Nada en la vida de Sergio Massa es producto de la casualidad. Y mucho menos la campaña con la que intenta convertirse en presidente a pesar de la inflación, la nafta y de la incertidumbre financiera. Si la mayoría de los candidatos estudia la estrategia de algún dirigente fuera del país, el ministro de Economía estudia dos: la del brasileño Lula Da Silva y la del español Pedro Sánchez.
Dos consultores, el sociólogo paulista Edinho Silva y el experto en Comunicación, Otavio Antunes, le transmitieron algunos consejos extraídos del ballotage que consagró a Lula otra vez presidente.
Y otro que ya es un conocido de la política argentina: el catalán Antoni Gutiérrez Rubí, quien trajo en su mochila las enseñanzas de dos campañas victoriosas. La de Juanma Moreno, el dirigente del Partido Popular que rompió la hegemonía socialista de cuatro décadas en Andalucía, y la de Pedro Sánchez, quien pasó de estar al borde del juicio político a una increíble resurrección electoral que los analistas españoles bautizaron como “la remontada”.
En estos días, “El Perro” Sánchez, como lo llaman en España por su capacidad para improvisar maniobras políticas y sacarse adversarios de encima, viene hilvanando acuerdos con dos de los espacios políticos más cuestionados de ese país. Los separatistas catalanes de Juntos (Junts), cuyo jefe es el dirigente prófugo de la Justicia española Carles Puigdemont, célebre por haberse fugado en el baúl de un coche tras el referéndum ilegal de 2017. Hombre afortunado, consiguió una banca de eurodiputado en Bruselas y la inmunidad para seguir libre siempre que no vuelva a España.
Sánchez negocia con Puigdemont la amnistía para todos los condenados de aquel desafío a la Constitución española, al mismo tiempo que intercambia favores con los vascos de EH Bildu, el partido que integran los ex integrantes y simpatizantes del movimiento terrorista ETA. Con ellos, el presidente de España está a punto de conseguir otra investidura para seguir en el poder algunos años más. Un sobreviviente de mil batallas.
En su campaña de remontada, Sánchez tomó dos decisiones clave. Demonizó al partido de ultraderecha Vox, agitando contra el retorno del fascismo. Y adelantó las elecciones presidenciales que se debían hacer a fin de año para el 23 de julio pasado, justo cuando la inmensa mayoría de los españoles se están yendo de vacaciones. Hubo polémica, reclamos y avalancha de votos por correo, pero el “Perro” consiguió su objetivo: perdió la elección por muy poco, lo suficiente como para armar otro gobierno.
La mención viene al caso ahora que Massa es objetado porque el fin de semana de la segunda vuelta, el 19 de septiembre, será fin de semana largo ya que el lunes 20 es el Día de la Soberanía. La Cámara Nacional Electoral hizo el pedido para que el feriado se traslade a la semana siguiente, pero el Gobierno ya lo rechazó.
Imposible. El equipo de campaña de Massa cree que quienes se vayan de finde extra large a algún lugar turístico no serán sus votantes. Por lo tanto, se va a votar el domingo 19 y los que quieran celebrarán la soberanía al día siguiente. El ministro de Economía esperar festejar su victoria y cuatro años de mandato.
De la remontada española de Sánchez, Massa también estudió la demonización de la ultraderecha. Por eso, no dudó en sacar a relucir los flancos débiles de su rival en el ballotage, el libertario Javier Milei. En las dos semanas previas a la primera vuelta de octubre, el ministro de Economía prefirió hablar muy poco de economía y fatigar otras cuestiones: lo atacó por su desprecio del Estado benefactor, por los vouchers para bajar el presupuesto de la educación pública, por el debate confuso sobre la donación de órganos y por la confrontación de Milei con el Papa Francisco.
La campaña del miedo y las ayudas subsidiadas del “Plan Platita” (en los trenes, en los colectivos y la rebaja por tres meses del impuesto a las Ganancias) fueron elementos claves en una estrategia que no eludió ninguna posibilidad de aprovechar las ventajas de ser Gobierno. Y no parece que Massa vaya a cambiar. Al desastre de la falta de combustible de último fin de semana lo combatió con una suspensión de los impuestos a las petroleras hasta febrero. Todo sea para que el aumento de las naftas que reclaman no sobrepase el 10% y empuje aún más a la inflación.
El respaldo de Mauricio Macri y de Patricia Bullrich, más el de algunas otras figuras menores que cosechó Milei, ubicó al libertario en un escalón electoral más competitivo. Ya no era la pulseada solitaria Massa versus Milei. El macrismo tomó la batuta comunicacional de La Libertad Avanza y, a través de sus dirigentes mediáticos, sus periodistas aliados y sus granjas de trolls, comenzó una contraofensiva con un eje conceptual bien claro: Massa es kirchnerismo y se quiere quedar por veinte años.
