El núcleo central del discurso de la campaña electoral del presidente electo, Javier Milei, apuntó a decir la verdad sobre la calamitosa situación económica y social que recibirá a partir del 10 de diciembre. Y como consecuencia de esto, a proponer un fuerte ajuste, imprescindible para intentar bajar el índice de pobreza que supera al 40 por ciento de la población argentina.
Esta decisión, pensada por sus asesores más cercanos en comunicación estratégica (con Santiago Caputo a la cabeza), parece estar forjada en la concepción de un académico estadounidense que hasta ahora no apareció en la agenda de figuras libertarias que forjaron la cosmovisión ideológica de Milei.
Nos referimos al economista Thomas Sowell, nacido en Carolina del Norte en 1930, egresado de la Universidad de Harvard con una maestría en la de Columbia y un doctorado en la de Chicago, donde fue alumno del gurú del monetarismo, Milton Friedman, y con más de veinte ensayos publicados sobre un amplio abanico de cuestiones vinculadas a las ciencias sociales. “Cuando quieres ayudar a la gente, les dices la verdad. Cuando quieres ayudarte a ti mismo, les dices lo que quieren oír”, escribió Sowell, actualmente de 93 años, que recientemente acaba de publicar su último libro titulado “Social justice fallacies”.
Pero esta concepción del realismo sincero de Sowell, un conservador en materia de políticas sociales y muy cercano a las teorías del economista austríaco Friederich Hayek (Premio Nobel en 1974), tiene también sus raíces en la obra de un académico notable de la izquierda norteamericana, el sociólogo Charles Wright Mills. Autor de “La elite del poder”, uno de los ensayos más consultados por el establishment académico de la posguerra, Wright Mills señaló en sintonía con Sowell que “la verdad dicha a la gente que debe oírla con las palabras adecuadas y en el momento oportuno representa una posibilidad de vencer. Iniciará cambios entre los impotentes y desenmascarará como mentiras las pretensiones de los poderosos que los sancionan”.
A partir de 1945, con el inicio de la Guerra Fría entre los Estados Unidos y la Unión Soviética, las potencias triunfantes de la Segunda Guerra Mundial, las principales corrientes académicas de las ciencias sociales en general, y de la economía política en particular, debatieron sobre el rol y el nivel de la intervención estatal en el devenir de las sociedades occidentales.
El llamado “Estado de Bienestar”, fruto del crack bursátil de 1929 y del programa económico y social (New Deal) aplicado en la década del ´30 por el presidente demócrata Franklin Delano Roosvelt, inspirado en gran medida por las teorías del británico John Maynard Keynes, fue la filosofía económica dominante hasta la llegada del republicano Ronald Reagan a la Casa Blanca en 1980.
Si los demócratas (“líberals”) John Kennedy y Lyndon Johnson acudieron a los consejos pragmáticos de John Kenneth Galbraith, la revolución conservadora iniciada por Ronald Reagan en 1980 tuvo en la figura de Thomas Sowell a uno de sus grandes inspiradores en la agenda económica y social de sus dos mandatos al frente del gobierno de los Estados Unidos.
Javier Milei, con su vasta formación en teoría económica, deberá intentar lograr desde el escalón superior que supone ser el titular del Poder Ejecutivo la conformación de una visión política superadora que alimente la esperanza de los sectores sociales que más sufren las consecuencias del populismo demagógico que azotó al país en los últimos quince años. Sabe que, paradójicamente, el Estado no existe más, sólo quedan las cenizas de un servicio público arrasado por la ineficiencia y el amiguismo.
El académico francés Jean F. Revel lo dijo mejor: “No se puede utilizar como prueba de la presunta orientación de un sistema político hacia la justicia y la libertad las ilusiones de los que han sido engañados y las mentiras de los que se han beneficiado de él.