La tensión parece ser el estado natural de los presidentes y sus vices. Será porque es difícil convivir pacíficamente con alguien que ocupará tu lugar si te mueres o descubren que estás incapacitado para ejercer el cargo más importante de la Argentina. La historia reciente está superpoblada de ejemplos.
Hubo tensión entre Raúl Alfonsín y Víctor Martínez. Del mismo modo que la hubo entre Carlos Menem y Eduardo Duhalde, o Carlos Ruckauf. Fernando De la Rúa murió convencido de que Chacho Alvarez quiso traicionarlo cuando renunció. Néstor Kirchner degradó a Daniel Scioli, mientras que Cristina Kirchner borró del mapa institucional a Julio Cobos cuando el mendocino votó en contra de la ley 125 en la mayor crisis de su gobierno.
En octubre de 2022, Javier Milei asistió al festival político que organizó Vox, el partido de la derecha extrema de España que fue el primero en cobijar a quien hoy es el presidente argentino.
Se sabe que Milei asistió al festival junto a su hermana, Karina, y que gritó enloqueciendo a esas tribunas que no lo conocían “los políticos no son Dios”. Lo que pocos saben es que unos días antes los organizadores del encuentro habían recibido un llamado desde la Argentina. “Ustedes están equivocados porque la que está más cerca ideológicamente de Vox soy yo; y me tendrían que haber invitado a mí, no a Javier que es un libertario…”.
La persona que les hacía el reproche a los dirigentes de Vox era la diputada Victoria Villarruel. Y no lo planteó como pelea con Milei, sino como una aclaración en cuanto a las características de uno y otro dirigente. No le faltaba razón a Victoria, más conservadora, más identitaria y más cercana a los militares, como es el rasgo distintivo de Vox. Pero el gesto no dejó de llamarles la atención a esos españoles rígidos que ya veían en Milei a una figura que podía revolucionar el fenómeno de las derechas populistas.
Desde el momento en que empezó a percibirse que Milei podía llegar a la presidencia, la relación con Victoria Villarruel ingresó en una atmósfera enrarecida. En la interna de La Libertad Avanza aparecieron los primeros ruidos cuando algunos dijeron que Victoria había tenido un mejor desempeño que Javier en el debate de vicepresidentes, destrozando al kirchnerista Agustín Rossi. No pasó de allí y ellos siguieron sonrientes en la campaña.
Claro que la novela creció en intriga cuando, una vez consumado el triunfo de Milei-Villarruel en el ballotage, el presidente electo abandonó la idea (siempre explicitada por él) de cederle el control de las áreas de seguridad y defensa. La decisión de nombrar a Patricia Bullrich en el ministerio de Seguridad pero, sobre todo, la de cederle el área de Defensa al radical Luis Petri reinstalaron un cielo de oscuridad sobre el vínculo entre ellos.
La asunción en el Gobierno de Javier y Victoria, transmitida en vivo en la mayoría de sus detalles, hizo que cada gesto del presidente y de la vicepresidenta quedaran bajo el análisis más minucioso. Si en la Asamblea Legislativa se hablaban, o si se miraban de costado, o si en el Teatro Colón se los veía más sonrientes o con el rictus de la preocupación. Milei y Villarruel parecían en algunos momentos los protagonistas de un culebrón latinoamericano. Cada uno con sus fanáticos y sus detractores.
Si alguna plataforma cinematográfica hubiera escrito el guión de la historia de Javier y Victoria, habría utilizado para promover la película la larga caminata que los dos dieron desde la Casa Rosada hasta la Catedral de Buenos Aires, adonde debían escuchar los sermones del cardenal católico y el rabino judío que llevaron adelante la celebración interreligiosa. Villarruel tomaba del brazo a un Milei que pretendía saludar a los simpatizantes que observaban desde detrás de las vallas. A unos metros y con la mirada inquisidora sobre toda la situación, Karina Milei controlaba que nadie se atreviera a escaparse de su papel.
El fin de semana inaugural dio para todos los gustos de los analistas de intrigas palaciegas. Milei, en muy correcto inglés, presentándole a su hermana al líder ucraniano Volodimir Zelenski. Villarruel saludando a la delegación japonesa en su propio idioma. Victoria, al parecer, habla con fluidez el japonés del mismo modo que lo hace con el inglés y el francés. No sería un inconveniente la multiplicidad de lenguas, porque son muchos los interrogantes que crecen sobre el fenómeno libertario fronteras afuera.
