Jugar al poder en serio

Los partidos políticos que no llegaron al balotaje deberían generar acuerdos con los que aún compiten

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Juntos por el Cambio se mantuvo unido hasta la derrota en las generales, después se desmembró (Franco Fafasuli)
Juntos por el Cambio se mantuvo unido hasta la derrota en las generales, después se desmembró (Franco Fafasuli)

El pasado 22 de octubre más de 27 millones de argentinas y argentinos concurrimos a las urnas para elegir nuevo presidente, senadores y diputados nacionales, además de cargos provinciales y locales en varias provincias y la Ciudad de Buenos Aires. Los resultados indican que deberemos concurrir nuevamente a votar el 19 de noviembre para definir presidente, dado que ninguna de las dos fórmulas logró imponerse en primera vuelta.

La segunda vuelta electoral está regulada en nuestra Constitución Nacional desde su reforma en 1994 y hasta el momento sólo ha sido utilizada una vez, en 2015, dado que en 2003 no llegó a implementarse por la renuncia de Carlos Menem, dejando paso a la consecuente presidencia de Néstor Kirchner.

Lo que nos interesa resaltar en estas líneas es que tenemos un andamiaje institucional preparado para dirimir comicios parejos, un sistema electoral robusto que nos permite tener elecciones competitivas y limpias, pero un sistema de partidos cada vez más fragmentado y una marcada escasez de dirigentes formados para comprender con madurez el desafío de formar gobierno en elecciones que derivan en balotaje.

Esta falta de costumbre hacia el uso de la segunda vuelta no deja de ser un desprendimiento de una reforma constitucional que pretendía atenuar el presidencialismo con la incorporación de nuevas instituciones, sin haber logrado el objetivo. La carencia de una cultura política en la búsqueda de acuerdos de gobernabilidad, que deberían ser la consecuencia directa del abordaje hacia un balotaje, ha quedado de manifiesto una vez más con las expresiones de numerosos dirigentes pertenecientes a fuerzas políticas perdedoras en la elección general.

En cualquier lugar del mundo donde hay sistema de segunda vuelta, los partidos políticos y sus dirigentes actúan alineados y buscan imponer a quien creen puede ser el posible ganador una serie de acuerdos tendientes a volcar su favoritismo y obtener de dicha negociación representación en el gobierno con el compromiso de cumplir con ciertos principios básicos de una plataforma electoral conjunta. Si su elección resulta perdedora, el establecimiento de acuerdos también les permite robustecer su rol de opositores.

La naturaleza implícita en un balotaje es la búsqueda por un lado de mayor nivel de legitimación popular de uno de los dos candidatos, pero además también de un mayor nivel de acuerdos programáticos en un sistema. Nadie pensaría en esta instancia si no buscara este funcionamiento del mismo. El caso curioso de la Argentina actual es que hasta el momento los dirigentes de sectores no ganadores que han definido postura, en su mayoría, no han manifestado preferencia por Massa o Milei. En otras palabras, en vez de posicionarse con inteligencia para darse una estrategia de poder que los tenga como protagonistas en el próximo gobierno (tanto sea en rol oficialista u opositor), optan por dejar de conducir el proceso y no definir hacia sus votantes un rumbo político de cara a la tercera semana de noviembre.

La coalición opositora no logró permanecer unido de cara al balotaje (Reuters)
La coalición opositora no logró permanecer unido de cara al balotaje (Reuters)

Sin lugar a dudas ningún dirigente es dueño del voto de los ciudadanos, pero la circunstancia de formar parte de un sistema de partidos que compulsa democráticamente por instalar un modelo de gobierno obliga a asumir una responsabilidad política y expresar el sentido de la voluntad política hacia la segunda vuelta.

Por lo menos, sobre cuáles serían las condiciones que podrían generar los acuerdos que fortalezcan las posiciones o bien en el caso inverso las condiciones que los bloquean. Pero ello no desde una “posición individualista o personal”, sino desde la misma fuerza política que asumió la responsabilidad de ir a una elección de cara a la sociedad y mediante sus órganos partidarios. Nada más ni nada menos que “institucionalmente”.

De las tres fuerzas políticas excluidas del balotaje, hasta el momento tenemos a Juntos por el Cambio brindando un espectáculo de contradicciones y descalificaciones a cielo abierto entre sus propios dirigentes; a Hacemos por Nuestro País aún sin definir postura y al Frente de Izquierda que anunció para los próximos días una asamblea con sus bases para tomar posición de cara al balotaje.

Sin desmerecer el voto de nadie, la fuerza política con poder de veto concreto en una elección tan pareja como la ocurrida es Juntos por el Cambio, que obtuvo más de seis millones de votos. Uno debería esperar que jueguen a la política en serio y busquen utilizar la segunda vuelta para imponer condiciones, pero lo que hasta el momento ocurre es que sus dirigentes han optado por una actitud infantil que cuando algo molestaba en el potrero, hacía que algunos agarren la pelota, se la llevan a su casa y terminado el partido.

Una estructura que obtuvo casi el 24% de los votos positivos elige desmembrarse de facto y renunciar a explorar grandes acuerdos de gobernabilidad. La herramienta que le permitiría al país salir de una situación que hace años no conduce a ningún lado no es utilizada para forjar las bases de una nueva Argentina.

Nuestro presidencialismo imperfecto con elementos de regímenes parlamentarios, sumado a la carencia de visión dirigencial está funcionando de hecho como un limitante de futuro para el país. Sin ir más lejos podemos observar el caso de Chile, donde Boric con una minoría de votos fue capaz de conformar gobierno, y en contraste tenemos en Argentina una minoría fuera de la discusión de poder de los próximos años jugando a la debilidad del próximo presidente en vez de aprovechar la oportunidad de tomar nuevamente centralidad y colaborar en la calidad de nuestro sistema democrático.

Si nuestra dirigencia no cambia la actitud y colabora en el fortalecimiento del sistema, comienza a pensar en un proyecto de país y no en suertes personales, no nos sorprendamos ante cada vez mayor ausentismo o descontento democrático. Si lo que tenemos para ofrecerle a la ciudadanía es esta imagen de partidos incluso centenarios, estamos en mayores problemas de los que pensamos.

El balotaje no tiene que ser una herramienta para escudarse de la responsabilidad en una identidad partidaria, sino para asumir el riesgo de buscar acuerdos desde esa identidad, acuerdos que sean públicos y a la luz del día. No es un mecanismo para inmovilizar e ir para atrás, sino para arriesgar e ir para adelante en búsqueda consensos. Porque justamente de eso se trata; la segunda vuelta está hecha para exigir al ganador y obligarlo a construir mayorías, no para debilitarlo. Paradójicamente en la Argentina de hoy el balotaje es una oportunidad hacia la unidad nacional.

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