“Lo iban a mostrar como un acto de rendición”. Esa fue la frase que usó Cristina Kirchner para justificar porque no hubo foto, ni entrega del bastón de mando ni traspaso presidencial con Mauricio Macri en 2015. Lo explicó en aquella autobiografía, “Sinceramente”, que publicó cuatro años después. Ella quería que se hiciera en el Congreso y él quería que fuera en la Casa Rosada, lejos de las barras que podía enviar el kirchnerismo para arruinarle la fiesta. Los dos tenían argumentos legales para sostener sus intenciones y jamás se pusieron de acuerdo.
“Todo Cambiemos quería esa foto mía entregándole el mando a Macri porque no era cualquier otro presidente. Era Cristina, la soberbia, la autoritaria, la populista en un acto de rendición”, escribió, mostrando el gigantesco concepto que tiene de sí misma. La imagen siempre fue central en el universo de Cristina.
No hubo rendición entonces. Como si la política y la circunstancia institucional de la Argentina fueran una guerra en la que unos triunfan y los otros se rinden. Esa es la filosofía fundacional de la grieta. No hubo foto junto a Macri para que no quedara ningún registro de esa debilidad. Sin imagen, la derrota se olvida rápido.
Cristina le aplicó la misma filosofía a Victoria Villarruel. La compañera de fórmula de Javier Milei, la vicepresidenta electa, la que tiene que reemplazarla ahora en la Jefatura del Senado.
Muchos se preguntaban qué trampa le iba a tender Cristina a Victoria. Porque que ella fuera su reemplazante, justamente ella, era la peor ofensa que podía recibir. Es que Cristina, como Néstor Kirchner hace veinte años, pero ella mucho más, había hecho de los derechos humanos su escudo preferido. Se habían construido un pasado ficticio de revolucionarios peronistas para poder refugiarse detrás de la romantización de la violencia armada de los años ‘70 y de la protección de los organismos de derechos humanos, intocables por años para la clase política argentina.
Si hasta el prólogo del “Nunca Más” se habían animado a reescribir para borrar las huellas de Raúl Alfonsín, del Juicio a las Juntas Militares y de las condenas a los represores de estado y a los guerrilleros que jamás creyeron en la democracia burguesa.
Por eso, la llegada de Victoria Villarruel al Senado para sustituirla era toda una afrenta para Cristina. Porque la abogada de las víctimas del terrorismo, la hija de militares, la mujer que había visitado a Jorge Rafael Videla en la cárcel era la representación del enemigo. La mujer que decía mirando a las cámaras de TV que en la Argentina no hubo 30.000 desaparecidos. Que ese número no era otra cosa que una cifra de marketing para agigantar una tragedia que ya era gigante con la cantidad de desapariciones investigadas y confirmadas por la Conadep.
Por eso, Cristina no permitió que quedara un registro fotográfico de su encuentro de una hora con Victoria Villarruel. La trató amablemente, le mostró las obras de remodelación de estos años en el Senado y le dio las indicaciones para la Asamblea Legislativa en la que deben jurar los nuevos senadores. Y elegir al presidente (o a la presidenta, claro) provisional del Senado.
En 2015, según lo cuenta Cristina en su libro, le aconsejó a Macri nombrar como presidente provisional del Senado a alguien de su partido, y no a un senador de la UCR como tenía pensado el ex presidente. Por eso, Federico Pinedo terminó en ese cargo y fue quien le pasó los atributos del mando a Macri después de una gestión que resultó la más breve (12 horas) y la más exitosa de la historia reciente. No hubo inflación, ni emisión ni déficit fiscal.
La incógnita es si el gobierno electo de Javier Milei y Victoria Villarruel podrá elegir a uno de los suyos como presidente provisional del Senado. El kirchnerismo, derrotado y enojado, parece dispuesto a negarle esa posibilidad si no consiguen la cantidad de senadores necesarios (37) para aprobarlo. Milei, Macri y el aliado salteño Juan Carlos Romero suman 12 senadores. Es posible que la flamante vicepresidenta, además de la foto que no fue, se quede sin nombrar a uno de los suyos.
