En los últimos días han tomado estado público las diferencias que habrían comenzado a existir entre los electos presidente y vicepresidente de la Nación, Javier Milei y Victoria Villarruel respectivamente. Ello amerita un breve comentario institucional acerca de la figura del vicepresidente, e histórico acerca de la relación entre los primeros mandatarios y sus vices.
El cargo vicepresidencial tiene características muy particulares y una insólita ambigüedad institucional, porque, por un lado, tiene notorias debilidades, pero por otro muestra fortalezas. Veamos.
En su actividad principal, cual es la de reemplazar al presidente en caso de ausencia, el vicepresidente tiene una tarea en expectativa, por cuanto “espera” para reemplazar al presidente cuando éste se va del país o cuando está enfermo, y porque “espera” reemplazarlo definitivamente, asumiendo la presidencia cuando el primer mandatario fallece, es destituido o renuncia. En definitiva, en este aspecto, el vicepresidente es un verdadero “suplente”.
Es por ello que la Constitución le asignó una función cotidiana, cual es la de presidir el Senado; pero aún en esta tarea de cada día, más allá de presidir los debates y administrar a esa Cámara legislativa, el vicepresidente no es legislador, es decir no participa en los debates ni vota leyes, salvo en caso de empate.
A estas “debilidades” institucionales se le suman otras: los vicepresidentes están “condenados” a caer en las oscuras redes del olvido -ya que muy poca gente suele acordarse de quienes lo fueron-, y el cargo que ocupan es prescindible, ya que no hay obligación constitucional de reemplazarlo en caso de ausencia-.
En efecto, en solo dos oportunidades se reemplazó al vicepresidente de la Nación: en 1928 había triunfado la fórmula Yrigoyen-Beiró, pero éste último falleció antes de asumir el cargo, motivo por el cual el entonces Colegio Electoral designó a Enrique Martínez; y en 1952, al fallecer Hortensio Quijano antes de asumir la segunda presidencia con Perón, se convocó a elecciones y triunfó Alberto Teisaire.
Sin embargo, a pesar de las referidas “debilidades”, por otro lado, la del vicepresidente es una figura con destacadas fortalezas, por cuanto al ser elegido mediante el voto popular, tiene legitimidad democrática de origen, y en consecuencia, aún cuando tuviera disidencias con el presidente, éste no puede removerlo de su cargo. Además, como si ello fuera poco, está en la primera línea de la sucesión presidencial, y de repente, tal como ocurrió seis veces en la Argentina, de ser un “suplente”, puede convertirse en presidente de la Nación.
En efecto, ello ocurrió cuando Pellegrini debió reemplazar a Juárez Célman; cuando José E. Uriburu hizo lo propio con Luis Sáenz Peña; cuando Figueroa Alcorta asumió el cargo de presidente por fallecimiento de Manuel Quintana; cuando Victorino de la Plaza hizo lo mismo al fallecer Roque Sáenz Peña; cuando Castillo reemplazó a Ortiz, y finalmente, cuando María Estela Martínez reemplazó a Perón.
La relación entre los presidentes y vicepresidentes no siempre fue óptima. Tuvieron problemas Sarmiento con Alsina, Yrigoyen con Enrique Martínez, Ortiz con Castillo, Perón con Teisaire, Frondizi con Gómez, Menem con Duhalde, De la Rúa con “Chacho” Alvarez, Kirchner con Scioli y Cristina con Cobos.
Obsérvese un detalle: ninguno de los cinco presidentes argentinos que gobernaron durante más de un período (Roca, Yrigoyen, Perón –durante tres-, Menem y Cristina Fernández), repitió a su vicepresidente en su segundo período. Roca tuvo como vicepresidente a Francisco Bernabé Madero en su primera presidencia y a Norberto Quirno Costa en la segunda. Yrigoyen gobernó con Pelagio Luna en su primera presidencia, y con Enrique Martínez en la segunda.
El caso de Perón fue particular, porque si bien tuvo como vicepresidente a Hortensio Quijano entre 1946 y 1952, y la fórmula fue reelecta para el período 1952-1958, éste falleció antes de asumir la segunda gestión, motivo por el cual Perón asumió solo, y luego, convocadas nuevas elecciones para designar al nuevo vice, triunfó el peronismo que llevó como candidato a Alberto Teisaire. Veintiocho años más tarde Perón inició una tercer presidencia, hasta su fallecimiento, con una vicepresidente diferente: su esposa María Estela Martínez.
Mientras tanto, Menem tuvo como vicepresidente a Eduardo Duhalde en su primera gestión, y luego a Carlos Ruckauf en la segunda; y finalmente Cristina Fernández gobernó con Cobos en su primera presidencia, y luego con Amado Boudou en la segunda.
Como se puede observar, las relaciones entre los presidentes y vicepresidentes ha sido compleja en un tercio de los períodos presidenciales que se desarrollaron en nuestro país; por eso no llama la atención que ya estén surgiendo algunos chispazos, antes de asumir, entre los electos Javier Milei y Victoria Villarruel.
Cuando efectivamente se producen problemas entre los presidentes y vicepresidentes, muchos afirman que los segundos deberían abandonar el cargo, argumentando que no corresponde que un vicepresidente no esté consustanciado con aquel a quien acompañó en la fórmula presidencial. Sin embargo, la Constitución Nacional admite la posibilidad que un vicepresidente pertenezca a la oposición. En efecto, la Ley Suprema prevé que, en el caso de ausencia del vicepresidente, el Congreso es quien debe decidir si procede una nueva elección (Art. 75 Inc. 21). Si ello ocurriese, es obvio que la oposición al gobierno en el que se produce la vacante vicepresidencial, está habilitada para presentar un candidato, y podría ganar la elección.
En definitiva, hay luces y sombras en las figuras de los vicepresidentes argentinos. Habrá que ver si, en el caso de Milei-Villarruel, prevalecen las primeras o las segundas.