Años antes de liderar la revolución rusa de 1917, Vladimir Lenin leyó un artículo del filósofo Nikolai Chenyshevski. Partidario de terminar con el zarismo como él, Lenin se quedó maravillado con un concepto del académico: “Cuanto peor, mejor”. Allí explicaba como impulsar acciones violentas que aceleraran la decadencia y la descomposición de la monarquía hasta que esta cayera por su propio peso, y por el enojo de una sociedad hastiada del caos.
Desde entonces, muchos procesos políticos adoptaron la idea del “cuanto peor mejor, peor” para tratar de sacar ventaja del estallido del gobierno de turno. Es el caso de Montoneros y del resto de los movimientos guerrilleros de los años ‘70 en la Argentina, que luego de la pelea con Juan Domingo Perón buscaron generar el caos multiplicando los atentados y los asesinatos que ayudaran a acelerar su pronta llegada al poder.
Así socavaron a una democracia débil y a la que despreciaban por burguesa. Como se comprobó poco después, lo que lograron fue acelerar la caída del gobierno de Isabel Perón y facilitar la llegada de la dictadura militar. El “cuanto peor, mejor” se convirtió así en un descenso de la Argentina a los subsuelos del autoritarismo.
El apunte histórico es oportuno porque la idea del “cuanto peor, mejor” hace varios meses que viene sonando en el concierto de la política argentina. Durante la campaña electoral, se la adjudicaban al disruptivo Javier Milei, a quien acusaban de impulsar la debacle económica del gobierno enclenque de Alberto Fernández y Cristina Kirchner para sacarle una ventaja decisiva a la propuesta más moderada de Juntos por el Cambio.
Lo cierto es que, con la suba descontrolada de la inflación y el crecimiento de la pobreza, fue el propio gobierno kirchnerista el que se cavó su propia tumba. Y que fue Milei quien logró convencer a una sociedad desencantada, que se inclinó por la apuesta todo o nada del candidato que ahora es presidente.
Y es ahora, cuando todavía no se ha completado la tercera semana de gobierno de Milei, que el kirchnerismo intenta rearmar su esquema político, uniendo fuerzas con el activismo piquetero (al que alimentó e hizo crecer con los planes sociales) y con la izquierda trotskista (históricamente funcional) para poner en marcha la conocida estrategia del “cuanto peor, mejor”.
Después del ensayo fallido del 20 de diciembre, cuando los grupos piqueteros de izquierda poco pudieron hacer ante la puesta en marcha del protocolo anti piquetero diseñado por la ministra de seguridad, Patricia Bullrich, ahora viene la segunda etapa del plan anti Milei. Buscan mostrarlo como un presidente insensible ante la situación social, violento con los que protestan e incapaz de conseguir los votos en el Congreso para imponer el decreto de necesidad y urgencia que anunció ese mismo día.
Los contactos se multiplican y tienen conductores reconocidos. Pablo Moyano y Héctor Daer por la conducción de la CGT; el sindicalista kirchnerista Hugo Yasky por la CTA; los piqueteros Daniel Menéndez (Barrios de Pie), Juan Grabois y Alejandro Gramajo (UTEP), en una postura más radical, y los dirigentes del Movimiento Evita, Emilio Pérsico y Fernando “Chino” Navarro en una situación más dialoguista. Es el núcleo del kirchnerismo con presencia en la calle. La Cámpora acompaña pero, reblandecida, sufre el desgaste de tantos años con cargos y dinero abundante.
Golpeada por el resultado de una elección mucho más pobre que las expectativas, la izquierda trotskista intenta compensar el default en las urnas con una reactivación de su ala piquetera.
La frase que catapultó a la candidata, Myriam Bregman, a la fama breve del meme (provocó al leon Milei tratándolo de “gatito mimoso del capitalismo” en el primer debate presidencial) se convirtió en repudio social cuando no aceptó sumarse a la condena de los candidatos a los crímenes y violaciones del grupo terrorista Hamas en Israel. Por eso, no pudo superar la performance de las PASO y apenas superó los 700.000 votos.
Al frente del bloque Unidad Piquetera, y con el dirigente Eduardo Belliboni como cara visible, la izquierda trotskista vuelve al territorio funcional que le resulta más cómodo: el de ser un aliado minoritario y bastante mal remunerado del kirchnerismo.
La novedad que podría tener la coalición del “cuanto peor, mejor” este miércoles de movilizaciones es que se sumarán dos piqueteros veteranos del 2001 en la provincia de Buenos Aires.
