Hoy se celebra el Día Mundial de la Filosofía, una fecha propuesta por la Unesco, cuya iniciativa fue en el año 2002 y proclamada en el 2005 con la Resolución 33C/45 en la Conferencia General, dando lugar a esta celebración cada tercer jueves de noviembre. En este sentido, la Unesco propone para este día incentivar la investigación y el análisis filosófico de cara a los problemas a los que se enfrenta la sociedad, brindar herramientas para poder promover el ejercicio filosófico para cualquier persona, más allá de su situación económica y social e incluir la educación filosófica en todos los sistemas de enseñanza.
Hasta hace unos años la filosofía era un campo destinado para un selecto grupo académico cerrado o una disciplina del ámbito escolar o universitario, era el peligro de transitar por un laberinto en el que nadie había puesto nombre a los demonios; un sabio se zambullía en un pozo de oscuridad que es el mundo y alumbraba con un poco luz en los adentros del caos Sin embargo, desde hace algunos años, algunos filósofos la han “desvestido”, sus libros baten récords, son best sellers y ganan éxito en tiempos en que nada parece brindar las respuestas que buscamos y los problemas son desenvueltos en la televisión o asistimos a charlas donde hablan de filósofos que apenas conocimos sus nombres en la escuela
Quizás este cambio se deba a que ellos pregonan como reflexionar acerca de los que nos pasa.
Pero ¿qué es lo que ha sucedido en este tiempo para provocar este giro copernicano, donde un día, la alegoría de la caverna de Platón, por ejemplo, leída y releída, por primera vez nos conmueve y nos lleva a cuestionar las cadenas que nos mantienen atados a nuestra vida cotidiana y nos invita a salir de ella y encontrar el verdadero mundo?
¿Es que nunca nos hicimos las preguntas típicas de la filosofía?: ¿qué es el amor?, ¿hay vida después de la muerte?, ¿existe Dios? o ¿cómo soportar la angustia del vivir cotidiano entre otros tantos temas que reflexionamos a diario? Seguramente, a diario, pensamos en esos temas y nos resultan indiferentes, pero hay un día y es “el día” en que filosofamos, nos interpela y buscamos la respuesta.
Si bien históricamente la filosofía fue asociada con la inutilidad, suele afirmarse que la importancia y el prestigio de esta disciplina radican en esa falta de utilidad. Dicha falta alude al carácter propio de la actividad filosófica misma, al hecho de que no está centrada en un fin a conseguir, sino que deja ir al pensar según su propia dinámica. No se trata de una actividad para ociosos, sino ligada a la percepción, al lenguaje y a la estructura del mundo y que nos permite orientarnos en él. Pensar significa darlo vueltas, ajustar los términos hasta que las relaciones queden más claras, hasta que ciertos nudos salten hechos pedazos, hasta que ciertas arquitecturas se desmoronen o se diluyan como el hielo que se funde con el calor y es también recordar o poner sobre el tapete la genealogía de las palabras que definen ciertos términos, usando para ello reglas de probada eficacia: la argumentación, el debate, la crítica, el análisis de los términos y los conceptos, la búsqueda de soluciones alternativas, el distanciamiento, la puesta en cuestión, la comprobación de viejas sentencias, la reflexión, etc. Parafraseando a Nietzsche, no sólo dios ha muerto, con él ha muerto el filósofo-rey, siempre con su receta a pedir de boca.
Por lo tanto, enseñar filosofía, hoy más que nunca es enseñar a pensar. Como dice mi querido Darío Sztansrajver: “No alcanza con lo que hay en términos de respuestas. Siempre hay razones o teorías o explicaciones que no están puestas en la superficie, sino que hay que buscarlas, fundamentarlas, legitimarlas, contrastarlas, y así la historia del conocimiento es una historia sinuosa, intensa, polémica”. Y eso se aprende, pero para aprenderlo, alguien lo debe enseñar. Y todo el sistema educativo en su conjunto debe hacerse cargo de eso porque no es una materia más, sino que es extrañarse frente a lo obvio, es cuestionar y cuestionarse lo naturalizado, las nociones dadas sin reflexión, las verdades “heredadas” que se replican sin cuestionamientos.
Alan Badiou, afirma que “la filosofía no es en absoluto la reflexión sobre cualquier cosa. Hay filosofía, puede haber filosofía, porque hay relaciones paradójicas, porque hay rupturas, porque hay decisiones, distancias y acontecimientos”.
Ya no hay respuestas universales ni hay recetas válidas para todos. Una buena estrategia para encontrarle cada uno la utilidad a la filosofía es abrir la mirada para modificar una verdad anterior incompleta o mal formulada y, de esta manera, aprender a encontrarle sentido a la existencia que de eso se trata la vida.