El hombre tiene 55 años y una remera bordó. Lleva un gorro negro de algo parecido a la gabardina, demasiado caluroso para los 32 grados que hacen combustión entre la Plaza de los dos Congresos y la histórica de Mayo. Lo detiene una cronista de tevé y le pregunta por qué la ovación de la gente explota incluso cuando Javier Milei habla del ajuste.
- Porque todos tenemos que hacerlo. Dejar de gastar con la tarjeta si ya no nos alcanza, gastar menos. Llegó la hora del ajuste para los políticos, pero también para nosotros. Esto no da para más.
El hombre sigue su camino. Otros simpatizantes del nuevo gobierno también son consultados y responden conceptos parecidos. Celebran el ajuste anunciado por el Presidente en la explanada del Congreso. Dos de ellos llevan una remera negra con la inscripción: “No hay plata”. La frase preferida de Milei.
El discurso del Presidente derrama el diagnóstico más duro que se escuchó alguna vez en esas manzanas con un siglo de memoria política. En la Plaza de Mayo, Raúl Alfonsin llamó a emprender una economía de guerra en 1985. Fue antes de anunciar el Plan Austral. El ajuste, la caída de la inflación y el repunte económico no llegaron a durar dos años. Después todo se derrumbó. No hubo convicción para contener el gasto.
Al final de la debacle alfonsinista, Juan Carlos Pugliese se lamentó por la crueldad de los mercados: “Les hablé con el corazón y me contestaron con el bolsillo”. Los radicales solo se atrevieron a un ajuste a medias y todo terminó en hiperinflación.
Carlos Menem, el ídolo de Javier Milei, arrancó su mandato en 1989 diciendo que le habían dejado “un país en llamas”. Prometió un salariazo, aunque debió poner en marcha un ajuste. Privatizó casi todas las empresas públicas, cerró los ramales de los ferrocarriles que le hacían paros, pero nunca terminó de llegar al déficit cero. Esa debilidad le arruinó los últimos años de su gobierno. No tuvo re reelección ni pudo volver en el 2003.
Néstor y Cristina Kirchner jamás se preocuparon en bajar el gasto e hicieron del ajuste presupuestario el demonio fundamental al que había que asesinar cada día. La Inflación y su mejor amiga, la pobreza, terminaron por horadar la base social del kirchnerismo que llegó a su mínima expresión con la gesta empobrecedora de Alberto Fernández y Cristina. Seis de cada diez chicos menores de 14 años son pobres o indigentes. Todo lo demás es relato.
Por eso es que Milei se permite plantear una épica del ajuste que es el soporte estructural de su discurso y pretende serlo también de su proyecto de gobierno. “Quiero que el ajuste deje de ser una mala palabra”, les decía en la campaña electoral a los miembros de su equipo. Y echó a los gritos de las reuniones de trabajo a un par de ellos porque le advirtieron sobre el riesgo de que el glamour del ajuste terminara espantando a los votantes.
El resultado de ballotage le dio la razón a Milei. El 56% de los argentinos votaron al candidato que proponía el ajuste. A la mayoría le quedó claro que el presidente electo iba a reivindicar la idea del recorte de gastos en su discurso de asunción. Y vaya si lo hizo. “Es el fin de la noche populista”, arrancó el Presidente.
Lo aplaudieron y jamás dejaron de aplaudirlo. Lo ovacionaron cuando Milei dijo que “ningún gobierno ha recibido una herencia peor que ésta”. Y lo aclamaron cuando entró en detalles. “No hay alternativa posible al ajuste y tampoco hay lugar para el gradualismo porque no hay plata”. Si en vez de corear el hit de La Renga, como lo hizo en su campaña y en el balcón presidencial, Milei mostrara predilección musical por Andrés Calamaro, su canción elegida hubiera sido “Honestidad Brutal”.
Milei llegó al poder con varias obsesiones, pero una se destaca entre todas ellas. Nunca dejó de repetir que una de las razones del fracaso de la gestión presidencial de Mauricio Macri fue eludir en el discurso de la asunción la profundidad de la crisis que heredaba y la magnitud del ajuste que necesitaría poner en marcha. El propio Macri se lo advirtió cuando comenzaron sus diálogos antes del respaldo que le daría en el ballotage.
