Un místico en la curia romana

Si tenemos que caracterizar a Eduardo Pironio, irrumpe enseguida la imagen de la esperanza y de la alegría cristiana

Eduardo Pironio

La beatificación de Eduardo Pironio constituye un motivo de alegría para la comunidad de los fieles cristianos de la Argentina, porque señala una nueva presencia de la Iglesia católica local en un espacio global: el magno marco de la Iglesia universal. Así como en su momento aconteció con Santiago Luis Copello, que fue el primer cardenal hispanoamericano, Pironio es el primer cardenal argentino y latinoamericano que está en camino de los altares, en el mismo sentido de Mamá Antula, Mamerto Esquiú, José Gabriel Brochero, Ceferino Namuncurá, Enrique Shaw y otros tantos hijos de estas tierras australes que han sido o van a ser declarados santos.

Si tenemos que caracterizar a Pironio, irrumpe enseguida la imagen de la esperanza y de la alegría cristiana. Quienes le han conocido no dudan en adjudicarle ese talante que es un signo claramente evangélico. Aunque en varias ocasiones fue considerado un candidato al pontificado, nunca fue elegido, pero si lo hubiera sido podría habérselo caracterizado -igual que a Albino Luciani- como el papa de la sonrisa.

Hace algunos años, Bartolomé de Vedia publicó una biografía del nuevo beato, ilustrada por una viva profusión de fotografías que reflejan distintos momentos de su vida, y es significativo que en casi todas ellas Eduardo Pironio aparezca sonriendo. En el relato de su vida Pironio es presentado como un hombre de esperanza. De hecho, el título de la semblanza es “La esperanza como camino”.

Una de las tareas pastorales más importantes de Pironio fue la organización de las Jornadas Mundiales de la Juventud, que reunieron en muchos países a millones de jóvenes, y en ocasión de una de ellas acompañó a Juan Pablo II a la Argentina. Las nuevas generaciones son el símbolo de la esperanza y él fue el cardenal de los jóvenes. La esperanza va siempre unida a la alegría. Él mismo lo ha dicho: el testimonio de una vida cristiana auténtica es la plenitud de su gozo.

El papa Francisco se ha referido en varias ocasiones a los católicos con cara de vinagre para expresar de un modo gráfico que la tristeza como una actitud existencial no es de ordinario evangélica, y le gusta titular sus documentos con una referencia explícita a la alegría cristiana, por ejemplo Amoris Laetitia (la alegría del amor) o Evangelii Gaudium (La alegría del Evangelio). Un libro suyo que ha pasado un tanto desapercibido está dedicado a la alegría y lleva por título: Ti auguro il sorriso. Al Papa le gusta rezar la “Oración del Buen Humor” de Tomás Moro, un santo que fue canciller de Inglaterra, y que comienza así: “Dame, Señor una buena digestión y algo para digerir”.

Evangelio quiere decir “buena nueva”: es el anuncio de una buena noticia. Fue el Concilio Vaticano II el que al titular una de sus principales constituciones, la que habla de la Iglesia en relación con la sociedad o con el mundo contemporáneo, utilizó la expresión Gaudium et spes (alegría y esperanza). Pironio fue un protagonista calificado del Concilio.

En el ascetismo sonriente de Pironio se reconocen las primicias de un camino que lleva al misticismo, que es la unión directa con lo sagrado. Él supo infundir a la iglesia local una dimensión latinoamericana, la del llamado continente de la esperanza, y en ese trajín sufrió las tensiones ideológicas de un periodo crítico de nuestra historia y de la del continente. Resistió las visiones temporalistas de la teología de la liberación reivindicando su legitimidad, al encarnar una vía realista entre dos fuegos.

El papa Pablo VI, con quien compartió sufrimientos, lo designó en la Sagrada Congregación para los Religiosos e Institutos Seculares. Según su secretario Fernando Vérgez produjo un cambio de estilo en la dirección del organismo. No fue un supervisor para que las cosas se hicieran bien, sino un animador de la vida consagrada mediante el diálogo y la reconciliación.

Con el pontificado de Juan Pablo II continuó en esa función para después asumir la presidencia del Pontificio Consejo para los Laicos, y se encargó de la preparación de un sínodo que trató sobre su vocación y misión en la Iglesia y en el mundo. Los laicos son los fieles cristianos que forman parte de la vida social, ocupándose de construir la convivencia en la ciudad, y por lo tanto se especifican por su condición secular (del latín saeculo: siglo) que los distingue de los sacerdotes y de la llamada vida consagrada de los religiosos.

El papa Francisco los llama en su exhortación Gaudete et Exultate (Alegraos y regocijaos) “los santos de la puerta de al lado”. Pero lo cierto es que ni el magisterio ni la teología ha desarrollado todavía -al menos en plenitud- la misión o actuación de los cristianos corrientes en medio de las realidades mundanas, y los terrenos profesionales, sociales y políticos son muchas veces mirados como un lugar de peligro para la virtud.

La afirmación de que la política es un lugar poco recomendable o aun el terreno de la corrupción, no es una verdad cristiana sino una herejía. Lo humano -dice el cardenal Pironio en un libro dedicado a una reflexión teológica sobre los laicos- debe ser valorado en sí mismo. Cuando Dios hizo el mundo, vio que era bueno.

El solo hecho de que Jesucristo sea el mismo Dios que se hizo hombre muestra la valoración divina de todo lo humano. La totalidad de los bautizados y no sólo unos pocos son llamados a la santidad para la transformación del mundo junto a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, y Pironio supo comprender ese anuncio esperanzador que continúa siendo un desafío para los cristianos de todos los tiempos, pero también para todo ser humano, cualquiera sea su condición.