El inefable Luis Delía (66 años, con el sello Federación de Tierra y Vivienda) y Juan Carlos Alderete (71 años, de la Corriente Clasista y Combativa). Intentarán cortar la Ruta 3 en plena La Matanza, y por lo tanto una ruta nacional bajo la jurisdicción de Patricia Bullrich. El accionar de las fuerzas federales podrían verse allí en colisión con el de la Policía Bonaerense de Axel Kicillof, quien bajó la orden de no hacer absolutamente nada frente a los cortes de calles bajo la excusa K de “la criminalización de la protesta”.
El experimento de seguridad de Milei y Bullrich comenzará así a rendir el examen de movilizaciones mucho más masivas y combativas que las del 20 de diciembre. El ministro del Interior, Guillermo Francos, y otros interlocutores del Gobierno, están manteniendo contactos con algunos sindicalistas para evitar que los gremios grandes muevan a sus bases.
Los piqueteros, más la izquierda dura, más los barrabravas de los sindicatos peronistas frente a las fuerzas de seguridad anti piquetes podrían conformar en la calle una batalla de las que hace mucho tiempo no se ven en el país.
El 18 de diciembre de 2017, después que el gobierno de Mauricio Macri intentara aprobar en el Parlamento una nueva fórmula para la movilidad jubilatoria, una manifestación en la que confluyeron el kirchnerismo y la izquierda trotskista atacó a las fuerzas policiales en la Plaza de los Dos Congresos. La jornada se popularizó como el día de las 14 toneladas de piedras, por la cantidad que se les arrojaron a los agentes, y marcó un declive de la gestión de Juntos por el Cambio que no lograría revertirse hasta terminar con la derrota de Macri al intentar ser reelecto en 2019. Milei tiene a su disposición demasiadas imágenes del pasado reciente que podrían permitirle no repetir los errores ajenos.
Durante el fin de semana, uno de los dirigentes sindicales más importantes que tiene el kirchnerismo, el secretario general de la Asociación Bancaria, Sergio Palazzo, fue claro sobre el ánimo que va ganando a los jefes de la CGT. “Este jueves lo que se va a tratar en el Comité Confederal es la continuidad del plan de acción que empieza el miércoles con la marcha en Tribunales, y lo que yo veo es un espíritu general de los compañeros de que quieren una medida de fuerza. Yo creo, claramente, que vamos a discutir la idea de lanzar un paro”, explicó en una entrevista con CNN Radio.
Poseídos por el mito de Walt Disney (la versión falsa sobre el congelamiento del cuerpo del empresario de entretenimientos más popular de la historia hasta que la ciencia pudiera hacerlo volver a la vida), los Gordos de la CGT permanecieron 4 años congelados, sin hacerle una sola medida de fuerza al gobierno fallido de Alberto y Cristina. Ni la inflación de tres dígitos anuales ni la pobreza a niveles de 2002 parecieron razón suficiente para que los representantes de los trabajadores argentinos plantearan algo que se pareciera a una protesta. Hasta el bancario Palazzo, que lanzó cuatro paros de su gremio durante ese período, admite que se debió analizar una medida de fuerza por el estilo.
En un mensaje de Twitter que pareció dirigido a la dirigencia política opositora, a los legisladores que deben votar por si o por no su DNU con 366 leyes de reformas económicas, y a los sindicalistas y piqueteros que lo desafían para arrinconarlo políticamente, Milei echó mano a una frase de Arturo Frondizi para responderle.
Ni Adam Smith, ni Fiedrich von Hayek, ni Alberto Benegas Lynch. Arturo Frondizi. El líder del Desarrollismo argentino, que intentó abrir el país a un capitalismo liberal promoviendo las inversiones extranjeras, firmando los contratos petroleros con empresas de EE.UU. y reuniéndose en secreto con el Che Guevara en la Quinta de Olivos, agigantando las sospechas de los militares que no dudaron en hacerle pronto un golpe de estado.
“Pareciera que, algunos por sadismo y otros por corruptos, quieren mantener encadenados a los argentinos”, escribió el Presidente, recordando a Arturo Frondizi, valorado mucho más en estos días que cuando batallaba contra sus molinos de viento.
La de Frondizi y el desarrollismo fue simplemente otra de las primaveras políticas breves de la Argentina que cayó un poco por sus propios errores. Y otro poco por la ansiedad autodestructiva del país que siempre se devora a sus ilusiones.