En la Argentina, mujeres y varones gozamos de los mismos derechos sociales, cívicos y políticos desde hace mucho tiempo. No existe, en toda la normativa de nuestro país, una sola ley o norma que consagre superioridad alguna del varón sobre la mujer.
En Argentina, y contra lo que dicen las feministas, no hay brecha salarial de género: a igual tarea, igual remuneración; las mujeres disponen libremente de sus bienes; la patria potestad es compartida y los hijos pueden ser inscriptos indistintamente con el apellido de la madre o del padre. El cupo legislativo data de 1991 y tan temprano como en 1974 una mujer ocupó la presidencia.
Las argentinas nos liberamos sin feminismo, sin violencia, ni confrontación.
A contramano de esa realidad, el feminismo de hoy es radical, fanático, belicoso. Ha adoptado un tono fundacional que desestima todas las experiencias previas y todos los logros anteriores. Y desvía la atención de las verdaderas urgencias del presente.
Porque en verdad existe en nuestro país una gran cantidad de problemáticas sociales -pobreza, desnutrición, marginalidad, carencias habitacionales, desocupación, bajo nivel educativo, desigualdades salariales (que no son de género), adicciones, violencia delictiva etc.- respecto de las cuales, las mujeres, codo a codo con los hombres, están comprometidas y participan, cada una desde su respectivo ámbito de acción, a fin de solucionarlas y mitigar los sufrimientos que causan.
En cambio, en los últimos años, se ha utilizado una supuesta causa femenina para instalar una enemistad de género, para deconstruir los fundamentos mismos de la familia, para inculcar a nuestros hijos -bajo cubierta de “educación sexual”- una doctrina de género que niega la realidad biológica, para colocar a los varones en una situación de permanente sospecha -”el violador eres tú”; “yo te creo hermana”-, para difundir una versión de la historia que olvida el carácter de vanguardia en materia de participación política femenina que ocupó nuestro país y una interpretación del presente que utiliza el falso argumento patriarcal para eludir la solución a los problemas que realmente aquejan a nuestra sociedad.
Con esos fines se creó hace 4 años la estructura llamada Ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidad. Desde allí, con un discurso radicalizado y sectario, inadecuado a la realidad nacional, se postuló una permanente y universal victimización de la mujer. Subsiste la injusticia, subsisten los prejuicios y la violencia, pero no somos las mujeres las únicas en sufrir por ello. No es el género el que determina la condición excluyente de víctima.
Ese discurso pareció hegemónico, solo porque fue sostenido por el sistema, no porque representara el pensamiento mayoritario de las mujeres, que en su gran mayoría no se identifican con un movimiento cuyo objetivo es enfrentar a la mujer con el varón, estigmatizar al sexo opuesto, y fomentar una suerte de apartheid sexual.
A lo largo de nuestras vidas, hemos conocido a muchísimos varones respetuosos de las mujeres, que las promovían, que confiaban en ellas, en su capacidad, inteligencia y creatividad, en su coraje, y que eran capaces de trabajar codo a codo con ellas, sin competencia, sin celos. Incluso a aceptarlas como jefas. Pensemos en nuestros padres, que promovieron nuestra educación, pensemos en nuestros hermanos, novios, esposos, maestros y colegas.
Pero para el feminismo actual, el varón no es padre, hermano, compañero, colega: es un enemigo o, en el mejor de los casos, un adversario.
La doctrina feminista oficialista de los últimos años fomentó la segregación de género, suponiendo que las mujeres podemos desarrollarnos plenamente divorciadas del hombre; algo que desmienten la biología y la historia, desde el fondo de los tiempos.
La gran mayoría de las mujeres argentinas supo, desde el momento mismo de la creación de ese ministerio, que no podían confiar la defensa de sus derechos a una corriente para la cual toda la historia de la humanidad se explica en clave de guerra de sexos -de varones explotando a las mujeres-, que postula que el matrimonio heterosexual es un peligro y que en todo varón se esconde un predador de la mujer. Esto no es hipotético: era el eje de los cursos de género que promovió ese Ministerio todos estos años al amparo de la Ley Micaela.
Se enjuicia a todos los varones, no sólo por los atropellos que puedan cometer algunos hoy, sino por todos los agravios pasados, reales o imaginados.
De lo que se trata, en realidad, no es de los derechos de las mujeres ni de su emancipación, sino de reemplazar la solidaridad y complementariedad entre los sexos por el antagonismo y por un binarismo moral según el cual la mujer encarna el bien y el hombre el mal. El varón es de antemano culpable, por el solo hecho de serlo.
Hace tiempo que las mujeres argentinas tenemos abiertas las puertas a la participación; la respuesta no puede ser desatar una guerra de sexos. La respuesta es sumar el elemento femenino en la composición de las decisiones; las mujeres argentinas han demostrado ampliamente que están capacitadas para hacerse cargo, a la par del varón, de la totalidad de los problemas.
No somos un colectivo. A las mujeres nos incumben todas las problemáticas del país.
Por eso hay que celebrar el cierre de ese Ministerio y el traspaso de la verdadera contención de las mujeres que enfrentan problemáticas familiares y sociales a la nueva Secretaría de Niñez y Familia del Ministerio de Capital Humano. Del mismo modo, cabe señalar que compete también a la Justicia y a las fuerzas de seguridad el garantizar la protección de todas las mujeres que sufran algún tipo de amenaza y violencia.
En vez de renegar de nuestra historia y nuestros logros, debemos enorgullecernos de la igualdad de género que nuestro país ha construido y consolidado a lo largo de los años.
Hay mucho por hacer para que Argentina sea un país cada vez más y mejor integrado, en el que todas las familias puedan gozar de las mismas oportunidades y beneficios en un marco de paz y justicia. Pero eso no se logrará sembrando la discordia de género en beneficio de una facción o como coartada para la inacción de un gobierno.