Vieja integración, nuevos desafíos

La odisea de treinta años del Mercosur trae también lecciones en cuanto a la necesidad de estabilidad institucional. Eso hubiera evitado que crisis internas afecten la relevancia política del bloque

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Luiz Inacio Lula da Silva y Alberto Fernández en la reunión de Mercosur en Puerto Iguazú, en julio
Luiz Inacio Lula da Silva y Alberto Fernández en la reunión de Mercosur en Puerto Iguazú, en julio

Un interesante debate ocurrió en la Facultad de Derecho de la UBA, días atrás en ocasión del seminario celebrado en dicha institución, sobre las tendencias de la integración regional en la actualidad. A partir de las ponencias de los especialistas que tuvimos la oportunidad de participar en dichas jornadas, surgen algunas conclusiones, no solo en cuanto a los desafíos que los países latinoamericanos deben enfrentar, sino también en cuanto a los aprendizajes que deberían ser definitivamente incorporados.

Es interesante notar la validez de los antiguos enunciados sobre las ventajas de la integración regional. Desde hace un siglo, cuando Jacob Viner escribió sobre el tema, las experiencias concretas han confirmado sus teorías. De hecho, la integración sirve para elevar los ingresos de los países involucrados, aunque sus impactos sobre trabajadores y sectores específicos pueden variar.

Al mismo tiempo, se ha comprobado que la integración económica regional ofrece oportunidades para la industria y para economías de escala, lo que promueve diversificación y genera dinamismo económico. Pero los países que más aprovechan esas oportunidades son los que garantizan un entorno empresarial favorable y estabilidad macroeconómica, complementados con mejora en la gobernanza, la educación y la productividad.

La integración sirve para elevar los ingresos de los países involucrados, aunque sus impactos sobre trabajadores y sectores específicos pueden variar

Si esos enunciados clásicos se han confirmado, hay que extraer también las lecciones de la integración regional, particularmente para el caso del Mercosur. Primero, muchas oportunidades no se han concretado como consecuencia de la inestabilidad regulatoria y la persistencia, en muchos momentos, de la ideología de sustitución de importaciones. De otro lado, restricciones a las exportaciones –sea por motivaciones fiscales o de seguridad alimentaria– también han tenido efectos adversos, reduciendo la previsibilidad para inversiones y provocando presiones de precios en los socios comerciales.

La odisea de treinta años del Mercosur trae también lecciones en cuanto a la necesidad de estabilidad institucional. Eso hubiera evitado que crisis internas afecten la relevancia política del bloque. De hecho, fuimos testigos muchas veces de que –aunque siempre hubo poca oposición a la integración regional– tampoco tuvimos capacidad de mantener el ritmo de la integración cuando las crisis internas en un Estado socio ocupaba los tiempos políticos.

A estas lecciones se agregan, en el horizonte cercano, nuevos desafíos que todavía no están plenamente debatidos en nuestros esfuerzos de integración. Del cambio climático surgen elementos visibles: se espera que las temperaturas reduzcan el crecimiento económico y exacerben la inseguridad alimentaria. Los desastres naturales van a perturbar la actividad económica con una frecuencia cada vez mayor. Los fenómenos meteorológicos extremos pueden afectar las cadenas de suministro, crear escasez y dañar la infraestructura. Además, los costos de transporte pueden ser impactados incluso por la necesaria compensación de carbono.

Se ha comprobado que la integración económica regional ofrece oportunidades para la industria y para economías de escala, lo que promueve diversificación y genera dinamismo económico

Otro desafío inamovible es la fragmentación geopolítica. La intensificación de tensiones pueden llevar a restricciones comerciales y sanciones económicas. Al mismo tiempo, la competencia por materias primas y minerales críticos debe crecer, mientras que las inversiones directas considerarán, con más énfasis, las relaciones diplomáticas e el riesgo de conflictos políticos entre Estados soberanos.

Este escenario nos impulsa a reflexionar sobre la urgencia de promocionar una mayor integración regional en América Latina. Más allá de la fragmentación geopolítica, es una de las pocas regiones del mundo donde prevalece la paz como valor intrínseco. Consecuencia también de una región donde no hay insuperables odios étnicos ni religiosos. Una región con ventajas naturales que pueden transformar los desafíos mencionados en oportunidades para su inserción económica. Ojalá nuestros gobernantes, presentes y futuros, tengan la capacidad de identificar, en la integración regional, un instrumento útil para el desarrollo, sobretodo en un mundo convulsionado.

El autor es Doctor en Derecho Internacional (reflexiones presentadas en la Cátedra de Derecho de la Integración, Univ. de Buenos Aires, 07.11.2023)

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