Argentina debería considerar la adopción de una óptica geoestratégica integral en el Atlántico Sur. Desde esa perspectiva el impulso de campañas de investigación oceanográfica, medioambiental y pesquera en los distintos ecosistemas y anomalías del Océano, proyectaría una señal de poder marítimo con interesantes implicancias diplomáticas. El peso de un programa coordinado utilizando las ciencias marinas, meteorológicas, geológicas y biológicas tendría impacto en la amplia plataforma continental e influencia sobre los derechos soberanos en las Islas Malvinas, Sándwich del Sur, Georgias del Sur y la Antártida.
Tomando como base el aforismo baconiano de Scientia Potentia Est, el mayor conocimiento del espacio oceánico y cuestiones afines permitiría reafirmar el papel primordial de Argentina en el Atlántico Sur y adoptar posiciones internacionales de mayor envergadura liderando políticas y foros específicos. La promoción de la ciencia aplicada pesquera y oceanográfica, también facilitaría la identificación de temas sensibles en la explotación pesquera y que tienen incidencia en los caladeros tanto de la zona económica exclusiva como en altamar y en las aguas circundantes a las Islas Malvinas.
Una mayor impronta geoestratégica Argentina en la investigación científica oceánica tendría repercusión global por ser fuente de la mayor reserva proteica del planeta y, entre otros, en lo relativo a la circulación de corrientes marinas y el clima mundial. Los ajustes de los modelos climáticos del mundo necesitan datos de esa dinámica oceánica con el objeto de validar predicciones. Es así que numerosos buques oceanográficos de distintos países estudian la zona de manera permanente. Argentina lo hace en escasas oportunidades o participa como observador en dichas campañas.
Una presencia incisiva de la ciencia argentina en el Atlántico Sur ampliaría el conocimiento de los ecosistemas y fortalecería la administración cartográfica de la jurisdicción nacional vinculada a los reclamos diplomáticos. Hoy el Reino Unido posee la mayor información científica del Atlántico Sudoccidental y ciertas regulaciones multilaterales reflejan la impronta británica. Un ejemplo es la Comisión para la Conservación de los Recursos Vivos Marinos Antárticos. En las negociaciones por cuotas de captura de merluza negra en las Islas Georgias del Sur, la participación argentina se ve disminuida al no poseer información científica actualizada propia. Las campañas del INIDEP, no han tenido continuidad ni han sido suficientes.
En este contexto, sería deseable que la Argentina adopte como premisa estratégica el concepto de la soberanía del conocimiento científico en el Atlántico Sur. La herramienta científica al servicio de la diplomacia se puede convertir en un factor que eventualmente tenga incidencia en la evolución geopolítica global, en la eterna y asimetría vinculación con el Reino Unido y, a la vez, sea una contribución de nuestro país a la ciencia de los mares y al uso más responsable de los caladeros.