“Hecha la ley, hecha la trampa”. Es casi un adagio de nuestro “ser nacional”. ¿Por qué vivimos en una cultura donde la informalidad es lo buscado y lo legal se impone, como algo de lo que si puedo zafar, mejor? ¿Por qué le escapamos al contrato?
En parte, porque no son tan tangibles ni conocidas las consecuencias reales de la no formalización de una relación entre dos partes. Sin embargo, está comprobado que la informalidad que da no tener el respaldo de documentos legales en la operación de una empresa, redunda en pérdida de tiempo, dinero y clientes, ineficiencia operativa y en relaciones comerciales y laborales conflictivas. Así y todo, ¿por qué siendo más de 16 millones de las pymes en Latinoamérica, más del 90 por ciento de ellas no tienen profesionalizada su gestión legal?
En Argentina en especial hay una expresión que repiten hasta el infinito los medios de comunicación, analistas de opinión, economistas, empresas, que es la famosa “inseguridad jurídica”. ¿Qué significa vivir en un país donde lo cotidiano parece ser el no cumplimiento de las promesas? Las principales consecuencias ya las vivimos en carne propia donde el país no transmite confianza para los inversores extranjeros, que temen que al poner un solo dólar en nuestro querido país, se licúe en impuestos, se confisque, se pierda, en resumen.
No es gratuito entonces ser un país que ha demostrado históricamente que no honra sus acuerdos. Y por eso no es para nada de extrañar, que nosotros como ciudadanos y ciudadanas, hayamos incorporado y naturalizado la informalidad, casi como mecanismo de supervivencia. Así es como estamos acostumbrados a escuchar que amigos, familia o conocidos tratan de escaparle a la norma. Y eso aplica a las organizaciones de las que formamos parte. Esto también se relaciona con la baja aplicación del famoso “castigo” por incumplir una ley.
Según Gartner, un abogado dedica entre el 25% y el 40% de su tiempo a trabajos no legales, lo que se traduce en una pérdida de productividad de 27 millones de dólares
Hay un dicho que enuncia que “la sociedad es un reflejo de sus líderes”. Latinoamérica es una región que está acostumbrada a la crisis política, social, económica y cultural. No importa la mirada personal en estos aspectos, pero estamos atravesados por unas grietas que nos impiden llegar a un consenso respecto al respeto por el otro y por la ley.
Acceso a la Justicia
Y en relación al famoso y consabido “acceso a la Justicia”, ¿qué podemos decir? Debemos reconocer que los servicios legales en muchas ocasiones no son accesibles, ni rápidos, así como también a los poderes judiciales aún les queda un largo trecho por recorrer en su camino a la transformación digitalización y a la incorporación de la tecnología en los procesos judiciales. De hecho, Latinoamérica es la región del mundo con menor desarrollo de soluciones LegalTech.
Mis colegas abogados merecen un capítulo aparte en este sentido, ya que están muchas veces “presos” del papeleo administrativo. Según Gartner, un abogado dedica entre el 25% y el 40% de su tiempo a trabajos no legales, lo que se traduce en una pérdida de productividad de 27 millones de dólares. La automatización de estas tareas, gracias a la tecnología, es la solución para esta encerrona.
Habiendo dicho esto, y retomando el inicio, ¿por qué la firma de contratos es vital? ¿De qué manera protege? Es ni más ni menos que la piedra fundacional de cualquier relación comercial. Aporta tranquilidad y previsión para todas las partes involucradas. Te da certidumbres (en un país donde la INcertidumbre reina): cuánto va a costar un producto o servicio, cuáles son las condiciones de prestación, cómo salir de esa relación y qué consecuencias tiene.
Hay un error generalizado de creer que un contrato “no se puede romper” pero es que los buenos contratos deben siempre contemplar mecanismos de salida para las partes
El principal beneficio y más evidente es algo muy simple: evitar sorpresas a futuro. Los términos de esa relación comercial o laboral están conversados y plasmados en un documento firmado por las partes, y no hay discusión sobre cuáles son las formas o mecanismos en relación a esa prestación. Hay un error generalizado de creer que un contrato “no se puede romper” pero es que los buenos contratos deben siempre contemplar mecanismos de salida para las partes.
Perjuicios de no firmar
Ya hablamos de los beneficios, ¿pero cuáles son los perjuicios que surgen por el hecho de no firmar un contrato? En términos económicos, puede ser catastrófico, las mismas estadísticas lo demuestran: según una investigación de la Asociación Internacional para la Gestión Comercial y de Contratos, la mala gestión de los contratos causa el 92% de las pérdidas de ingresos.
Los contratos, como ya dijimos, evitan dolores de cabeza en términos económicos, personales, emocionales, porque también previene fricciones que pueden darse entre las personas cuando los términos están conversados, pero no fijados en un documento.
En conclusión, reflexiono: ¿será que llevamos en los genes esta necesidad de ver “la trampita”, a ver cómo me escapo del cumplimiento de la norma? Yo creo que el ADN argentino es un maravilloso mix de muchos otros ADNs, hablando en todo sentido. Considero que tenemos todas las posibilidades de cambiarlo, pero se necesita de un trabajo profundo y conjunto de organizaciones y líderes en estas temáticas para concientizar respecto a la importancia de estos temas. Nos debemos un trabajo muy profundo y de raíz en materia educativa, que va más allá del contenido básico de lengua y matemáticas; preparar a los jóvenes de hoy para un futuro que está a la vuelta de la esquina. Un futuro que está atravesado por la tecnología, pero también por el respeto social y cultural que merecen estos cambios.
El autor es abogado y emprendedor LegalTech