Con “flación” de la buena, el “estan” puede no ser tan grave

Cuánto más rápido se haga el sinceramiento de los precios relativos, antes se podrá estabilizar la economía. De ese modo, el estancamiento puede ser mucho más corto de lo esperado

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(Bloomberg)
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A medida que se acerca el traspaso del poder, y sin transición cooperativa, queda claro que todo el trabajo de encauzar el desastre macroeconómico de la herencia, le quedará al próximo gobierno.

Chocando con esta realidad, el Presidente electo se ha vuelto, al menos en el discurso de estos días, menos disruptivo con sus propuestas.

En primer lugar, su gran caballito de batalla en la campaña, la dolarización, ha sido, en principio, postergada por la falta de dólares, y por la dificultad que parece estar encontrando el futuro gobierno para armar la ingeniería financiera que hubiera permitido canjear el pasivo del Banco Central por dólares, a un tipo de cambio cercano al valor actual en el mercado libre.

Por supuesto que no puede descartarse de pleno una dolarización inmediata, dado que el designado ministro de Economía ha mostrado, en otro contexto, es cierto, su capacidad para armar vehículos financieros capaces de recolectar fondos de diversas fuentes.

Pero la baja de los precios de los dólares libres y las declaraciones de Javier Milei, reflejan que la percepción del mercado es que la dolarización, si se produce, no será en el corto plazo. Aun así, alguna duda queda, dado que el precio del dólar libre es “barato” si hay dolarización, pero sigue siendo “caro” si no la hay.

La interrupción de la tendencia decreciente de los dólares libres, con el salto en los precios el viernes parece indicar que los exportadores, ahora sin el seguro de cambio que les ofrecía el Banco Central, probablemente demoren sus ventas a la espera de algún salto en el tipo de cambio oficial para el comienzo de la nueva administración.

Adicionalmente, el Presidente electo ha comenzado a actuar sobre las expectativas anunciando que se viene una “estanflación”, es decir que se prolongaría en los próximos meses, la situación actual de convivencia entre el estancamiento de la economía y una elevada tasa de inflación.

Deduzco que ha empezado a actuar sobre las expectativas, tratando de evitar algún efecto desilusión de corto plazo en la sociedad, de manera que, si la gente espera “lo peor” y luego la realidad no resulta tan negativa, esas bajas expectativas iniciales jueguen a su favor.

Foto de archivo del presidente electo de Argentina, Javier Milei. EFE/ Juan Ignacio Roncoroni
Foto de archivo del presidente electo de Argentina, Javier Milei. EFE/ Juan Ignacio Roncoroni

Admito que lo anterior es pura especulación, pero efectivamente, si se logra apoyo político y se hacen bien las cosas, no es improbable que la economía argentina muestre una mejor respuesta que la que se pronostica.

Me explico.

Es cierto que, con una mirada de largo plazo, la economía argentina está estancada desde el 2011, con una tasa de inflación de dos dígitos que se ha acelerado desde la crisis cambiaria del 2018-2019 y luego con la explosión de gasto post pandémico financiado con emisión y la nueva crisis cambiaria del 2021-2022, y otra vez, con emisión y crisis cambiaria en el 2023. Pero con una visión más microscópica, dentro de ese estancamiento de largo plazo ha habido ciclos de corto plazo de reactivación.

Paradójicamente, dentro de ciertos valores, la inflación genera incremento de la demanda de bienes. En el “viaje de ida”, la gente tratando eludir el impuesto inflacionario se desprende de los pesos, a cambio de bienes, servicios y dólares. Es decir, hemos tenido períodos de inflación impulsando un buen nivel de actividad.

Si a la inflación le sumamos las limitaciones para girar dividendos por parte de las empresas y entidades financieras extranjeras, también podemos explicar la “inversión forzada” que se ha generado en los últimos años.

Así como la gente huyó del dinero, comprando dólares y bienes, muchas empresas evitaron que se les licuaran sus utilidades medidas en dólares, reinvirtiendo los pesos de sus ganancias no distribuidas, en ampliaciones de planta, más maquinaria, más edificios, más explotaciones petroleras, etc.

A estas cuestiones derivadas de la política económica, hay que sumarle los efectos del clima y los precios internacionales sobre los productos agrícolas de exportación. Con buen clima y buenos precios, a pesar de la fuerte carga impositiva, también el campo se suma al ciclo de reactivación.

En otras palabras, el clima, los precios internacionales, la inflación y el cepo operaron como incentivos para la reactivación.

Pero este año ha sido distinto. Por un lado, el clima generó una pésima sequía afectando al campo y sus áreas de influencia. Por otro lado, la mala política económica de fondo y la irresponsable política económica de corto plazo, que pretendió sustituir el ajuste de sector externo e interno que requería una economía con menos dólares comerciales y creciente déficit fiscal, con endeudamiento de hecho con los productores que importan insumos, repuestos y maquinaria, y con emisión monetaria, atraso cambiario y controles de precios.

El resultado está a la vista. A la recesión climática del campo, se le sumó el freno a la producción por falta de dólares a precios artificialmente bajos, y la aceleración de la tasa de inflación producto del efecto del exceso de pesos sobre los precios del verdadero dólar, que licuó salarios y jubilaciones.

Pese a ello, la recesión de este año no ha sido tan intensa, simplemente porque aquéllos que pueden gastar, han aprovechado la mejora del poder de compra de sus dólares ahorrados, aumentando la demanda de bienes y servicios que han quedado a precios “regalados” en dólares, a los que se suma la demanda de turismo receptivo y un clima general de “disfrute” y de apurarse a gastar (los que saben, le atribuyen este clima a la post pandemia).

Si la economía no mostró una mejora neta fue, básicamente, por la mencionada sequía, y por problemas de oferta derivados de la falta de dólares y de la natural decisión de los productores de preservar stocks.

Con este panorama, entramos al 2024.

La inflación seguirá alta porque el gobierno del presidente Milei tendrá que sincerar la inflación reprimida de Massa. Pero si se hace bien, dicha inflación será “inflación buena” derivada de poner los precios relativos en su lugar.

Cuánto más rápido se haga ese sinceramiento -que incluye otro régimen cambiario- antes se podrá estabilizar la economía y bajar las expectativas de inflación futura.

Por el lado del nivel de actividad. Primero, la mejora del clima reactiva al sector exportador agrícola, y la normalización del tipo de cambio ayudará a los sectores exportadores en general, tirando su actividad para arriba, aunque la deuda comercial con proveedores del exterior será una dificultad importante.

Por otro lado, si se hace el ajuste del sector público y se cierra el déficit fiscal, el impulso del consumo y la inversión pública será negativo, pero si dicho ajuste es apoyado políticamente, y se maneja en forma adecuada el problema de los sectores más vulnerables, y se logra, además, introducir reformas en las regulaciones en torno a la inversión y las relaciones laborales podría, luego de unos meses de “ver para creer”, empezar a crecer la inversión privada, con los dólares ociosos del sector privado integrándose a la economía, más si los precios normalizados emiten la señal adecuada para la asignación de recursos.

Está claro que hay muchos supuestos detrás del cuentito que acabo de contar, dónde lo único cierto es la recuperación del campo.

Hace falta política, programa, equipo, y lograr de esa manera que los ganadores compensen a los perdedores del cambio.

Pero si todo eso está disponible, con inflación “de la buena” y un ajuste creíble, el estancamiento puede ser mucho más corto, y se puede convertir con cierta rapidez la estanflación en crecimiento genuino.

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