La masacre perpetrada por la organización terrorista Hamás contra ciudadanos israelíes el 7 de octubre consternó a un mundo que se hace el sorprendido. Consternó de verdad porque los hechos tienen peso propio, ya que el ataque incluyo femicidios, infanticidios, violaciones, remates y secuestros. Pero no hay lugar a una sorpresa entre los países y organismos internacionales que cacarean sus voces altisonantes sobre los derechos humanos selectivamente.
Hamás no fue producto de una generación espontánea, sino que se funda en 1987, en plena intifada, lanzada por el la OLP (Organización de Liberación para Palestina) regida por el objetivo explícito de llevar a la desaparición del Estado de Israel. A las aspiraciones de la OLP, Hamás le suma la idea de un dominio teocrático bajo la ley del Islam sobre la tierra de Israel, siempre compartiendo la simpatía por la aniquilación del Estado Judío, tal como enuncia el preámbulo de su carta fundacional, publicada al año siguiente de su formación: “Israel existirá y seguirá existiendo hasta que el islam lo aniquile, como antes aniquiló a otros”.
Hamás ejerce violencia institucional, primero enunciada y luego ejecutada. Primero la escribió y la publicó en su Carta Fundacional, pregonando el exterminio del Estado de Israel. Luego la ejecutó al atacar deliberadamente a poblaciones civiles israelíes. ¿Hamás no es palestino? ¡Hamás es palestino! Pasen y vean.
Ya en su carta fundacional Hamás dice “No hay solución para la cuestión palestina si no es a través de la Yihad (Guerra Santa). Las iniciativas, las propuestas y las conferencias internacionales son una pérdida de tiempo y empresas vanas”. Y lo llevó a la práctica…
En 1993 tuvo lugar el primer atentado terrorista suicida de Hamás, cuando uno de ellos se hizo explotar en un puesto de comidas en el Valle del Jordán. Entre tantos, lo siguieron en 1996 los atentados en el centro comercial Disengoff Center, en el autobús de la línea 18 en Jerusalén y en el centro de la ciudad de Ashkelon. Lo siguieron 2 atentados más en 1997 en la capital israelí, Jerusalén. Lo más preocupante a futuro no fueron los hechos en sí –que son gravísimos- sino que los terroristas de Hamás se hayan sentido legitimados para hacer lo que hicieron, libres e impunemente.
Durante la segunda intifada, que duró desde el año 2000 hasta el 2004, Hamás ejecutó 425 atentados terroristas. En el 2001 comienza el lanzamiento de cohetes desde la franja hacia las poblaciones civiles de Israel. ¿La excusa? La ocupación. Pero en 2005 de modo unilateral Israel se retira de Gaza, no queda ni un colono, y hasta trasladaron las tumbas. ¿Qué hizo Hamás? Hasta el día de hoy sigue lanzando misiles.
En las elecciones para el Concejo Legislativo Palestino, en enero del 2006, ganó la lista de Hamás, y su líder en Gaza, Ismail Haniya, pasó a ser el Primer Ministro de la Autoridad Nacional Palestina bajo la presidencia de Mahmoud Abbas. El mismo Haniya que está viviendo en los lujosos hoteles de Qatar, digitando a control remoto los actos terroristas. El mundo ilustrado legitimó a Hamás como partido político palestino. No le importó ni su carta fundacional, ni sus subsiguientes atentados.
Pasó la Segunda Guerra del Líbano en 2006, que en tándem con Hezbollá, Hamás atacó desde el sur y secuestró a Gilad Shalit, manteniéndolo en el encierro durante 5 años. En 2007, a pesar de que Hamás ya integraba un gobierno palestino de coalición, irrumpe con un golpe de estado, asesinando a cientos de palestinos. Desde entonces, Gaza está bajo la dictadura deesa organización terrorista. No obstante, en el Acuerdo de El Cairo firmado en abril de 2011 entre Fatah y Hamás, se acordó que esté último será quien marque el ritmo de la lucha contra Israel “por medio de la violencia y el terrorismo”.
A todo eso le agregamos los ataques masivos de Hamás en los que puso en riesgo a las poblaciones civiles israelíes, que generaron las operaciones Plomo Fundido (2008), Pilar Defensivo (2012), Margen Protector (2014) y Guardián de las Murallas (2021). El ataque del 7 de octubre no llegó de la nada.
