido, la heterogeneidad de las juventudes también genera distintas formas de participación ciudadana que, progresivamente, se alejan de la política tradicional para buscar nuevos espacios y liderazgos, ya sea en los centros de estudiantes (secundarios o universitarios), en las comisiones jóvenes de sindicatos, de asociaciones civiles, de colegios profesionales o uniones industriales. Es decir, vemos cómo en organizaciones de todo tipo el factor joven busca empoderarse e impulsar su propia agenda.
Ahora bien, la militancia de las ideas no se circunscribe exclusivamente al territorio, al presencialismo o la organización colectiva. De ahí que, de manera cada vez más frecuente, surjan referentes virtuales (y hasta individuales) tipo influencers, desde el clásico youtuber, a los instagramers o tiktokers, que logran masificar una idea en las redes sociales. Por lo cual, hoy por hoy, las opciones de participación ciudadana son muchas, lo que, por un lado, marca una fortaleza de la democracia que nos otorga libertad de expresión, de circulación y acción bajo diferentes formatos; pero por otro, un desafío que intima a la dirigencia política a desarrollar nuevos canales de escucha, debate e integración ciudadana a los efectos de poder canalizar todas esas expresiones.
Esto es algo muy importante sobre lo que desde el Estado se debe tomar nota: no hay mayor descontento que el que provoca no sentirse escuchado y, en estos tiempos, hay mucha gente que busca hacer sentir su voz. Un funcionario, un mostrador, un empleado que no empatiza contribuye a una sociedad de mecha corta, donde en cualquier momento un chispazo despierta a la gente y la canaliza en algo bueno como una acción solidaria o, todo lo contrario, la puede llevar al caos y al infierno. Esto es algo que vemos a diario en todo el mundo. Sociedades que parecían estables, como Francia o Chile, han tenido estallidos sociales de gran envergadura.
Otra cuestión que debe saldar el Estado es el factor tiempo. Vivimos en la era de las telecomunicaciones, donde todo está al alcance de un touch, de unos caracteres o de un click. Sin embargo, hay una idiosincrasia burocrática de papel, tinta, trámites y diversos obstáculos que responde al siglo pasado. Esto también genera una lejanía con una franja etaria que jamás podría verse representada con estos usos y costumbres.
Por lo cual, el desafío de aggiornamiento urge. Esto no significa que debe ser todo nuevo (dirigentes, infraestructura, ideas, herramientas, personal), sino que se deben promover espacios para escuchar y darle participación a colectivos que, hasta el momento, no eran protagonistas de la agenda estatal y que, con mucha peregrinación, movilización y esfuerzo desde las calles, se ganaron su lugar en la opinión pública.
Claramente, debemos empatizar y abrazar a los jóvenes, que con una expectativa de vida cada vez mayor y la posibilidad de elegir a representantes políticos desde los 16 años, se han convertido en la franja poblacional más populosa y heterogénea, a la que es necesario escuchar y prestar atención desde el Estado, comprendiendo que no existe una sola manera de ser joven, sino que son múltiples las diversidades de las juventudes como colectivo social y que, además, no solo representan el futuro, ya que son parte fundamental para construir en el presente una sociedad mejor.