Un nuevo telón se levanta revelando un país en crisis, sumido en décadas de fracasos económicos y un último mandato que dejó cicatrices profundas en el tejido social. Las expectativas son altas, pero el precio del cambio parece elevado. El Presidente en su discurso inaugural, se presentó como un líder dispuesto a enfrentar la realidad de frente, aunque las sombras de un futuro incierto se proyectan sobre la población. De espaldas al Congreso y de cara a la gente, envió un mensaje claro: lo que viene será peor que lo actual. La comunicación se convierte así en la clave para desentrañar el significado detrás de las palabras “Sangre, Sudor y Lágrimas”. ¿La población comprenderá la necesidad de los ajustes económicos, o se alzará en descontento? La respuesta yace en la habilidad del gobierno para tejer un relato convincente que conecte con el corazón de la sociedad.
En una semana que pareció estirarse como un thriller político, Javier Milei tomó el timón presidencial con una dosis de pragmatismo que dejó atónitos a muchos. Aquellos postulados que lo catapultaron al sillón de Rivadavia, ahora parecen ceder ante la realidad de gobernar un país con las cuentas al rojo vivo. Lo más destacable de estos primeros siete días fue el puntapié inicial para un ajuste de las arcas públicas, que más que desordenadas, parecen haber sido víctimas de un tornado populista. El Estado argentino, cual derrochador compulsivo, ha gastado más de lo que ha recaudado por décadas. Milei, como un cirujano del gasto público, tomó el bisturí y comenzó a operar.
Podría haber ido más a fondo, sin duda. Las críticas no se hicieron esperar, incluso entre sus propios seguidores. Pero el presidente es él, y los votantes le dieron el mandato para tomar decisiones difíciles. Gobernar Argentina y contentar a todos es una empresa quimérica. Las decisiones tomadas deben ser respetadas, aun cuando duelan. Acomodar el desastre heredado del peor gobierno de la historia democrática es un reto que va más allá de lo sencillo. Es una tarea que exige complejidad y una danza diplomática con los diversos factores de poder. Milei ha asumido un trabajo arduo y demandante, y sus primeros movimientos apuntan a la reducción del déficit fiscal, una tarea titánica en sí misma.
Milei tiene la obligación de apretar el acelerador a fondo. El tiempo es oro, y el apoyo que hoy ostenta podría desvanecerse rápidamente si no muestra resultados concretos. Las medidas necesarias para recortar el déficit fiscal generarán desequilibrios macroeconómicos que podrían comprometer seriamente su popularidad. Como he sostenido desde su asunción, tan crucial como gobernar será la tarea de comunicar. Explicar las decisiones, las consecuencias y los resultados esperados se vuelve imperativo en un contexto donde la paciencia ciudadana tiende a ser efímera. Milei debe ser el maestro de ceremonias de su propio plan, demostrando que no solo tiene la voluntad de cambiar, sino también la capacidad de guiar al país hacia un nuevo rumbo.
El verano avanza velozmente, y el desafío para Milei es claro: implementar, comunicar y mostrar resultados tangibles. Los primeros siete días son solo el prólogo de lo que parece ser una novela llena de giros inesperados. El presidente libertario tiene la oportunidad de escribir su propia historia, pero la trama se construirá día a día, decisión tras decisión. La lucha contra el facilismo se manifiesta en el enfrentamiento con sindicatos y la discusión de nuevas paritarias. Este cóctel explosivo de tensiones sociales añade un toque dramático a la trama, mientras Milei y su equipo se enfrentan al desafío de equilibrar la balanza social y económica.
Como un maestro de la narrativa, Milei enfrenta un doble ajuste: uno por licuamiento inflacionario y otro estructural. Las tarifas y servicios públicos se disparan, y los salarios parecen insuficientes para soportar la carga. En este escenario sombrío, el pragmatismo del presidente emerge como una carta fundamental. ¿Será suficiente para desentrañar los nudos de problemas que cada día se le presentan?
En medio de la tormenta perfecta heredada del populismo, el presidente se erige como un líder dispuesto a escribir una nueva narrativa: “No hay plata” resuena como un lema, un desafío a la “casta” y una advertencia a aquellos que resisten el cambio. La senda es larga, pero, con realismo y determinación, podría ser virtuosa. En este drama político, la audiencia aguarda con expectación para descubrir el desenlace de la obra maestra que se está tejiendo en los pasillos del poder.
Pero lo cierto es que debemos preguntarnos hasta qué punto la población acompañará con su esfuerzo (una vez más) los ajustes necesarios en la economía para arreglar el desastre que heredó el actual mandatario. Y para esto último, insistimos una vez más, la comunicación tendrá un papel fundamental en hacer que la población entienda de qué se trata hablar de sangre, sudor y lágrimas cuando de ajuste fiscal se trata.
Los desafíos que enfrenta Milei son de tal magnitud que sin duda generarán más de una tensión social, sobre todo de los sectores que vienen recibiendo asistencia del Estado desde hace varias décadas haciendo de ello un derecho adquirido a costa del resto de la población. Sumándose a lo anterior el previsible tironeo con los sindicatos al momento de discutir las nuevas paritarias. Todo un cóctel explosivo para mezclarlo en tiempos de ajuste fiscal.
Por el lado de las provincias, les tocará a los gobernadores la difícil tarea de administrar la “miseria” de sus propios presupuestos provinciales, sin mucho más que pedirle al Estado nacional que la porción que les toca por la coparticipación. Si realmente se frena la emisión monetaria, los gobernadores deberán arremangarse y hacer los deberes como nunca antes lo hicieron.
“No hay alternativa posible al ajuste, no hay plata”. Con estas palabras el presidente Milei en su primer discurso a la nación dejó más que claro el camino que empezó a recorrer hace siete días nuestra nación. En ese “no hay plata” hay un mensaje, principalmente para lo que el libertario llama “la casta”. Si esa premisa sobrevive en el tiempo a las necesidades de la política y al día a día de la necesaria gobernabilidad que se debe dar a la nación, sin dudas habremos empezado a recorrer, una larga, pero virtuosa senda.
En el medio de toda esta “tormenta perfecta” heredada del populismo, están además las empresas públicas, las cuales sin asistencia del Estado deberán empezar a caminar por sí solas. El ejemplo más claro será Aerolíneas Argentinas, la que deberá readecuarse a los nuevos vientos que corren (o sea “no hay plata” para subvencionar el déficit operativo del día a día). Todo un desafío para su directorio. Veremos si los que prometieron una tragedia, como el titular de la Asociación de Pilotos de Líneas Aéreas (APLA), Pablo Biró, cumplen sus promesas o se saben adaptar a la nueva realidad.
Con el sombrío panorama que se despliega ante nosotros, la impronta pragmática ya exhibida por el Presidente se erige como la baza esencial para desentrañar los enigmas y superar los desafíos que el rutinario devenir nos arrojará sin piedad. Ha llegado el momento de saldar las deudas de la “fiesta populista”, y la incógnita que acecha es: ¿estamos realmente dispuestos a afrontar ese oscuro ajuste de cuentas? En este escenario, las palabras inmortales de Winston Churchill, adquieren una vigencia renovada. ¿Estamos preparados para el sacrificio que demanda la redención de nuestros excesos? La respuesta, envuelta en un suspenso cargado de incertidumbre, marcará el destino de una nación al borde del abismo, donde el pragmatismo será la única cuerda que permita avanzar por el estrecho sendero entre la catástrofe y la redención.