De todos modos, quienes apostaban a un veloz deterioro en la relación entre Milei y Villarruel sufrieron una decepción el último martes. Sin la carga de los ministerios de Seguridad y de Defensa, la Vicepresidenta se concentró desde hacía varios días en lograr que la presidencia provisional del Senado quedara para el puntano Bartolomé Abdala, senador del partido del gobierno.
Debió enfrentar la oposición de Cristina Kirchner, quien intentó quedarse con ese cargo clave (el tercero en la escala de la sucesión presidencial), o en su defecto retener las secretarías más importantes de la Cámara Alta: la Parlamentaria, que controla el ritmo de las leyes en el Senado, y la Administrativa, la que controla la caja. Los fondos, el dinero en definitiva, que permanecía desde hacía dos décadas en manos del kirchnerismo.
Villarruel, con la ayuda de los senadores de PRO, de la UCR, de los peronistas no K de Juan Schiaretti y de algunos provinciales sueltos como el salteño Juan Carlos Romero, logró reunir el voto de 39 legisladores, dos más de los que necesitaba para poner en marcha el Senado y designar los cargos en juego. Todo fue construido desde la inmensa minoría de los 7 senadores que integran el bloque de La Libertad Avanza. “Señores, hasta acá llegaron”, fue la frase de Victoria con la que celebraron muchos, incluso varios dirigentes del peronismo con síndrome de Estocolmo.
Todos los habitantes del poder saben perfectamente que será muy difícil para Villarruel, lo mismo que para Martín Menem en la Cámara de Diputados, sostener ese mismo número mayoritario para poder votar las leyes del plan de ajuste de Milei. Pero la demostración de poder que dio la Vicepresidenta en el Senado no pasó desapercibida ni para el oficialismo ni para la oposición.
“Quiero felicitar al ministro Luis Caputo por el anuncio de las medidas económicas y la reacción de los mercados, y quiero pedir especialmente un aplauso para la vicepresidenta Victoria Villarruel por haber logrado reunir la mayoría en el Senado, nombrar al presidente provisional de la Cámara Alta y a los integrantes de las comisiones parlamentarias”, dijo el presidente Milei el miércoles, eufórico al comenzar la reunión de gabinete en la Casa Rosada. Todos aplaudieron, claro, y Victoria sonreía.
Una encuesta de esta semana, realizada por la consultora Fixer, muestra a Milei como el dirigente con mejor imagen promedio de la Argentina, cuando se mide la ecuación entre la imagen positiva y la negativa. El Presidente tiene una aceptación del 49% y un rechazo del 39%, por lo que su coeficiente neto es del 10%.
La canciller, Diana Mondino, lo sigue cuando se mide el coeficiente neto de imagen (10%), con una positiva del 45% y una negativa del 35%. Pero quien conserva la imagen positiva más alta entre todos los dirigentes argentinos es Victoria Villarruel.
Su coeficiente neto es del 8%, con una negativa del 42% y una imagen positiva del 50%.
Nada mal para una dirigente que llevaba dos años como diputada nacional, y que había crecido sobre la ola de la polémica al enfrentarse con el kirchnerismo y con los organismos de derechos humanos por su defensa férrea de las víctimas del terrorismo en la década del ‘70 y por el cuestionamiento al número simbólico de 30.000 desaparecidos utilizado por la izquierda y algunos sectores del peronismo.
Milei y Villarruel tienen los enemigos suficientes dentro de la realidad argentina. La inflación, el déficit fiscal, el descalabro financiero, el endeudamiento y la pobreza, como emergente triste de todas las miserias heredadas del gobierno anterior.
Solo el desatino y la subestimación de la crisis que enfrenta el país que gobiernan podría alimentar una competencia entre los dos. Alfonsín, Menem, los Kirchner, todos perdieron el tiempo enfrentándose a sus vicepresidentes con los paupérrimos resultados conocidos.
De vez en cuando, es saludable cambiar los métodos de quienes insistieron en dirigirse sin escalas hacia el subsuelo del fracaso.