Ser neutral o votar en blanco por el rechazo a los dos candidatos pasó a considerarse una herejía en el fragor de la campaña para el ballotage. Si Massa había pasado de prometer “cárcel para los ñoquis de La Cámpora” a convertirse en el candidato inevitable de Cristina y el kirchnerismo, el macrismo más ultra pasaba ahora de “las ideas malas y peligrosas” de Milei a abrazarse sin pudor a las banderas libertarias.
La Argentina se ha convertido en un jardín de fanáticos que promueven a la misma persona que hasta hace un segundo detestaban. Martín Insaurralde y “Chocolate” Rigau pueden quedarse muy tranquilos. En semanas, nadie los va a recordar.
En la mesa chica que acompaña a Massa hay quienes temen que la dupla Milei-Macri pueda terminar ensanchando el campo para que el candidato opositor coseche más votos de los esperados. No es lo que opina Massa. “En un país en crisis, la gente quiere un presidente fuerte; no un dirigente fuerte que impulse a un presidente débil. Eso ya lo vimos”, les ha dicho a sus colaboradores. Nombra a Alberto Fernández sin nombrarlo. Fin de la discusión.
Día por día, los encuestadores y los analistas de campaña miden a Massa y a Milei para ver quién obtiene ventaja en cada circunstancia. El último lunes el examen se iba a dar en el Hotel Four Seasons, donde la DAIA (Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas) convocaba a los protagonistas de la política argentina para conmemorar el encuentro anual por la Paz en el Estado de Israel. Los asesinatos, las violaciones y las decapitaciones cometidas por los terroristas de Hamas parecían un motivo suficiente para que estuvieran los dos candidatos.
Pero estuvo Massa y Milei se ausentó, aunque envió a su candidata a canciller, la economista Diana Mondino. La foto conjunta de los candidatos pidiendo por la paz en Medio Oriente que todos esperaban no pudo ser. Se hizo presente también Patricia Bullrich y, como era de prever, no aparecieron ni el presidente Alberto Fernández ni el canciller Santiago Cafiero. Quizás por eso no sorprendió que este miércoles, la Cancillería argentina condenara la respuesta militar israelí sobre el territorio de Gaza, donde se refugian los jefes terroristas de Hamas.
“La crítica de la Cancillería hacia Israel es repudiable e injustificable”, reclamó el presidente de la DAIA, Jorge Knoblovits. El Gobierno argentino quedó alineado así con las posturas pro terroristas de Colombia, Chile y Bolivia, que llegó a la exageración de romper relaciones diplomáticas de Israel. Va a ser complicado para Massa si llega a ser presidente. La política exterior argentina será el primer campo de batalla contra las fantasías adolescentes de Cristina, investigada por la Justicia por el Pacto con Irán.
De todos modos, el ministro candidato del oficialismo cuenta todavía con las ventajas que le sigue dando el elenco opositor. Si no son las extravagancias de Milei en algunas entrevistas, aparece Mondino volviendo a meterse en el fango inconveniente del debate por la venta de órganos humanos, o la misma Patricia, habitualmente buena declarante pero que lo otorgó una gran oportunidad a la estrategia de Massa al hablar de la inevitabilidad de “un estallido”, escenario que asusta al electorado y que favoreció al candidato oficialista para que liderara la última elección.
Como Lula en Brasil y como “El Perro” Sánchez en España, Massa ajusta los últimos detalles de una estrategia en la que aprovecha todo y no desperdicia nada. No nombra a los dirigentes del extinto Juntos por el Cambio a los que podría convocar para “no quemarlos”. Pero habla con varios de ellos mucho más de lo que se sabe. Y mantiene el dogma de la campaña que jamás escribirá en un pizarrón: “Lejos de Cristina, pero más lejos de Alberto”.
A veces, su ansiedad lo puede y ensaya comedias innecesarias. Como ese acto con kirchneristas porteños que alguna vez fueron radicales, y le cantaban “Sergio Massa presidente, de la mano de Alfonsín”. Con Leandro Santoro, Leopoldo Moreau y Nito Artaza como actores de reparto, legitimando la trama farsesca del vodevil.
La Argentina es un país de sorpresas, qué duda cabe. La última de ellas será adivinar cuál será el verdadero Sergio Massa que se dará a conocer si los argentinos se animan a abrocharle el traje de presidente. Algo es seguro. Ya no podrá refugiarse detrás de la ceguera, de la ineficacia y del desatino de quienes fueron nada más que sus escaleras para subirse al poder.