Celos y crímenes

Como una sección fija en informativos, portales y toda vía de comunicación está el asesinato de una mujer. En este semestre, el número ya es mayor que el del 22, es decir unos 300

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El tenebroso crecimiento de los
El tenebroso crecimiento de los casos pone al descubierto la impotencia y la filtración política del feminismo, tal vez una de las fuerzas más importantes en la entrada de este siglo. No hacen nada. Ni una menos es muchas más. Penoso (Gustavo Gavotti)

Como una sección fija en informativos, portales y toda vía de comunicación está el asesinato de una mujer. En este semestre, el número ya es mayor que el del 22, es decir unos 300. El esquema es parecido: no se encuentra a alguien después de una denuncia, o sin denuncia, durante varios días. Se la encuentra muerta – armas blancas, cuchillos de todo tipo- más golpes terribles y estrangulamiento, todo a la vez.

Un odio inconmensurable con origen en los celos permanentes y en subida, con una convivencia o una relación más o menos intermitente. Se busca entonces a la pareja. Siempre es el tipo. Ha mentido, ha disimulado, a menudo fue en ayuda de la busca organizada – bueno, más o menos- hasta que confiesa.

Como una epidemia criminal con la participación de psicópatas – poder, sumisión, mentiras, falta de culpa- en una rosca fatal porque el que corta el cuello o tritura el rostro fue antes una parte necesaria de una puerta vaivén de reconciliaciones, perdones, “última vez”. El disparador final de la sección fija son los celos.

El tenebroso crecimiento de los casos evidencia, entre varias razones- creo que todas las cosas resisten a una definición unicista, por eso me da repelús la presencia del idealista o el ideológico crónico que cree lo mismo a los catorce años que a los cuarenta y siete - pone al descubierto la impotencia y la filtración política del feminismo, tal vez una de las fuerzas más importantes en la entrada de este siglo. No hacen nada. Ni una menos es muchas más. Penoso.

Claro que también hay celos furiosos y obsesivos en la mujer, quizás fuera de la etiqueta del psicópata necesariamente -un psicópata no sufre una enfermedad: es una condición, congénita, inalterable, y la proporción en la sociedad se establece en un tres por ciento repartido en mitades- pero causantes de mucho sufrimiento: escudriñar el celular todo el tiempo, revisar cajones, husmear a la pesca de olores nuevos.

Cuenta en internet el caso de una chica de unos treinta y algo -dicho por ella-, que se sentía en la frontera de la psicosis, de la locura, al investigar durante años la conducta y los pasos de un ex novio.

Anda por ahí. También hay hombres golpeados, manipulados, objeto de denuncias infamantes, muertes planificadas o como un estallido.

Pero, ¿Qué son los celos?

Como San Agustín, si tengo que decirlo no sé. Si no tengo que decirlo, lo sé. Más o menos. Viejo como la vida en movimiento, el sentimiento, la emoción doliente de los celos, existe, ha existido y existirá, como –por intentar una definición- la posibilidad de querer a la persona amada y su remplazo. Una situación de miedo y abandono. Nuestros compañeros de ruta, sobre todo los mamíferos como nosotros, sienten los celos. Se ve a cada rato. Pongamos entonces que los celos pueden subir una montaña, pasada cierta altura se produce la muerte, la sección fija de los informativos diarios.

Entre argentinos nunca ha faltado -sería tal impensable- una serie de casos con origen en el crimen y los celos. En 1955 hizo temblar la historia de Alcira Methiger, de 28, doméstica, bonita, y Jorge Burgos, corredor de seguros y su empleador.

Burgos mató a Alcira y la descuartizó. Por una razón difícil de entender y a pesar de la horrible tarea de Jorge -repartió paquetes en varios lugares-. La opinión general y la prensa apoyaron al asesino: él era la víctima de destratos y humillaciones (se me ocurre que ya empezaba a mostrar la hilacha de una cabeza multitudinaria en un país determinado): fueron los celos, la posesividad, estaba claro. Quedó -queda- en la historia de ese trance de almanaque.

Más próximos están los sucesos –dejemos a un lado los pobres diablos donde en esos rollos no se investiga nada- está el acuchillamiento de Fernando Farré, un gerente encumbrado de varias empresas importantes, egresado de la UCA con formación en instituciones de mucho prestigio, quien usó dos cuchillos para hundirlos setenta y dos veces en Claudia Shaefer, su ex mujer, al asistir a una conversación de acuerdo por la separación. Entró con Claudia a hablar cara a cara en un vestidor, echó llave y se produjo el infierno.

Hacia atrás, está Fabián Tablado y las 113 puñaladas a Carolina Aló: salió de la cárcel hace poco después de 23 años. Los celos y la sangre.

Como en el caso de Farré, en Martindale, el empresario e industrial Jorge Neuss desayunó en su cuarto, como era su costumbre. Su mujer, Silvia Saravia, salió por un rato, volvió y subió a la planta alta. Hasta allí fue el señor Neuss y se produjo no solo una discusión sino también una lucha en defensa de Silvia- se vieron señales en los brazos de Neuss – pero , armado con un Magum 357de caño corto, tiró en la cara. El calibre y el arma deben ser ahorrados en sus detalles. Neuss caminó unos pasos y puso el revólver en la sien izquierda. Pueden ser y son diversas las razones: no hay duda, sin embargo, el factor de los celos estuvo allí. Neuss tenía 73 años.

Los celos. Todos los sentimos o recibieron celos, aunque no se termina de determinar en qué consisten. Ni hablar que la idea de que los celos son una prueba de amor. Una idea extendida y peligrosa. Están. Siempre están . Siempre está “el monstruo de ojos verdes”. Shakespeare, “Otelo, el moro de Venecia”.

Supone uno que transcurre en Venecia porque se escribió después de leer a un escritor italiano, Giovani Battista Giraldi, Cinzio. Los celos y la instigación de los celos hasta formar una pelota de obsesión y furia. En todo caso, como no pueden borrarse a los celos de la existencia humana, habrá que rebuscárselas para que sean en su medida y armoniosamente.

La receta les sonará de algo.

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