La hermosa Tetis, a quien el mismo Zeus habría querido conquistar, quería hacer de su hijo un ser inmortal. Para lograrlo, una noche llevó a su bebe a la laguna Estigia, que abrevaban del mítico río del Hades. Agarró a su hijo del talón y lo sumergió, haciéndolo invencible. Aquiles, el gigante héroe de la Ilíada, sería el más grande de los guerreros de la Grecia Antigua. Pero su talón sin sumergir en las aguas milagrosas, se transformaría por siempre en su debilidad. En la épica Guerra de Troya, Aquiles es alcanzado por una flecha en su talón indefenso. La tragedia griega siempre termina en tragedia. Sin poder escapar de lo predestinado. El gran Aquiles muere en la batalla que libraba contra su destino y su propia vulnerabilidad. El nombre Aquiles proviene de la palabra griega “Aqhos” que significa dolor, o pena.
Esa es la visión del pensamiento griego. Todos tenemos nuestras debilidades. Nuestros puntos flacos. Nuestras penas. Es ese lugar donde pueden hacernos más daño que en ningún otro. Esa fragilidad es tan poderosa, que nos anula y nos advierte que será inevitable que caigamos una y otra vez. Es nuestro talón de Aquiles. De lo que no tenemos salvación. Lo que nos hace tambalear, desequilibrarnos y caer sin remedio.
La tradición judía nos regala una historia similar, pero con otra mirada. Al menos, con otro final. En el Génesis nos relatan la historia del tercero de los patriarcas, Iaakov. Al nacer, Iaakov sale del vientre de su madre aferrado al talón de su hermano mellizo. Es por eso que el nombre Iaakov en hebreo proviene de la palabra “Ekev”, que significa “talón”. Es la misma raíz idiomática que se utiliza para lo que esta torcido. Como lo que sucede con el talón. Allí apoyamos todo nuestro cuerpo, pero una mínima torcedura nos derrumba.
La vida de Iaakov parece atada a la raíz de su nombre. Todo torcido. La relación con su padre, con su hermano, con su tío, con su familia. Sin embargo hay un momento en donde se encuentra solo, al otro lado de un río. Allí aparece un hombre con quien lucha toda la noche hasta el amanecer. Iaakov gana la pelea, incluso cuando sale lastimado en una de sus piernas. Igual que en la historia de Aquiles, tenemos ahora un hombre que es todo talón (Iaakov), aparece el río, la lucha y una pierna herida. Sólo que al terminar la batalla el hombre, un ángel para los místicos, le cambia el nombre: “Ya no te vas a llamar más Iaakov, sino Israel. Porque luchaste con Dios y con los hombres y venciste”. (Gen 32:28)
Su debilidad se transformó en la llave para su renacimiento. A su fragilidad la hizo su herramienta para cambiar y crecer. Ya no tenía por qué seguir siendo lo que fue, un talón frágil, sino que sería todo lo que podría ser, Israel. El que lucha, para vencer, para ser.
La gloria de Aquiles no logra torcer la raíz de su nombre, Aqhos, la pena, su talón.
Pero la debilidad de Iaakov (que suena tan parecido a Aqhos), le abre la puerta a una lucha por cambiar de raíz, incluso lo que alguna vez fue.
El actual Estado de Israel lleva su nombre en honor al patriarca que funda nuestro pueblo hace casi 4.000 años. En honor a aquél Iaakov que transformó su talón de Aquiles, sus penas, en lucha por ser Israel.
El Estado de Israel ha sido herido en su talón de Aquiles el 7 de octubre. En su máxima debilidad: se llevaron a nuestros chicos. Masacraron familias enteras. El talón de Aquiles de Israel: el amor a su gente. El cuidado de su pueblo. La protección de sus ciudadanos. Fue herido en el orgullo de haber construido un hogar seguro para su pueblo después de siglos regados de sangre judía.
El terrorismo fanático y radical de Hamas actúa por odio a todo lo que tiene enfrente.
Pero el Ejército de Defensa de Israel actúa por amor a quienes protege detrás de ellos.
El terrorismo de Hamas pone a sus civiles delante de ellos como escudo. El Ejército de Israel es el escudo de sus civiles.
Nos han herido en nuestro Talón de Aquiles. Nuestros bebes, nuestros chicos, nuestra gente. Por los asesinados, los torturados, por las mujeres violadas, las familias masacradas, y los cientos de secuestrados, niños y ancianos, fieles al legado del patriarca, esa pena, ese dolor infinito lo transformaremos en fortaleza.
Transformaremos la fragilidad en sabiduría.
Transformaremos la destrucción, en nueva construcción.
A las frases políticamente correctas, en reclamo continuo de compromiso para que se diga claramente quien está del lado del terror y quien no.
Al silencio de los cobardes, en un grito por el fin de las autocracias como Hamas que someten emocional, física, psicológica e ideológicamente a sus pueblos.
A las marchas de apoyo al radicalismo asesino plagadas de ignorancia o rancio antisemitismo, en marchas por la vida, la democracia, la educación, la libertad y la paz.
Amigos queridos. Amigos todos.
Después de la lucha que lo transforma, el patriarca Iaakov regresa finalmente a su casa en Israel, con su familia y todos sus hijos.
Eso es lo que exigimos y esperamos.
Que vuelvan las familias y los chicos secuestrados hace casi dos meses a sus casas.
Que los devuelvan a todos ya.
Que nos permitan llorar a nuestros muertos.
Que nos permitan de una vez, vivir en paz.