Reader´s Digest, fundada en 1922 y creada por un matrimonio en su casa, se convirtió en la publicación más vendida de la historia que se edita unas cuatro veces al año ahora -tal como “¡Hola!” en España que tiene un éxito formidable y también en origen casero- con un estilo hasta entonces desconocido.
Durante mucho tiempo, el formato fue algo entre una revista y un librito de temas múltiples, cuyo propósito era sintetizar los libros importantes de cualquier época, de modo que no resultaba necesario -era la idea- leerlos completos. Y, aunque la idea resultaba tal vez discutible, era útil y algo parecido a un servicio cultural de fast reading que ofrecía información, curiosidad, tener un tema en las reuniones, probablemente, y funcionaba. Pero a la vez había vidas famosas, anécdotas, relatos de viajes y citas.
En la etapa más rígida y peligrosa de la guerra fría, cuando la posibilidad de una confrontación directa con la URSS era cada día más acuciante, Reader´s Digest fue -como se diría hoy en asuntos de arte- intervenida por la estrategia política con un fuerte anticomunismo. Claro, era asunto serio, hasta la frontera de la paranoia y un franco macartismo: en cualquier momento podían llegar los rusos y personas notorias engrosaban la lista de sospechosas por guardar simpatías por el enemigo.
Fueron censurados, espiados y perseguidos al punto de la prohibición de trabajar o hacer sus vidas que eran miradas por el ojo de la cerradura. Un tiempo de tensión extrema, donde Reader´s Digest no bajó la cantidad de ejemplares, es más se hizo mayor y a la vez internacional, al distribuirse en varios idiomas y países. No obstante, mantuvo siempre “La risa remedio infalible”, una sección de chistes, situaciones torpes, diálogos ridículos, frases cómicas, contestaciones de personajes célebres y veloces para la réplica mordaz. Era una de las zonas de mayor cantidad de lectores.
Vino a sucederme, y a un montón de gente también, que un programa de televisión dirigida por una conductora diferente y con gran encanto se inclinó a comentar y difundir imágenes de los candidatos que encabezan la segunda vuelta a lo largo de una campaña enconada y sucia. Pasa que pusieron mucho más en la crítica , la denuncia y el cruce de caminos decisivo para lo que vendrá, como pocas veces, en la Argentina maltratada, estafada, y atacada por gobernantes con una ayudita de sus amigos, que vienen a ser nosotros, sospecho.
Las declaraciones inexplicables, la imposibilidad pero lograda de ser una persona y otra en el mismo momento con la misma filiación, las entrevistas sin respuestas que mostraban la hilacha de manera tan absurda que todo lo declarado o balbuceado tenían la intención de ocultar sus propuestas o no tenían nada para decir fuera de las desternillantes mentiras y silencios.
Los discursos de ocasión sin pies ni cabeza, los tropiezos verbales, las caras sorprendidas como si fueran actores de una película de Monty Python liderada por la cabeza explosiva de Terry Gillian, el inglés (los otros eran norteamericanos).
Risa incontenible y purificadora. Fue lo que ocurrió. En varios momentos llegó a dolerme el diafragma por los sacudones de la risa desatada.
Poner al unísono a Massa estupefacto como si hubiera visto algo hipnótico, la boca abierta –los prensas explicaron que cuando Sergio tiene calor respira por la boca , ha, ha,ha, un explicación rarísima- y a Milei en primerísimo primer plano con un tic en la mejilla izquierda mientras contestaba una entrevista una y otra vez. La preocupación por la papada explicaba en imágenes y en palabras con recurso estético de maquillársela, no puede evitarse un viaje hasta el baño por aquello de, literalmente, mearse de risa.
¡Los videos y spots de campaña política, por favor! Aquí, la risa remedio infalible ofreció –gracias- una serie de nociones burdas, pueriles, quien sabe si dirigidas a gentes desprovistas de toda posibilidad de conocimiento y razón. Todo fue para reventar de risa, remedio infalible. Gracias Reader´s Digest por haber inventado la receta en el año de ñaupa: todavía tiene vigencia.
Hacer una compaginación, un compilado ágil de media hora, digamos, tendría un éxito gigante en cualquier streaming que anduviera por ahí. Es que las redes son como las de arrastre en otras redes, las de pesca, donde salen los grandes y los chicos, no se escapa nada. Las paridas de insultos de Javier pasarán a la historia y a las antologías. Las contradicciones manifiestas de Sergio que, sin embargo, mantienen en el candidato con posibilidades importantes –todo está muy parejo, se deja trascender– una actitud imperturbable que también es graciosísimo.
Hubo mucho más. Sergio, arriesgo, puede nadar entre los cocodrilos negros de agua salada, aunque es manifiesto que ha de sentirse cómodo en las reuniones chicas que en la gran exposición. Y Javier, no sé si con un deje de ingenuidad que lo empúan y saca con facilidad, es, a mí me lo parece, un intelectual: la idea de que solo la izquierda es patrimonio intelectual monopólico de la izquierda es falsa. Que no caigan bien al equipaje de ideas es otra cosa.
Se verá. Ya viene. Ahí no habrá lugar para tanta risa maravillosa.