Desde el jardín de Alberto
La tormenta perfecta para el kirchnerismo en la que se transformó el triunfo de Milei no solo parece haber afectado a Cristina. También Alberto Fernández intenta emerger del impacto emocional de una derrota previsible, pero jamás imaginada en la magnitud que finalmente adquirió. El Presidente aprovechó la confusión general posterior al ballotage para volver al ejercicio de los tuits existenciales. Saludó la victoria del libertario y se tomó 48 horas para recibirlo en la bucólica Quinta de Olivos.
La debacle electoral del candidato Sergio Massa le permitió a Alberto recuperar un inesperado protagonismo. Un par de días antes de las elecciones y pensando tal vez en comenzar a despedirse de su oscura gestión, le concedió una extensa entrevista al diario El Observador que le hizo el animador radial Oscar González Oro. El presidente, hay que decirlo, sorprendió con algunas definiciones que se conocieron este miércoles.
Como si fuera Chauncey Gardiner llegando desde el jardín, Alberto se comparó con el tercer Perón (el que vino a pacificar la Argentina y la sumió en la confrontación y en la violencia política) y lanzó una definición que provocó carcajadas en las tertulias del peronismo. “Me decían títere y resulta que el títere es el único que termina enfrentado a Cristina”, arriesgó Fernández, sin recordar tal vez que los cambios de políticas y de funcionarios de su gobierno fueron decididos y acelerados siempre por Cristina.
En el balance de su gestión, la peor de todos los gobiernos completos en estos cuarenta años de democracia restaurada, Alberto Fernández no incluye las fiestas en Olivos en plena pandemia; los vacunatorios VIP; los encierros injustificados y el exceso de meses sin clases; la insólita liberación de presos por el Covid; la inflación galopante; la emisión monetaria descontrolada y la pobreza superior al 40% en el país, por encima del 50% en el conurbano y del 60% entre los menores de 14 años. Los estrategas de campaña de Milei nunca le pidieron tanto.
Éramos pocos y apareció Biró
Si un síntoma de desconcierto le faltaba al kirchnerismo después del triunfo de Milei, el sindicalista aeronáutico Pablo Biró salió a cubrir el bache. “Si (Milei) se quiere cargar Aerolíneas Argentinas, nos va a tener que matar. Y cuando digo matar, literalmente nos va a tener que cargar muertos; que me anote primero”, señaló por radio el titular de la Asociación de Pilotos de Líneas Aéreas.
Puso la cuota discursiva de sangre que el peronismo derrotado días atrás estaba tratando de evitar. El sindicalista, que suele ser vehemente en sus declaraciones públicas, salió a chocar contra la intención del nuevo presidente de entregarle Aerolíneas Argentinas a los trabajadores para cortarle los subsidios.
La aerolínea de bandera, privatizada por el peronismo de Carlos Menem en la década del ‘90 y vuelta a estatizar por el peronismo de los Kirchner una década después, le produjo al Estado una erogación de unos 8.000 millones de dólares desde 2008. El déficit anual de la compañía llegó a superar los 700 millones de dólares y se redujo a cerca de 200 millones de dólares en 2022.
Alguien le avisó a Biró que había pasado los límites de la prudencia en plena transición entre el gobierno de los Fernández y la gestión naciente de Milei. Por eso, después de incendiar la discusión sobre las privatizaciones que planea el nuevo presidente volvió a hablar para pedir disculpas por los excesos verbales y acusar a la prensa de haberlo sacado de contexto.
El juego de las fotografías simbólicas de Cristina, el realismo mágico de las declaraciones de Alberto y el aroma a catástrofe que despiden las palabras de Biró contribuyen únicamente a consolidar la inesperada base política que Javier Milei consiguió a partir del domingo, cuando se conoció la magnitud de su triunfo por casi doce puntos de diferencia sobre Sergio Massa.
“La verdad, me faltó un poco más de suerte”, fue la conclusión con la que cerró la entrevista el Presidente, a quien le quedan diecisiete días interminables de gestión. Lo dijo seguramente sin pensar en los muertos por Covid, en los que ya no pueden ganarle a la inflación o en los miles que cayeron fuera del sistema para ingresar al universo de los nuevos pobres de la Argentina.
Fue a ellos a quienes les faltó esa suerte de la que sí disfrutó el Presidente. Por lo pronto, quince millones de argentinos salieron a buscar esa suerte muy lejos de un gobierno al que solo recordarán por su incapacidad para generar alguna esperanza.