Balance de un mundo extraviado

El reconocimiento de poderes emergentes y tecnologías son claves en la configuración de un nuevo orden internacional

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Estados Unidos y China lideran el gasto militar, marcando tensiones en políticas de seguridad (Reuters)
Estados Unidos y China lideran el gasto militar, marcando tensiones en políticas de seguridad (Reuters)

Aunque sabemos que prácticamente nada cambiará en la política internacional y mundial porque estemos por ingresar en un nuevo año, siempre es pertinente realizar un balance en clave de reflexiones en relación con el estado de situación en dicha política durante los últimos tiempos. Ello nos permitirá contar con un panorama que seguramente multiplicará nuestras dudas, las que nos permitirán calibrar mejor las reflexiones.

Una consideración central es que si la política internacional de cuño clásico no nos aporta demasiado en relación con una evolución favorable, por ejemplo, que el modelo institucional o multilateral predomine sobre el modelo relacional o de poder entre Estados, tampoco la “nueva política internacional”, es decir, la de nuevas temáticas, todo lo relativo con el aporte de las tecnologías mayores y la de los necesarios conocimientos y deferencias culturales entre Estados, nos suministra certeza sobre un posible cambio de valores que eleven tal política a un nivel de cooperación superadora entre los Estados.

Consideremos algunas cuestiones relativas con la política internacional de siempre, centrándonos en aquellas regularidades, por caso, gastos en capacidades militares e incertidumbre de las intenciones entre los Estados.

Las inversiones en el segmento militar nos dicen bastante en cuanto a las percepciones de los actores sobre la seguridad internacional existente. En principio, un orden entre Estados, es decir, reglas pactadas y acatadas por los poderes preeminentes, proporcionan una cierta previsibilidad, puesto que se reduce o modera el estado de tensión internacional e incluso mundial, es decir, en términos de Hedley Bull, “entre Estados” y hacia “dentro de los Estados”. En tal contexto, el sistema multilateral tiene mayor alcance.

Pero no sucede tal cosa en el mundo de hoy: no sólo no existe orden, sino que los constructores de un orden, los poderes que cuentan, se hallan en un estado de guerra indirecta, como Rusia y Occidente, o en una situación de tensión ascendente, como China y Estados Unidos. Ello reafirma el estado de anarquía internacional, y por tanto los Estados se concentran más en el amparo y promoción del interés nacional y en la autoayuda.

Ello explica el curso ascendente del gasto militar en el mundo en 2023: salvo América Latina, en todas las geografías dicho gasto sube, particularmente en la placa geopolítica del Asia-Pacífico-Índico, en la de Medio Oriente y en Europa, sobre todo en los países próximos a Ucrania, aprensivos de la guerra y de una Rusia cada vez más políticamente conservadora y geopolíticamente retadora.

Ya en 2022 el gasto militar mundial fue récord: 2,24 billones de dólares. En 2023, según datos de Global Fire Power, Estados Unidos y China suman casi 1,10 billones (857.900 y 225.000 millones de dólares, respectivamente; en el caso de China esa cifra no incluye partidas de misiles y ciberdefensa, entre otras). Luego siguen, con gasto ascendente, India, Rusia (que para 2024 anunció un sensible incremento) Reino Unido, Francia, Alemania, Corea del Sur, Australia y Japón.

En la placa de Medio Oriente también trepa el gasto, siendo Arabia Saudita el país que más destina al rubro militar, si bien hubo una reducción en relación con los años 2022 y 2021 cuando el reino estuvo entre los cinco mayores gastos militares del globo; luego se encuentran Emiratos Árabes Unidos, Turquía e Israel, único país con armas nucleares en la región, seguido muy atrás por Irán y Egipto. Seguramente, la guerra entre Israel y los grupos terroristas de Gaza implicará nuevas partidas que elevarán el gasto actual israelí de 24.300 millones de dólares (al que hay que agregar la asistencia militar de Estados Unidos que, según el Memorando de Entendimiento de 2016, asciende a 38.000 millones de dólares para el periodo 2019-2028). Además, sí predomina la lógica de Hamás-Irán, esto es, impedir un orden regional basado en el entendimiento árabe-israelí, la incertidumbre empujará más el gasto militar en la compleja placa geopolítica.

Por último, también el gasto militar aumenta en África, y ello se explica por varias situaciones: la inseguridad en el extenso territorio del Sahel, las guerras y tensiones intestinas e interestatales, el regreso de los golpes de Estado, los recursos estratégicos y la injerencia de poderes externos.

