En tiempos donde es necesario hacer un esfuerzo desde todos los niveles del Estado, el gobierno provincial insiste en utilizar una receta remanida que es la de aumentar los impuestos en valores significativos. Bajo este nuevo esquema, los bonaerenses recibirán boletas con hasta un 300% de aumento y un piso del 140%.
El combo que propone el gobierno provincial es explosivo, aumento sideral de impuestos y un pedido de endeudamiento que se estima en más de 160 mil millones de pesos.
Me pregunto si la estrategia es continuar con los planes de financiamiento de los viajes de egresados para los chicos del último año de la secundaria, la pomposa estructura de asesores que cuesta miles de millones de pesos cada año, los 1700 cargos políticos nuevos creados en la última gestión, el pase a planta de decenas de miles de trabajadores estatales o el desequilibrio fiscal de las empresas públicas y organismos como el IPS.
¿No es momento de revisar y corregir estos desequilibrios, antes de echar mano a las recetas de siempre y seguir exprimiendo aún más al sector privado, tanto personas físicas como empresas, con más impuestos confiscatorios?
La última campaña electoral dejó una serie de enseñanzas, entre ellas, los argentinos y en particular los bonaerenses nos piden gobiernos austeros, cercanos y empáticos, que cuiden los ingresos y no despilfarren, que seamos gobernantes pero no cortesanos, gente común con sentido común. También nos exigen que le saquemos un pie de la cabeza al sector privado y lo dejemos producir más para generar más riqueza, en fin, nos reclaman por un Estado más chico y eficiente que se ocupe solamente de resolver los problemas de la gente.
En esta nueva Argentina que se nos abre paso, es fundamental que los dirigentes miremos, en forma crítica, más hacia dentro de las organizaciones estatales. No hay que tenerle miedo a la palabra “ajuste”, porque en sí no es un concepto negativo, es justamente algo “justo”, lo justo y necesario; no podemos gastar más de lo que ingresa y no nos podemos endeudar para solventar gastos corrientes, dos principios fundamentales de la economía que cualquier buen administrador adopta, no sólo en el Estado sino también en la economía empresaria o familiar.
La ciudad de Buenos Aires está haciendo un esfuerzo enorme para dar ese ejemplo. Estamos trabajando en una reducción importante de los puestos políticos y reviendo el gasto público sin resentir la calidad ni la cantidad de los servicios que deben prestarse a los vecinos. El mismo camino están encarando Ignacio “Nacho” Torres en Chubut ordenando las cuentas públicas, Rogelio Frigerio en Entre Ríos con un plan de modernización y transparencia del Estado o el mismo Claudio Poggi en San Luis que va a reducir un 40% la planta política provincial.
En Lanús, hemos dejado un municipio ordenado en ese sentido, cumpliendo 8 años continuos de superávit fiscal, y dejando en las arcas públicas fondos suficientes para asegurar el pago de los próximos 3 meses de sueldos y el medio aguinaldo de fin de año, hasta el nuevo intendente se permitió otorgar un bono de fin de año de 100 mil pesos para todos los trabajadores municipales.
A veces es difícil que la mala praxis de los gobernantes en estas cuestiones puedan ser evaluadas, en tiempo y forma, por los ciudadanos envueltos en un torbellino de noticias que los agobia y les dificulta desmadejar lo importante de lo accesorio, pero siento que la ciudadanía, de a poco, comienza a valorar a “los que cuidan el mango”.
Por eso insisto que el camino de pagar la fiesta de los últimos cuatro años con más impuestos y deuda no solo es facilista sino muestra un nivel de ineficacia administrativa difícil de asumir.