La urgente necesidad de una perspectiva de infancia

La situación actual de niños, niñas y adolescentes víctimas de violencia y de abuso sexual lo requiere

Los signos de alerta son cualquier cambio en el comportamiento, el silencio, el aislamiento, conductas agresivas, depresión, ansiedad, etc (Archivo DEF)

El abuso sexual contra niños, niñas y adolescentes (NNyA) es una de las formas de maltrato más graves que existen y, al contrario de lo que se piensa, en muchos casos no implica un contacto físico.

Es muy importante poder visibilizar de qué hablamos cuando decimos “abuso sexual contra niñas, niños y adolescentes”, ya que hay mitos que nos atraviesan a todos e impiden entender la gravedad del daño que imprime en quienes lo padecen, dejando consecuencias que se pueden expresar a lo largo de toda su vida. Es una de las problemáticas graves que afectan a NNyA y es trasversal a toda a la población, sin hacer diferencias de nivel socioeconómico, raza, cultura o religión.

Aunque los medios de comunicación cada vez más frecuentemente hacen públicos algunos de los casos que se detectan, no se cuenta con datos estadísticos completos, ya que existe un fuerte sub-registro por razones culturales y por características propias a este tipo de delito.

Aun así, para la Organización Mundial de la Salud (OMS), una de cada cinco niñas y uno de cada trece niños puede ser víctima de abuso sexual infantil. Para otros organismos nacionales, como el Ministerio de Justicia, una de cada cinco niñas y uno de cada diez niños son víctimas de abuso sexual. Los últimos datos del programa “Las Víctimas contra las Violencias” indican que desde 2017 a enero de 2023, en la línea 137, se registraron 14.912 casos de niñas, niños y adolescentes víctimas de violencia sexual. En esos cuatro años, el incremento fue de 126%. En el 85% de los casos, el agresor era una persona cercana a la víctima o un familiar.

El abuso sexual ocurre cuando se involucra a un niño, niña o adolescente en actividades sexuales que no llegan a comprender totalmente, para las cuales están evolutivamente inmaduros y no están en condiciones de dar consentimiento. Es, en definitiva, la intromisión de la sexualidad adulta en el cuerpo y psiquismo que no pueden consentir por su grado de madurez. No debemos olvidar que no son comportamientos consensuados, aun cuando el niño o la niña no se resistan, ya que este tipo de violencia incluye tanto el coaccionar o forzar, como la persuasión.

El vínculo abusivo se apoya sobre otro vínculo previo de amor, confianza o dependencia, por eso a la víctima le cuesta tanto reconocerse como tal así como poder decir “no”.

En la inmensa mayoría de los casos, los agresores son parte del entorno familiar y social próximo de las NNyA, lo que dificulta la detección e intervención. Estamos hablando de padres, abuelos, tíos, hermanos, maestros, madres, hermanas maestras, entre otros vínculos cercanos. Las estadísticas muestran que los abusadores son en general del género masculino; sin embargo, también hay mujeres que abusan como se vio en algunos casos que tomaron conocimiento público últimamente.

La situación actual de niños, niñas y adolescentes víctimas de violencia y de abuso sexual requiere que en forma urgente se pueda establecer, convocar y construir una perspectiva de infancia que permita articular las prácticas de todos los ámbitos que intervienen con infancias y adolescencias. Pero especialmente los de salud y justicia, para poder dar una respuesta que no revictimice y sea reparadora, para dar acceso real a la justicia y la salud.

Nuestro país se destaca entre muchos por contar con marcos legislativos que tienden al reconocimiento de los derechos de los NNyA. Sin embargo, en la práctica no vemos un cambio sustancial con el mismo. Esperemos que las autoridades que asuman los nuevos mandatos entiendan la necesidad de construir esta perspectiva de infancia para poder lograr reducir este flagelo que nos convoca a todos los actores sociales a romper el silencio en pos de infancias libres de violencia sexual.