Ausencia de políticos a la vista

Milei es el amargo resultado del cierre de los dos grandes partidos, peronismo y radicalismo, clausurados al servicio de los negociados de turno

Javier Milei - REUTERS/Agustin Marcarian/File Photo

Termina una etapa que no deja ni ideas ni ejemplos, desarrollo de un tiempo más dañino que perdido. De lo que viene, imposible negarlo, lo protocolar fue más normal que lo esperado: el llamado del Santo Padre, el encuentro con el presidente, la visita de las vices, algunas frialdades sin riesgo de desplante. El sueño de imitar a Trump y Bolsonaro culmina en diálogos con Biden e invitación a Lula, y la ridícula pretensión de toma de distancia respecto de los países comunistas se disuelve en un llamado del conservador presidente de Uruguay desde China.

Quienes votamos a Massa debemos asumir -al menos por el momento- que nuestros miedos iniciales eran menos justificados que nuestras convicciones. Una sociedad que eliminó los partidos y el debate de ideas agoniza en la confrontación de intereses: qué vamos a producir, cómo daremos trabajo a los desocupados, cuál es el proyecto de sociedad que intentamos forjar, todo eso todavía está en aguas de borraja, en medio de las urgencias de La Cámpora y las exigencias de los mercados. También, de los angustiosos interrogantes de un 45% del electorado aunque tal vez, menos la ciudadanía, todos parecen tener derecho a pensar la política.

Milei es el amargo resultado del cierre de los dos grandes partidos, peronismo y radicalismo, clausurados al servicio de los negociados de turno. Ni hablemos de los peores, los liberales, quienes históricamente redujeron su concepción de la patria a oscuras escuelas de negocios. Por su parte, los sindicalistas, no dejaron ni un instituto de formación de dirigentes y, transformados en empresarios, solo necesitan de obsecuentes y guardaespaldas, sin intento alguno de sostener una imagen respetable ante la sociedad. Nadie da testimonio con sus conductas ni aporta ideas con sus reflexiones mientras demasiados defienden sus prebendas como si fueran dignos derechos. Un presidente economista y economicista, ausencia de políticos a la vista, solo aficionados que se acercan en busca de rentabilidades o ex miembros del gobierno de Macri, quien parece intentar imponer la pequeñez de sus pautas.

Es cierto que se retira un muy mal gobierno integrado por progresistas, destructores de pasados que ignoran para proponer la liviandad como destino. Un gobierno que acumuló ministerios para acomodar lealtades, reprodujo universidades sin tener en cuenta la exigencia de excelencia intelectual, amontonó empleados en el Estado como si la prebenda pudiera justificar la obsecuencia. Del otro lado, duele que reaparezcan oscuros menemistas de probada experiencia delictiva, un porcentaje todavía menor que entre los vencidos, al menos por el momento. Los que nos asumimos peronistas, o mejor dicho, amamos la política, y no cambiamos silencios por cargos, no la tenemos fácil. Quienes se van no nos soportaban, y los que llegan, por lógica, nos integran a los derrotados. La decadencia de los gobiernos culminó imponiendo el anti estatismo, confundiendo burocracia con Estado. De tanto mentir con su supuesto izquierdismo mientras se ocupaban de prebendas y nombramientos, terminaron convocando a una derecha real, que imagina el anarquismo privatista como variante del destino colectivo. En el mundo, surgen los conservadores patriotas, a nosotros nos toca una versión colonial.

Si el menemismo es la peor expresión de la traición a la patria, los estatistas usurpan y saquean aquello que Menem y los suyos no terminaron de robar. Aerolíneas es un coto de caza de minorías bien pagas que sirven a ricos que viajan; si la privatizan o no es un detalle secundario, Italia y Brasil son estados de verdad que se sacaron esa carga de encima. Otra cosa es YPF, la ciencia y los satélites, lugares donde se debate la identidad nacional. No olvidemos que Néstor y Cristina habían privatizado YPF para hacerse de la base monetaria para tomar el poder. Me pregunto: sin moneda ni empresas propias, qué significará “ser argentino”: ¿tan solo una memoria del tango y del fútbol?

Carentes de burguesía nacional, de dirigencia política de sindicalistas respetables, es muy difícil ser optimista. Venimos de una falsa izquierda que usurpaba ideas ajenas y ahora, vamos hacia una derecha economicista sin rasgo alguno de patriotismo. El rumbo, el destino común, lo define la política, esa que no logramos recuperar desde la última dictadura, momento donde se inicia la dialéctica entre privatizar y empobrecer. Después de una burocracia corrupta, que venga un fanatismo privatista es peligroso, nos deja al borde de la disolución nacional. Quizás un gobierno ya no necesita medios públicos- aunque Italia y Gran Bretaña, entre otros países europeos los tienen y de excelente calidad- ni aerolíneas de bandera, que también mantienen otros países. Sin embargo, necesita defender el patrimonio colectivo pensando propuestas que generen riquezas e integren a muchos ciudadanos al trabajo, y eso no parece interesarle a demasiados en el nuevo gobierno. Los países pueden tener mercados más libres o controlados, pero sin duda alguna, no pueden carecer de Estado, en tiempos de patrias, como los que vivimos. Nadie puede negar que las privatizaciones sirvieron para hacer ricos a los que se quedaron con los bienes y dejar sin trabajo a millares; privatizar es empobrecer, caer en la codicia de los “liberales”, nombre moderno de los piratas de las patrias indefensas, como la nuestra. La protección de los intereses colectivos no estaba en los derrotados, tampoco asoma en los vencedores. El futuro hoy genera un legítimo temor.