El andamiaje westfaliano- construido en 1648 en base al monopolio del estado nación, soberanía territorial y laicidad- ya no refleja ni contiene la cotidianeidad de las relaciones humanas y sociales.
El mundo no deja de evolucionar y de transformarse. Se necesita una nueva gramática. Estamos en un punto de inflexión, pero no como momento; sino como proceso.
¿Si no hay un orden mundial, podemos al menos tener orden en el mundo?
Para ello es necesario algún tipo de gobernanza, lo cual no implica un gobierno mundial. Si en cambio se necesitan mecanismo de regulación del sistema internacional acordados y consensuados por la gran mayoría de los actores internacionales. Ello genera la necesaria legitimidad para que el sistema global sea funcional. Mecanismos de equilibrio que vayan más allá del simple equilibrio de poder, o great power competition.
Muchos de los más de 50 conflictos activos a la fecha son post-westfalianos: no hacen a lo inter-estatal, van más allá de la soberanía y son religiosos.
De acuerdo al Programa de Datos de Conflictos de Uppsala, había 55 conflictos activos en 2022.
En 2022 dos mil millones de personas- un cuarto de la población mundial- vivía en áreas en conflicto.
En la actualidad hay 108 millones de personas desplazadas forzosamente.
En el año 2022, los gastos militares globales ascendieron a dos mil millones de millones de dólares, frente a un presupuesto anual de seis mil quinientos millones de dólares para las Operaciones de Mantenimiento de la Paz de la ONU.
Nos abocamos a prestar atención a las consecuencias de los conflictos, no a sus causas.
A esto se suma el desafío del cambio climático; la barbarie que genera el recurso al terrorismo como instrumento de acción política; la violación del Derecho Internacional, la Carta de las Naciones Unidas y la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
No estamos en el umbral de la Tercera Guerra Mundial, ni en una nueva Guerra Fría, ni en un escenario multipolar. ¡Transitamos el laberinto del mundo, cual sonámbulos!
Marginamos la diplomacia y armamentizamos la respuesta.
La ONU no está cumpliendo con su papel de foro mundial generador de cooperación internacional, y los países más importantes y poderosos ven disminuida su capacidad de gerenciar las crisis
Se revive la eterna tensión dentro de la Organización de las Naciones Unidas: foro útil para resolver problemas o simplemente para expresar quejas.
Se reproduce un debate fundacional de las relaciones internacionales, que debe respondido en momentos de quiebre: ¿el poder es necesario?; ¿es suficiente? Por sobre todo, ¿que es poder en el siglo XXI?
El laberinto toma forma y nos encierra en su geografía borgeana:
…Estas adentro
y el alcázar abarca el universo
y no tiene ni anverso ni reverso
ni externo muro ni secreto centro…
Ni gobernanza global ni great power competition. Vamos a tener cada vez más crisis. Vamos a situaciones de mayor descontrol.
Los cambios son tan profundos y complejos, por lo que las decisiones que se tomen van a tener impacto en las próximas décadas.
Por eso es qué hay nuevamente un competencial entre los grandes poderes, por redefinir el contexto geopolítico.
Pero ninguno de ellos está en condición de hacerlo en este escenario de 193 países que buscan autonomía.
No es suficiente, ya que la actual agenda internacional se define también en término de desafíos globales: seguridad alimentaria, transición emerge, IA, migraciones, violencia transnacional, terrorismo…
Esto exige cooperación y coordinación internacional que no se da.
Nuestra tarea es dual: abordar los clásicos conflictos territoriales westfalianos -guerras clásicas de invasión y ocupación- al tiempo que desciframos los nuevos desafíos que ayer no existían y no forman parte de la lógica clásica: digital, climático, terrorismo, salud, demografía, …
Todo ello en un escenario que ya no responde al andamiaje institucional -Bretton Woods y Sistema de San Francisco- diseñado en un mundo bipolar de 51 estados.
En estos setenta y ocho años, el mundo tránsito la descolonización, la despolarización y la globalización.
Es así que la actualidad es muy distinta: 193 estados no necesariamente alineados en bloques, sino determinando sus intereses en relación al contexto.
Contexto variante, en tanto y en cuanto cada pueblo y cada nación lleva una carga de emoción colectiva que condiciona su propia percepción del mundo, así como la relación con el otro.
En paralelo hay un creciente empoderamiento de Nosotros El Pueblo -palabras iniciales de la Carta de la ONU- con consecuencias directas sobre la política internacional: convivencia de estructuras verticales y horizontales; así como jerárquicas y de solidaridad.
¿Como salir del laberinto?
Concluyo citando palabras del discurso del entonces Ministro de Relaciones Exteriores de Francia Dominique de Villepin, ante el Consejo de Seguridad el 14 de febrero de 2003:
…En todo caso, la unidad de la comunidad internacional seria la garantía de su eficacia. Asimismo, son las Naciones Unidas las que mañana seguirán, pase lo que pase, en el centro de la paz que hay que construir…
¿Utopía o salida del laberinto por arriba?
Nada es imposible, más la determinación de ruptura debe ser lo suficientemente fuerte como para alterar las ecuaciones.