Feminista en falta: el progresismo bobo y el silencio que banaliza

Es bastante lógico que se espere nuestra palabra frente a las atrocidades inapelables contra las mujeres israelíes que ocurren a la vista del mundo entero y hasta son reivindicadas por sus perpetradores: los excesos del #MeToo y sus derivas propiciaron a diario linchamientos públicos por agresiones mucho menos obvias

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Terroristas de Hamas acompañan a
Terroristas de Hamas acompañan a Maya Regev, con muletas, hasta el puesto de la Cruz Roja en su liberación luego de ser secuestrada en la fiesta electrónica Supernova. Su hermano, Itay, se presume que continúa secuestrado

Vi primero el sketch que hicieron en Eretz Nehederet (Un País Maravilloso), un show de televisión satírico israelí al estilo de Saturday Night Live cuyos videos, tan hilarantes como tristes en su trasfondo, circulan en las redes por estos días. Dos actrices simulan ser oficiales de la ONU Mujeres que le piden informes a un terrorista de Hamas por la masacre del 7 de octubre y la violencia sexual contra las rehenes. Comprensivas, escuchan la declaración del encapuchado, que no tiene empacho en decir que violaron a muchas mujeres. “Es su palabra contra la de ellas, que es la misma, así que no hay elementos para probar que realmente haya ocurrido”, concluyen. El terrorista insiste: “No hay problema, porque filmamos todo”. Las oficiales murmuran, suenan palabras como “narrativa” y “contexto”; finalmente deciden que “no fue una violación, sino un acto legítimo de resistencia que sólo se aplica contra las mujeres judías”.

Apenas un ratito más tarde, me encontré con el testimonio que dieron el martes las presidentas de las Universidades de Harvard, Pennsylvania y el MIT (todas mujeres y representantes de minorías sexuales y raciales, a tono con los tiempos que corren) ante la comisión de Educación del Congreso de los Estados Unidos en respuesta a las acusaciones de que no están haciendo lo suficiente para detener el creciente antisemitismo en sus campus. Específicamente se les reclamaba una respuesta frente a las expresiones de odio contra la colectividad judía durante diversas manifestaciones pro Palestina. Las tres condenaron el antisemitismo, pero se excusaron de tomar medidas disciplinarias por el momento, en defensa de la libertad de expresión. No hubo respuesta cuando les preguntaron si eso incluía el llamado a la “globalización de la intifada” y el genocidio de judíos.

Los feminismos solemos coincidir en que hay límites a la libertad de expresión cuando se trata de discursos de odio: no es que “ya no se puede decir nada”, sino que en esta era en la que todo parece requerir nuestra opinión, lo que decimos puede –y en algunos casos debe– tener consecuencias. El límite, dice el propio manual de Harvard, son los discursos que representan “faltas de respeto graves por la dignidad de los otros”. Cuándo esa dignidad se ve afectada es una sutileza que habilita el doble standard: ¿No debería acaso sancionarse de la misma forma a quienes agreden a cualquier colectivo?

La presidenta de la Universidad
La presidenta de la Universidad de Harvard Claudine Gay; su par de la Universidad de Pennsylvania Liz Magill, la profesora de Historia y Estudios Judíos de la Universidad Americana Pamela Nadell y la presidenta del MIT Sally Kornbluth responden ante la Comisión de Educación del Congreso de los Estados Unidos sobre sus respuestas ante el aumento del antisemitismo en los campus universitarios (REUTERS/Ken Cedeno)

La paradoja la planteó Karl Popper hace tres cuartos de siglo en La sociedad abierta y sus enemigos (1945). El filósofo comprometido con la democracia liberal escribió en pleno nazismo que “la tolerancia ilimitada conduce a la desaparición de la tolerancia”, y que, por lo tanto, debemos reclamar en nombre de la tolerancia “el derecho a no tolerar a los intolerantes”: “Cualquier movimiento que promueva la intolerancia se ubica fuera de la ley y la incitación a la intolerancia y la persecución deben considerarse criminales”. El ejemplo filosófico práctico más claro y consensuado de esa paradoja hasta ahora siempre había sido la reivindicación del nazismo. Pues parece que ya no aplica tanto.

Eretz Nehederet" ("Un país maravilloso") es un programa de televisión satírico de la emisora israelí Keshet.