En relación con la incertidumbre de intenciones entre Estados, el descenso de lo que podemos denominar “cultura estratégica” internacional lleva a que aumenten las suspicacias, pues las posibilidades de “precipitar” situaciones en determinados conflictos selectivos estratégicos son mayores en tiempos de primacía del modo relacional o de poder en la política internacional.

Ese sensible descenso de la cultura estratégica entre los poderes preeminentes no solo nos deja ante situaciones que podrían experimentar una “fuga hacia delante”, por ejemplo, en relación con las tensiones en Taiwán, Cachemira, Transnistria, Marruecos, Argelia, Irán-Israel, Mar de la China o Corea del Norte-Corea del Sur, por destacar algunas de las plazas más explosivas, sino respecto del “espectro apocalíptico” que suponen las armas de exterminio masivo “a la deriva”, es decir, fuera del equilibrio nuclear o de la mutua destrucción asegurada (MAD).

Esta última cuestión es inquietante, pues, como los retos que implican las pandemias, puede dejar a la humanidad ante un verdadero fin de la historia. Por ello, como bien advierten Ernest Monitz y Sam Nunn en su artículo Confronting the New Nuclear Peril, es urgente un nuevo paradigma de seguridad global que implique verificaciones en el proceso de crecimiento de las armas nucleares. En el estado de tensión y desconfianza actual difícilmente se logrará un sistema de estrategias como las que construyeron Estados Unidos y la Unión Soviética entre fines de los años sesenta y principios de los setenta, e incluso después del fin de la Guerra Fría. Pero tal vez se podrían conseguir controles mínimos que eviten que un actor se sienta tentado a usar armas porque realmente crea que es posible una “victoria atómica”.

La incertidumbre de las intenciones entre Estados acaba afectando también lo que se puede denominar las nuevas cuestiones de la política internacional, por caso, en relación con las diferencias culturales y los reconocimientos estratégicos.

El experto ruso Andrei Tsygankov sostiene que el orden internacional dependerá cada vez más de negociaciones complejas sobre el equilibrio de poder y las diferencias culturales. Es decir, ya no alcanzará con aquellas pautas históricas como el equilibrio de poder, sino que será necesario incorporar otras pautas. En otros términos, el orden internacional futuro dependerá de la combinación de fuentes duras y fuentes sutiles.

En rigor, si bien se presentan como nuevos temas o requerimientos, de lo que se trata es del reconocimiento del ascenso de otros poderes. Ello sucedió en los años setenta cuando la URSS reclamaba de Estados Unidos reconocimiento como poder mayor. Hoy sucede algo similar con China, aunque este país posee más “poder agregado” que el que tenía la URSS entonces, es decir, el actor asiático ha construido poder duro y (lo que no tenía Moscú) poder suave. China no tiene el poder estratégico que poseía entonces la Unión Soviética, pero sí ha construido poder blando global y también poder estratégico. De no sufrir alguna situación disruptiva hacia dentro o hacia fuera, China va camino a ser una potencia más completa.

Pues bien, aquí surgen las incertidumbres, pues no resulta claro si Washington, el hasta ahora único poder grande, rico y estratégico del mundo, reconocerá a China como igual, algo que de hecho implicaría un curso internacional cogestionado por ambos poderes. En el que fue uno de sus últimos trabajos sobre el estado y curso del mundo, Henry Kissinger advertía que el propósito de China no es el dominio del mundo sino el de ser reconocida como actor poderoso. Y la percepción de los líderes de Pekín es que Washington nunca la tratará como un igual.

Asimismo, en materia de nuevos temas, existe acaso un optimismo excesivo en relación con que las tecnologías mayores acercarán a los gigantes. Es dudoso que sea así. Nada es neutral en política internacional, menos cuando hay posibilidades de lograr ganancias en materia de poder nacional. Por ello, lo más probable es que los avances tecnológicos sean fungibles para desmarcarse estratégicamente. De allí que se hable del advenimiento de “imperios digitales”.

Por último, ante este escenario poco esperanzador hay dos situaciones que de alguna manera implican cierto equilibrio: el comercio internacional y el rumbo del mundo hacia un bipolarismo entre Estados Unidos y China. En los dos casos, sobre todo en el segundo, nos podríamos aproximar a un necesario orden internacional, es decir, a la posibilidad de evitar las consecuencias de un desorden internacional confrontativo como el que tenemos hoy.

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