Conversatorio constitucional a cuarenta años de la democracia

Un intercambio académico, desde el respetuoso disenso, sobre la vigencia y los pendientes del último período democrático

La solidez y las cuentas pendientes del sistema democrático, elegido por la mayoría de la sociedad argentina (ROBERTO ALMEIDA AVELEDO / ZUMA PRESS / CONTACTOPHO)

El próximo 10 de diciembre se cumplirán cuarenta años de la recuperación y plena vigencia de la joven democracia argentina. Los autores de esta nota somos profesores de derecho constitucional de la Facultad de Derecho de la UBA, y si bien tenemos puntos de vista muy diferentes en varias de las cuestiones que hacen a nuestra asignatura, tenemos la cordialidad y buen trato suficiente como para intercambiar en el marco del disenso armónico.

¿Cómo observamos a las democracias actuales?

Félix V. Lonigro: Las democracias actuales son iguales a las antiguas, es decir, constituyen regímenes políticos en los que cada habitante es titular del poder político que transfiere a los gobernantes para que conduzcan sus destinos. En ese contexto, las democracias son escenarios a través de los cuales se confiere ese poder por medio del sufragio, para que las autoridades gobiernen. De modo que, antes o ahora, las democracias no son mejores ni peores, porque no son ellas las que generan buenas o malas condiciones de vida para la gente, sino los gobernantes a los que la gente elije para que generan esas condiciones de bienestar. Ha sido desafortunada, a mi juicio, la frase de Alfonsín pronunciada en plena campaña electoral, en 1983, cuando decía que “con la democracia se come, se educa y se cura”. La democracia no está para eso, porque de eso se ocupan aquellos a los que elegimos gracias a la democracia.

Hoy, la democracia sigue brindándonos esa posibilidad de elegir bien, y no es ella la que está en deuda, sino los gobernantes y la gente que los vota. Lo que ocurre es que la democracia necesita nutrientes, y ellos son aportados por la educación cívica de los ciudadanos. Si ella escasea, se deteriora la calidad de la democracia.

Guido Risso: Desde hace tiempo las democracias liberales se vienen enfrentando a una crisis global de representación que se manifiesta por un creciente disconformismo social. Debemos entender que las crisis surgen cuando la estructura de un sistema que está pensado y diseñado para dar respuestas y soluciones, no da respuestas suficientes y resuelve menos problemas que los necesarios para su conservación, la cual se basa en la legitimación social.

Además, cuando la falta de soluciones persiste, se genera una acumulación de demandas, lo cual no solo acentúa el problema y expone la incapacidad de respuesta, sino que también agrava el proceso de desgaste del propio sistema. Ningún modelo de gobernanza puede funcionar razonablemente en un contexto social donde las demandas de millones de personas constantemente no encuentran ninguna respuesta favorable.

Esta situación conduce al desequilibrio de cualquier modelo político, al que conocemos como inestabilidad, que a su vez conduce indefectiblemente hacia a un estado de crisis. Es precisamente lo que observamos en toda nuestra América Latina y en gran parte de los países europeos, hasta en aquellos con más tradición constitucional, como por ejemplo Francia con los chalecos amarillos y las constantes protestas callejeras.

En definitiva esa incapacidad del sistema genera malestar, frustración y hasta enojo en los pueblos; es decir, deteriora todo vínculo y sentimiento de pertenencia a una comunidad, contaminando la confianza en la democracia misma.

Asuncion Presidencial de Raul Alfonsin, en el inicio del último período democrático

¿A qué se debe esta dificultad que señalan?

FVL: Las democracias siempre funcionan bien en la medida que cumplan con su objetivo: facilitar que la gente puede elegir a sus representantes. Pero si la sociedad tiene un alto nivel de incultura cívica, elegirá siempre mal y los gobernantes serán incompetentes o corruptos. Pero eso no es atribuible a la democracia misma, sino a la gente que en ella vota. Como decía Alberdi, la calidad de los gobernantes depende de la calidad de los gobernados. Liberemos a la democracia de responsabilidades que no tiene: las tienen los gobiernos y la gente que los elige.

GR: Lo primero que debemos decir es que ningún país es “naturalmente” democrático. Lo es porque así lo ha establecido, es decir, ha decidido ser democrático mediante la adopción del pertinente sistema político. Antes puede haber sido absolutista, autoritario, feudal, totalitario y ahora democrático.

Aquello que pretendo significar es que la historia genera fluctuaciones permanentes en los sistemas y los valores políticos. La mayoría de los países en el mundo son democráticos, pero muchos otros no lo son y es peligroso relativizar las autocracias o las dictaduras.

¿Qué balance hacemos en la coyuntura, en la que estamos cumpliendo cuarenta años desde el retorno de la democracia?

FVL: Creo que hemos internalizado las bondades de vivir en democracia, la cual nos ha dado varias oportunidades para elegir y cambiar gobernantes. Sin embargo no hemos sido muy felices a la hora de elegirlos, los cual nos hace responsables de nuestras propias elecciones. Al fin y al cabo, en democracia, los pueblos tienen los gobernantes que se les parecen.

Es como si la democracia hubiera dicho: “muchachos, les amplié el arco, les saqué al arquero, y siguieron errando los penales… bueno, qué más quieren que haga”. A cuarenta años de democracia, somos nosotros los que estamos en deuda con ella. Debemos fortalecer la cultura cívica y así generar una base electoral nutritiva de la que surgan gobernantes probos. Ojalá la democracia nos siga teniendo paciencia.

GR: Para analizar estos cuarenta años de democracia debemos pensarla desde los dos planos que componen a las democracias modernas. El primero es el plano formal y hace referencia a la democracia como un conjunto de procedimientos y de controles estipulados en garantía de la representación y del principio de mayoría. En cambio, el otro plano se denomina sustancial y remite al contenido de la democracia, a los derechos fundamentales, garantías y principios que la componen. Esta dimensión es importante porque se erige tanto como un sistema de límites normativos a cualquier tentación autoritaria por parte del poder de turno o de las mayorías coyunturales por sobre las minorías, como también en garantía de las libertades personales.

Entonces, en el primer plano, el procedimental, es decir desde los mecanismos y procedimientos legales para gestionar los procesos electivos, definitivamente hemos tenido éxito. Son cuarenta años ininterrumpidos de procesos electorales desarrollados en total sintonía con la Constitución y las leyes, lo cual es, en un país como Argentina que sufre crisis periódicas de todo tipo, un verdadero motivo para celebrar y destacar el funcionamiento de las instituciones que intervienen en los procesos electorales. Ahora si pasamos al otro plano, el de la democracia sustancial, que como dije antes se vincula con la esfera personal, tenemos mucho para corregir y repensar.

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