Está visto: fuera de la ficción, la comedia se parece demasiado a una tragedia. Como narra Hinde Pomeraniec en su conmovedor newsletter de ayer en Infobae (No les creen, hermana), la ONU Mujeres sólo hizo mención a la campaña de violencia de género –”que los propios terroristas islámicos se ocuparon de visibilizar”– el 22 de noviembre pasado, es decir, un mes y medio después del brutal ataque que dejó un saldo inicial de 1200 muertos y 240 personas capturadas como rehenes. Habían pasado 45 días y el mundo había seguido desde sus celulares el minuto a minuto de una violencia sistemática y direccionada, el uso del terror sexual como arma de guerra y la misión concreta de “ensuciar” a las mujeres, pero el área que se ocupa del tema en las Naciones Unidas manifestó apenas su alarma por los informes de violencia sexual y de género, ni siquiera por las víctimas. De Hamas, ni una palabra.

Este lunes, el embajador de Israel en la ONU recriminó con dureza al organismo por su silencio: “En todas las demás masacres en las que se cometieron crímenes sexuales tan atroces se ha emitido una condena inmediata y severa, pero cuando las víctimas son mujeres israelíes las acusaciones se ponen en duda”. Y es que, como canta Charly, el silencio tiene acción, sobre todo cuando nos acostumbramos a que el parlante vibre tan fuerte y constante.

Las rehenes liberadas por Hamas
Las rehenes liberadas por Hamas Mia Shem y Amit Soussana

Parece mentira, pero los argumentos del supuesto progresismo que gira sobre sí mismo para no condenar la violencia –como si eso excluyera la posibilidad de condenar a la vez la respuesta sangrienta del gobierno reaccionario de Benjamin Netanyahu sobre el pueblo palestino, al que Hamas usa como escudo humano– son tan reales como el rebrote del negacionismo. Los mismos que eligen relativizar la tiranía del islam que somete y asesina a las mujeres iraníes (“Es una cuestión cultural”, repiten), cierran los ojos frente a los ataques explícitos que hacen que –como me contó esta semana por Twitter una madre consternada que tuvo que debatir con su marido si era seguro que sus hijos adolescentes salieran de casa con la kipá– las familias judías vuelvan a temer manifestar sus costumbres en público y los colegios e instituciones de la colectividad hayan dejado de ser –una vez más– un lugar seguro (para muestra, basta con la amenaza de bomba aquí en la AMIA, esa pesadilla revisitada el miércoles último).

El final del sketch de Eretz Nehederet va directo al hueso: antes de retirarse, el terrorista les dice un piropo a las oficiales que, entonces, sí, reaccionan airadas. “¡Ya no le hablamos así a las mujeres, señor!”, “¡Es 2023!”, lo increpan. Y es que la forma en la que buena parte de los feminismos (sobre)reaccionamos por microagresiones (o pavadas) que le han costado la cancelación a muchas figuras en estos años hace que el silencio frente a lo grave sea mucho más evidente.

Nos ofende que ahora haya personajes que han hecho gala de su intolerancia frente a –por ejemplo– los avances en materia de derechos y sin embargo aprovechan para blanquearse y ubicarse del lado del bien al exigirnos un repudio explícito ante los horrores perpetrados por Hamas (¿por qué esa necesidad de que las feministas se pronuncien sobre todas las cosas? ¿por qué no se expresan quienes quieren hacerlo en lugar de acosarnos en las redes para que demos nuestra opinión? ¿por qué la culpa siempre es de las mujeres, incluso de lo que les pasa a las mujeres?). Pero los comediantes tienen un punto clarísimo: los excesos del #MeToo y sus derivas propiciaron a diario linchamientos públicos por agresiones mucho menos obvias. Es bastante lógico que se espere nuestra palabra frente a las atrocidades inapelables que ocurren a la vista del mundo entero y hasta son reivindicadas por sus perpetradores si durante casi una década nos acomodamos sobre el caballito de la superioridad moral para emitir comunicados sobre cualquier cosa.

Es simple, aunque algunos insistan en darle vueltas: no podemos horrorizarnos más por las recriminaciones anónimas y virtuales que podamos llegar a sufrir en una red social que por los crímenes sexuales sistemáticos infligidos en el plano real. Para ese feminismo bobo y tuerto –y, en general, para quienes se autoperciben progresistas, pero eligen hacerse los distraídos, las distraídas– es hora de madurar. Lo contrario, no hay otro modo de verlo, es lisa y llanamente banalizar el mal.

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