A propósito de los comunicados de la Cancillería argentina sobre la guerra Hamas-Israel

Las expresiones oficiales resultaron una simplificación cómoda de las complejidades que rodean en general a las guerras asimétricas entre estados democráticos y grupos terroristas

Imagen de los daños causados en el kibutz de Kfar Aza tras el ataque perpetrado en octubre por hombres armados de Hamás desde la Franja de Gaza, en el sur de Israel. (REUTERS/Evelyn Hockstein)

El último 7 de octubre, día de la escalofriante incursión armada de Hamas contra Israel, la Cancillería argentina emitió un comunicado de solidaridad con los israelíes y de repudio a las acciones homicidas del movimiento fundamentalista palestino. El mismo “deplora los ataques armados provenientes de la Franja de Gaza contra el sur de Israel”, “condena las acciones terroristas de Hamas” y “manifiesta su solidaridad con el pueblo israelí y expresa sus sentidas condolencias a los familiares de las víctimas”. Este comunicado de apoyo a Israel en el día más oscuro de su historia nacional tuvo una extensión de 449 palabras.

Luego, el 1 de noviembre, con la respuesta militar israelí ya materializada, la Cancillería de Santiago Cafiero emitió un comunicado en el cual condenó el ataque del ejército israelí contra posiciones de Hamas en Jabalia, Gaza, por las bajas civiles que ese golpe ocasionó. Aseguró que “nada justifica la violación del derecho humanitario internacional”, subrayó “la obligación de proteger a población civil en los conflictos armados”, afirmó que es “fundamental detener inmediatamente los ataques dirigidos contra la infraestructura civil” y recordó el voto favorable de la Argentina a la reciente resolución de la Asamblea General de las Naciones Unidas que pidió por “una tregua humanitaria inmediata, durable y sostenida”. Este comunicado de condena a Israel contó 2347 palabras.

Estas exhortaciones generales sobre protección de civiles en tiempos de guerra, resguardar infraestructura civil en zonas de ataque y llamados a ceses de fuego, son muy fáciles de pronunciar desde la segura distancia de la zona caliente de la guerra, y son una simplificación cómoda de las complejidades que rodean en general a las guerras asimétricas entre estados democráticos y grupos terroristas, y esta entre Hamas e Israel en particular. Este pronunciamiento omite mencionar varios hechos que resultan cruciales para evaluar adecuadamente la situación en el terreno. A saber:

Israel lleva semanas instando a la población civil gazatí a que se desplace hacia la zona sur de la Franja. Hamas ha intentado obstruir ese desplazamiento por medio de propaganda, bloqueos en los caminos y amenazas. Hamas ubicó sus cuarteles militares debajo del principal hospital de Gaza y lanzó miles de misiles incesantemente hacia población civil israelí en cercanía a -o directamente desde- instalaciones civiles palestinas tales como escuelas, mezquitas y oficinas de la ONU. En una entrevista del 27 de octubre, transmitida por la televisión rusa, el miembro del Buró Político de Hamás, Mousa Abu Marzouk, dijo que los túneles en Gaza fueron construidos para proteger a los combatientes de Hamás de los ataques aéreos, no a los civiles, y que era responsabilidad de Israel y de la ONU cuidarlos, no de Hamas, el poder en el gobierno en Gaza durante los últimos 16 años. Los soldados de Israel operan en un ambiente extremadamente desafiante y hacen lo humanamente posible por evitar hacer daño a civiles palestinos. Hamas, perversamente, busca lo contrario.

En tal coyuntura, estas lamentaciones diplomáticas puritanas y formales equivalen a hacerle el juego a Hamas, que sabe que Israel será culpado por su atroz decisión de usar a los gazatíes como escudos humanos. Tal como afirmó el premier israelí Benjamín Netanyahu: “La victoria sobre estos enemigos comienza con la claridad moral. Comienza conociendo la diferencia entre el bien y el mal, entre lo correcto y lo incorrecto. Significa hacer una distinción moral entre el asesinato deliberado de inocentes y las víctimas no intencionales que son el resultado inevitable incluso de la guerra más justa”. En términos prácticos, pedirle a Israel que se abstenga de defenderse en consideración de las potenciales y no intencionales bajas civiles gazatíes implica atarle las manos. Significa impedirle a Israel castigar a Hamas y disuadir a otros enemigos a imitar su accionar eventual. Las consecuencias de otorgar impunidad e inmunidad a Hamas serían catastróficas para la seguridad regional.

El canciller argentino, Santiago Cafiero. EFE/ Juan Ignacio Roncoroni

Como muestra de su desconexión intelectual de la comprensión de este conflicto, la Cancillería “recuerda que no puede haber una solución armada al conflicto israelo-palestino”. Esto, luego de que 3.000 terroristas de Hamas violentaran el territorio soberano de Israel y masacraran con un salvajismo inconcebible a 1400 personas, hirieran a miles y secuestraran a cerca de 240 en un solo día. Doscientos mil israelíes son hoy desplazados internos, la sociedad está traumada, su economía paralizada, y mientras su pueblo sigue identificando cuerpos calcinados debe lidiar con miles de misiles y morteros que surcan los cielos del país desde Gaza, el Líbano, Siria e incluso Yemen, forzando con frecuencia a millones de habitantes a buscar refugio. A esto se suma una furia antijudía global desatada por filogenocidas en todo el Medio Oriente y gran parte de Occidente. En esta atmósfera, llegan a Jerusalem variopintos comunicados oficiales de algunas cancillerías del mundo, los cuales van de lo hostil a lo despistado y de lo ignorante a lo descabellado. La Argentina K publicó el suyo.

El comunicado contiene un punto positivo. Es el renglón que pide por los rehenes, quienes, se afirma, “deben ser liberados de manera incondicional y sin dilación por parte de Hamas”. Al respecto cabe recordar que unos años atrás la actual vicepresidenta de la Nación selló con el gobierno de Irán (patrocinador de Hamas) un Memorando de Entendimiento. Ha de tener llegada a Teherán, sea de manera directa o por medio de sus compinches ideológicos en Cuba, Bolivia, Nicaragua y Venezuela. Podría interceder personalmente para asegurar la liberación, al menos, de los secuestrados argentinos y latinoamericanos.

El presidente, tan simpático con Moscú y Beijing (aliados de Irán), podría sumar sus propias gestiones. Y el canciller podría ir redactando su próximo comunicado, esta vez dirigido al liderazgo de Hamas, para exigirle que dé acceso a la Cruz Roja a comprobar el estado de los rehenes, que permita el desplazamiento de palestinos hacia el sur de la Franja, que evacúe sus lanzadoras de misiles de instalaciones civiles y que abandone sus escondites debajo de hospitales y mezquitas. Debería sugerir la tregua humanitaria a Ghazi Hamad, alto rango de Hamás, quien siete días antes del comunicado del Palacio San Martín dijo en un programa en la televisión libanesa que “el Diluvio de Al-Aqsa es apenas la primera vez, y habrá una segunda, una tercera, una cuarta…”. De paso, podría recordarle a Khaled Mashal, Ismail Hanyeh y los demás líderes de Hamas residentes prístinos en las distantes Doha o Teherán que, en sus palabras, “no puede haber una solución armada al conflicto israelo-palestino”.

Veamos que le responden.