- No te guardes nada, Javier. Contá el desastre que te dejaron y avisale a la sociedad que el ajuste va a ser tremendo. Yo no lo hice y me equivoqué…
Efectivamente, Milei no se guardó nada. Le puso números de escándalo a la herencia recibida y proyectó el ajuste que se viene en casi todos los párrafos de su discurso. Vaticinó una inflación del 15.000%, una dimensión que hasta la Argentina de la hiperinflación todavía desconoce. De tanto en tanto, frenaba unos segundos para escuchar las aclamaciones. Y entonces la emprendía con el ajuste con mucho más entusiasmo.
Alvaro Vargas Llosa, periodista, escritor e hijo de Mario, el Premio Nobel peruano que concibió “la Tía Julia y el escribidor”, posteó un tuit mientras el sol golpeaba sobre la Plaza de Mayo.
- Hay algo de surrealismo en el hecho de que la multitud grite “¡No hay plata, no hay plata!”, desde la plaza pública en respaldo al anuncio de políticas de “shock”, es decir, de durísimo sacrificio por parte del presidente Milei. Lo común en todo el mundo es que ese alarido sea un reclamo, una exigencia, de dinero público y no, como ha sucedido hoy, de austeridad. Ojalá que ese conmovedor espíritu de privación sea duradero porque, si el Gobierno argentino hace lo que su jefe ha anunciado, vendrá una etapa de dolor antes de que los beneficios potencialmente considerables se sientan en los hogares argentinos. Paciencia, paciencia, paciencia.
Lo que plantea Vargas Llosa es justamente el interrogante que atraviesa a toda la dirigencia política. Los miles de argentinos que fueron a saludar el comienzo de la era Milei y aclamaron las advertencias del ajuste por venir, ¿podrán sostener ese mismo entusiasmo en tres o en seis meses, cuando los aumentos, la inflación y la insuficiencia de los salarios agobie a las mayorías?
Las sonrisas de Cristina Kirchner no debieran confundirlo. La conjunción de los líderes de la CGT, la CTA y los activistas piqueteros en la asunción de un jefe del movimiento de Juan Grabois solo anuncia que no habrá concesiones desde este mismo lunes, cuando el ministro de Economía, Luis “Toto” Caputo, anuncie la devaluación del peso, la suba de tarifas, el freno de la obra pública y el recorte de los salarios estatales.
Pablo Moyano, Héctor Daer, Hugo Yasky, Emilio Pérsico, el Cuervo Andrés Llarroque y el mencionado Grabois. Milei no tiene que pedir ningún informe secreto para adivinar de donde van a venir los misiles para su plan de ajuste. La “resistencia” es el nombre preferido del kirchnerismo para romantizar la extorsión.
Milei cree que la Argentina está a las puertas de un cambio cultural. Una modificación del imaginario popular que estaría tomando conciencia del daño que le hace a la economía nacional al abuso del gasto y los planes platita del kirchnerismo que acaban de fracasar estrepitosamente en las últimas elecciones.
La imagen sorprendente de argentinos limpiando la basura del acto político del domingo, imitando el comportamiento habitual de los japoneses en instancias parecidas, reforzaban en algunos nuevos funcionarios la creencia de que ese cambio cultural está en marcha. Y que Milei es el emergente que surfea la ola.
Otros, en cambio, incluyendo a colaboradores flamantes de Milei, son más escépticos y prefieren ir con mucho más cuidado. Ya han visto demasiados cien días, demasiadas lunas de miel, demasiadas primaveras políticas que simularon ser un cambio cultural y terminaron siempre en las peores catástrofes.
Conviene que Milei, y también sus ministros, sus legisladores y hasta sus opositores encandilados por este domingo de conciencia cívica, recuerden que el verdadero cambio cultural de la Argentina es reemplazar la decadencia económica y social por un presente de racionalidad que nos permita avizorar una ventana de futuro. Sin esa certeza, la simpatía por el ajuste durará lo que una brisa. Nadie se enamora del sufrimiento si el que gobierna no le pone a tiempo una fecha de vencimiento.
Milei cuenta con una gran ventaja en este amanecer de su gestión. Todos sus antecesores llevan cuarenta años fracasando. El Presidente solo tendrá éxito si logra apartarse de ese club que consiguió ganarse todas las medallas del hartazgo argentino.