¿Cómo se generó el campo propicio para que esto pase? No fue un hecho aislado. Si pasó lo que pasó, fue porque antes hubo por lo menos un hecho menor que fue desestimado. Y este hecho no es otra cosa que un sondeo, una prueba para probar la reacción de la sociedad a ver si pueden seguir escalando. Y lo van a hacer si el freno no es absoluto. A este proceso, que cuenta con una matriz tan actual, lo describió mejor que nadie Stefan Szweig en su libro “El mundo de ayer”: “Es difícil renunciar en pocas semanas a treinta o cuarenta años de íntima fe en el mundo. Enraizados en nuestras concepciones del derecho, creíamos en la existencia de una conciencia alemana, europea, mundial, y estábamos convencidos de que había una medida de la inhumanidad que acabaría automáticamente, de una vez por todas, a la vista de la Humanidad.
Puesto que trato de ser aquí todo los más sincero posible, debo confesar que en al año 1933 y aun en 1934 no creíamos posible en Alemania o en Austria ni la centésima, ni aun la milésima parte de lo que iba a sobrevenir pocas semanas después. Es cierto que contábamos de antemano con que los autores libres e independientes debíamos esperar ciertos entorpecimientos, inconvenientes y animosidades. Inmediatamente después del incendio del Reichstag, advertí a mi editor que pronto se acabarían mis libros en Alemania. Nunca olvidaré su estupor.
-¿Quién puede prohibir sus libros? – inquirió entonces, en 1933, totalmente perplejo.
– Usted nunca ha escrito una palabra contraria a Alemania, ni intervenido en política.
Y es que todas las monstruosidades, como la incineración de libros y las fiestas celebradas en torno a unos cepos, que pocos meses después iban a ser hechos concretos, parecían, un mes después del encumbramiento de Hitler, más allá de todo lo concebible, aún a juicio de personas harto perspicaces.
El nacionalismo, con su técnica del engaño inescrupuloso, se cuidaba mucho de poner de manifiesto el radicalismo total de sus propósitos antes de haber endurecido al mundo. Así, practicaba su método de precaución: nada más que una dosis pequeña cada vez, y después de cada dosis, una pausa. Cada vez, solo una píldora, y luego, un momento de espera para comprobar si no había sido demasiado fuerte y si la conciencia universal asimilaría esa dosis.
Y en vista de que la conciencia europea –para mal y vergüenza de nuestra civilización– subrayaba diligentísimamente su desinterés, ya que aquellas brutalidades se realizaban “allende la frontera”, las dosis se hacían cada vez más poderosas, hasta que, por último, Europa entera sucumbió a causa de ellas. Nada realizó Hitler más genial que esa táctica de los sondeos lentos y los aumentos progresivos de un poder creciente contra Europa que se debilitada cada vez más en lo moral y pronto asimismo en lo militar.
La acción, interiormente resuelta desde mucho tiempo atrás, para aniquilar en Alemania toda opinión libre y cualquier libro de ideas independientes, también se realizó de acuerdo con aquel método de tanteo previo. No se procedió a dictar en seguida una ley – ésta sólo vino dos años después – que prohibiera nuestros libros lisa y llanamente. En lugar de ello, se efectuó por lo pronto un débil ensayo para averiguar hasta qué punto se podía proceder, y se encomendó ese primer ataque contra nuestros libros a un grupo oficialmente irresponsable: el de los estudiantes nacionalsocialistas.
De acuerdo con el mismo sistema que se empleaba con objeto de poner en escena la “ira popular” para llevar a cabo el boicot antisemita, resuelto también desde mucho tiempo atrás, se dio a los estudiantes una consigna secreta para que manifestaran públicamente su “sublevación” contra nuestros libros. Y los estudiantes alemanes, encantados con cualquier oportunidad para expresar su modo de pensar reaccionario, se reunieron obedientemente en todas las universidades, sacaron libros nuestros de todas las librerías y marcharon con tales presas y con banderas desplegadas hasta una plaza pública”.
A los límites hay que ponerlos a tiempo, porque si no, es tarde. No nos caímos de golpe, nos degeneramos de a poco. Y los de palo, los abstencionistas, no son de afuera, son cómplices. Porque tal como nos legó Elie Wiesel, tenemos que tomar partido, porque el silencio estimula al verdugo.