La política es el mayor acto de flexibilidad que tiene el comportamiento humano. El cambio, el arrepentimiento y la traición son sus sentimientos permanentes. Por eso, en la construcción del poder, lo que hoy es blanco puede convertirse en negro al segundo siguiente. Y el que no lo entiende, lo sufre.
En septiembre de 2006, el sindicalista Inacio Lula Da Silva competía con el derechista Geraldo Alckmin para quedarse con la presidencia. Era un ballotage muy disputado y ninguno de ellos mostró piedad por el adversario en el debate previo a la elección.
“Mire a los ojos al pueblo y diga de dónde viene el dinero”, le pidió Alckmin a Lula ante millones de brasileños, haciéndole la crítica más cruenta vinculada a un escándalo de corrupción. El presidente que iba por su reelección la pasó mal en el debate, pero igual hizo una gran elección y venció a su rival por veinte puntos. Pasarían muchos años hasta de que se volvieran a encontrar.
El año pasado, y cuando Lula avizoraba una elección muy reñida contra Jair Bolsonaro, llamó a su histórico enemigo, Geraldo Alckmin, y le ofreció la vicepresidencia para que lo acompañe en la fórmula. No importó que fuera el gobernador de San Pablo preferido de los empresarios, ni que mantuviera sus ideas conservadoras ni que siguiera tan cercano al Opus Dei.
Los dos querían ganar y así lo hicieron. Vencieron a Bolsonaro por apenas dos puntos en el ballotage y se instalaron en el Planalto. Como si eso fuera poco, Lula le ofreció a Alkmin el poderoso Ministerio de Industria y Comercio. Y juntos siguen hasta ahora conduciendo el destino político y económico del Brasil. La política, como Dios, tiene caminos misteriosos.
No puede sorprender a nadie entonces que, estando la Argentina tan cerca de Brasil, sus candidatos presidenciales intenten jugadas de altísimo riesgo en un ballotage con un final cabeza a cabeza. Las encuestas, como las sensaciones, están repartidas.
Y no sorprende, especialmente, en el caso de Sergio Massa porque el candidato de Unión por la Patria tiene como asesores a dos de los consultores brasileños que trabajaron para Lula: el sociólogo paulista, Edinho Silva, y el experto en Comunicación, Otavio Antunes. De ellos, y de otros colaboradores surgió la idea de sumar dirigentes en el último tramo de la campaña. También adhirió a esa línea el politólogo catalán Antoni Gutiérrez Rubí.
A Massa le hubiera gustado encolumnar al gobernador cordobés, Juan Schiaretti, y a quien va a asumir como su sucesor, Martín Llaryora. Pero los dos prefirieron marcar límites al criticar el juicio político contra la Corte Suprema, que Cristina Kirchner motoriza en el Congreso, y ubicar al candidato mucho más cerca del kirchnerismo de lo que él hubiera querido en este tramo decisivo para el ballotage. Lo hicieron con posteos de Twitter casi simultáneos cuando Massa llegaba a Córdoba en plan electoral.
En 2018, Massa llegó a sacarse una foto con Schiaretti, Roberto Lavagna, Florencio Randazzo y el salteño Juan Manuel Urtubey. Era la imagen soñada del peronismo post kirchnerista, pero Cristina fue más convincente y se terminó llevando a Massa detrás de la fórmula que armó con Alberto Fernández. El resto es historia conocida: la de un éxito electoral y un fracaso de gestión.
Esta semana, Massa convenció a la familia Urtubey sobre la oportunidad de que lo acompañen. El ex gobernador, Juan Manuel, lo secundó en sus varios actos de campaña en Córdoba y en Santa Fe. Y el hermano José, uno de los empresarios más importantes de la Unión Industrial Argentina, declaró públicamente su respaldo total a la candidatura del ministro.
Los Urtubey no son los únicos que están hablando con Massa, pero son los primeros que apuestan a una victoria y a la posibilidad hoy difusa de una diferenciación entre el candidato y el kirchnerismo. Miguel Ángel Pichetto, Graciela Camaño, Florencio Randazzo y Emilio Monzó son algunos de los dirigentes con ADN peronista con los que Massa viene manteniendo diálogos de acercamiento. Por ahora, sin chances de acuerdos.
Camaño, que es un poco la madre política de Massa, tendrá un lugar en su esquema de poder si el ballotage lo corona triunfador. Pichetto está a la espera de una definición sobre el futuro (negro) de Juntos por el Cambio. Y Randazzo es un caso especial, porque ha sido enfático (y a veces lo reafirma a los gritos), en aclarar que no integrará ningún espacio del que siga formando parte Cristina o cualquiera de los dirigentes cercanos a la Vicepresidenta.
Es diferente el caso de Emilio Monzó. Se trata de un experto en armado político, sobre todo en el Congreso, que lideró la Cámara de Diputados durante el mandato de Mauricio Macri y Juntos por el Cambio pero que mantiene un diálogo fluido con Massa desde hace más de veinte años. Diálogo que jamás se interrumpió. Ni siquiera se cortó en estos meses definitorios de la campaña.
