En el Atlántico sudoeste existe un sector denominado Agujero Azul que se destaca por estar en la ruta migratoria de varias especies animales relevantes, muchas de ellas de interés comercial como el calamar argentino. Esta alta diversidad convierte a la zona en un área de alimentación preferencial para aves y mamíferos marinos, como el petrel gigante del sur, los albatros, los elefantes marinos y la ballena franca austral.
Argentina se encuentra ante la oportunidad histórica de actuar para proteger esa porción del territorio. El Senado Nacional tiene a consideración el proyecto de Ley de “Área Marina Protegida Bentónica Agujero Azul”, ya con media sanción de Diputados. Se debe votar antes del fin de sesiones de este año o perderá estado parlamentario. Proteger esta importante porción del fondo marino argentino no solo traerá beneficios a las especies que allí se reproducen y se alimentan, sino también a una serie de ecosistemas asociados que dependen de los procesos virtuosos que ocurren en Agujero Azul gracias a la disponibilidad de luz, nutrientes y oxígeno.
El Agujero Azul constituye un área de la plataforma continental patagónica localizada por fuera de la Zona Económica Exclusiva de Argentina, a unos 500 km al este del golfo San Jorge.
Al encontrarse fuera de la línea de las 200 millas náuticas, pero sí sobre la plataforma continental extendida, la República Argentina ejerce soberanía únicamente sobre el lecho y subsuelo y no sobre la columna de agua. Es sobre este fondo y la vida que en él se desarrolla que la Nación tiene plena potestad de dictar medidas para su conservación.
En la historia del Mar Argentino hay registros de la presión que han sufrido las especies en Agujero Azul. Los balleneros y cazadores de focas llegaron en el siglo XVIII y operaron hasta bien entrado el siglo XX. Las flotas internacionales de pesca de arrastre de fondo comenzaron a visitar la zona regularmente en los años 1970 y establecieron operaciones regulares allí en los años 1980. Primero fueron los soviéticos y los japoneses, luego la flota española y en este siglo se han sumado mayoritariamente taiwaneses, surcoreanos y chinos. Hoy es una de las zonas que soporta mayor esfuerzo pesquero en alta mar.
En el fondo marino, se desarrollan comunidades bentónicas de alta biodiversidad que sirven de refugio a varias otras especies. En la zona, se desarrollan campos de esponjas, arrecifes de coral de agua fría, y jardines de corales blandos, hoy presentes especialmente en zonas de fondo duro y en cañones submarinos, donde las flotas internacionales aún no operan por los costos que implica el arrastre de fondo en altas profundidades. Estos cañones son además vías de circulación entre las profundidades abisales y la plataforma continental.
Agujero Azul presenta ambientes valiosos para la captura y almacenamiento de carbono, clave para mitigar el cambio climático. Recordemos que toda la plataforma y el talud continental argentino son responsables de capturar aproximadamente 17 millones de toneladas de carbono por año, lo que equivale al total de emisiones de carbono utilizadas por la energía residencial en Argentina. La cadena de cañones submarinos de Agujero Azul es la ruta de transporte de este carbono capturado a profundidades abisales.
Desde una perspectiva más funcionalista, mantener este proceso libre de presión pesquera sobre el fondo redundará en un inminente servicio ecosistémico que prestará la zona, transformándola en un área que interviene en la dinámica de generación de especies marinas de interés pesquero, refugio y área de reproducción, como también sumidero o depósito natural de carbono. Será además un reservorio paliativo de fauna ante inminentes derrames de la industria petrolera o impactos del cambio climático.
Esta columna vertebral del Mar Argentino está sometida a una presión asfixiante y desmedida; no hay ecosistema que pueda resistir la voracidad de las potencias pesqueras completamente desatadas en ese lugar. El Senado tiene la oportunidad de intervenir en esta pelea desigual y accionar para protegerlo.