Monzó viene hablando en este tiempo con muchos legisladores y sostiene el propósito de armar un bloque de centro moderado. Allí confluyen entre 50 y 60 diputados que provienen del peronismo, algunos bloques provinciales, radicales cercanos a Gerardo Morales, a Martín Lousteau, y legisladores del PRO referenciados en Horacio Rodríguez Larreta. “Somos los diputados apátridas”, suele caracterizarlos el creativo Monzó.
Si el domingo 19 de noviembre resulta electo presidente Milei, estos legisladores conformarán un bloque opositor al armado que el libertario ensaye con el ultra macrismo y los radicales más cercanos a Alfredo Cornejo o al correntino Gustavo Valdés. Pero si el que triunfa en el ballotage es Massa, los apátridas saben que muchos de ellos terminarán absorbidos por el esquema de poder que rápidamente diseñará el nuevo presidente. Si Massa llega a la Casa Rosada, el centro moderado pasará a ser una ficción.
La columna de Massa y la lógica de Milei
Este miércoles, Massa publicó con su firma una columna en el Diario Clarín que su activo equipo de prensa se ocupó de difundir. “Del gobierno de unidad nacional a la unión nacional”, la tituló, e intentando rememorar el estilo doctrinario de Juan Domingo Perón allí destacó 14 máximas para su eventual gestión.
En todas domina la idea de la unión nacional, la confluencia de dirigentes “vengan de donde vengan”, el diálogo, los consensos, la concordia y el fin de la grieta. Y menciona expresamente a la UCR, al macrismo, al cordobesismo y a la izquierda como parte de una oposición “constructiva y responsable”.
En las últimas horas, los colaboradores más cercanos a Massa vaticinaban el pase inminente a sus filas de dirigentes opositores antes incluso del ballotage. “Van a pasar cosas”, prometían, usando un viejo latiguillo de Macri que con el tiempo se convirtió en meme.
Mientras tanto, Milei hace su propio juego. El libertario definió sus alianzas dos días después de conocidos los resultados de la primera vuelta, y restringiendo sus acuerdos a las figuras de Macri, de Patricia Bullrich, y de una decena de dirigentes de segunda línea, aunque contando con el apoyo implícito de gobernadores de la UCR, como el mendocino Cornejo o el correntino Valdés.
Y aunque ha moderado sus entrevistas periodísticas a raíz de los exabruptos cometidos en algunos de los reportajes, le concedió una atractiva charla al periodista y escritor peruano, Jaime Bayly.
Tan talentoso, como anti peronista y subyugado por la figura de Milei, Bayly le preguntó sobre dos cuestiones importantes. A la hora de definir a Massa, el libertario no dudó en volver a su estilo agresivo: “Yo lo percibo como el enemigo”, declaró, vinculándolo a la casta política que solía criticar y planteando una lógica excluyente para aquellos que no formen parte de su proyecto.
Si Massa es el motor de una coalición electoral a la Lula, Milei es todo lo contrario. Comprime sus alianzas en un círculo cerrado de pocos dirigentes, plantea la lógica populista de amigos y enemigos, y volvió hablar de candidatura incondicional para ponerle freno a las objeciones de Macri y de Bullrich a la dolarización y a la eliminación lisa y llana del Banco Central.
En cuanto al presidente actual del Brasil, Milei volvió a ser implacable: “No me reuniría con Lula como jefe de Estado porque es comunista y corrupto”, explicó sobre el presidente del principal socio regional y comercial de la Argentina. En esa línea, el Mercosur podría terminar siendo otra utopía latinoamericana.
De todos modos, Milei dio otro mensaje relacionado con Brasil. Fue cuando habló con Bayly de la posibilidad de un fraude en las elecciones. “Hubo irregularidades de semejante tamaño que ponen en duda el resultado” de la primera vuelta, planteó el candidato, arrojando una luz de sombra sobre la elección.
Preocupado por la maquinaria electoral del peronismo en toda la Argentina, Milei intenta armar un equipo de fiscalización mucho más eficiente que el que controló los resultados adversos de la primera vuelta. Macri le ha prometido ayuda, aunque el PRO cuenta con fiscales confiables solo en la Ciudad de Buenos Aires y en la primera sección electoral del conurbano bonaerense.
¿Tendrá Milei la intención de denunciar un fraude en su contra en caso de ser derrotado? Los antecedentes están a la vista. Donald Trump denunció un fraude nunca comprobado en la elección presidencial de EE.UU., y sus partidarios más fanáticos llegaron al límite del golpe de estado cuando invadieron el Capitolio y agredieron a quienes intentaron interrumpirles el paso. Algo parecido le sucedió a Jair Bolsonaro, que debió dar marcha atrás luego de que una horda de simpatizantes entrara en su nombre al Planalto provocando un cataclismo institucional.
La Argentina ha tenido varias crisis y muy profundas en esta democracia restaurada. Votó en medio de una hiperinflación y después de un estallido social. Votó agobiada por una pandemia y ahora lo hace en consonancia con un cuestionamiento impactante a la clase política.
Pero jamás hasta ahora se han cuestionado los resultados electorales. Sería lamentablemente el peor homenaje que pueda recibir un sistema que, justo esta semana, cumple cuarenta años sin haber llegado ni de cerca a la madurez.