El peligro de cambiar y de no hacerlo

La inteligencia artificial llegó para quedarse y va a movilizar indefectiblemente muchos de los pilares de nuestra sociedad. El desafío de adaptarse a la transformación

El ChatGPT, una de las herramientas que cada vez está más instalada en la sociedad

Douglas Adams, autor del célebre libro The Hitchhiker’s Guide to the Galaxy propuso una definición de “tecnología“ basada en tres máximas:

- Todo lo que ya existía cuando naciste es normal y común, y simplemente es una parte natural de cómo funciona el mundo

- Todo lo que se inventa entre tus 15 y tus 35 años es nuevo, emocionante y revolucionario y algo a lo que quizá podrías dedicar tu carrera

- Todo lo que se crea después de cumplir 35 años, ¡va contra el orden natural de las cosas!

La IA generativa y conversacional va a movilizar indefectiblemente muchos de los pilares de nuestra sociedad, como el trabajo, la educación, la salud y la política. Y, como simpáticamente describe Adams, a medida que se aceleran los cambios, más aspectos del mundo presente pasan a ser naturales para los jóvenes, pero perturbadores e incómodos para los mayores, que aún estamos a cargo del funcionamiento de esos pilares.

Una manera clara de apreciar esta ruptura es que nos preguntemos cuán seguido nos pasaba a quienes hoy somos adultos, que nuestros padres nos pidieran ayuda cuando éramos chicos. No nos referimos a ayuda del tipo de hacer una compra o lavar los platos, sino a estar en una situación en la que nosotros supiéramos más. ¿Y ahora, cuán seguido dependemos nosotros del auxilio de nuestros hijos en temas tecnológicos?

Quizás una de las áreas que se ve más sacudida en el nuevo contexto es la educación. En un entorno estable, como el que nos ha acompañado la segunda mitad del siglo XX, la educación se construyó sobre una asimetría de conocimiento entre los que sabían mucho y enseñaban, y los que sabían poco y aprendían. En el aula, salvo contadas excepciones, los expertos son adultos y los aprendices niños. Algunos aspectos estructurales y arquitectónicos de la organización del aula, como la disposición de los bancos mirando al frente, desde donde un docente imparte el saber que los demás no tienen, reflejan y promueven este flujo unidireccional de información. Este principio, en apariencia tan natural, puede quedar en jaque cuando el objeto de estudio cambia día a día.

La IA llegó para quedarse y el desafío es adaptarse a los cambios que propone

La llegada de la tecnología y su consecuente redistribución de conocimiento entre generaciones no es la única fuente que interpela a un sistema unidireccional de educación. Una segunda fuerza viene de avances sociales que han revisado la relación de la autoridad en toda la sociedad, y en particular en el aula: recordemos que apenas un par de generaciones atrás, por absurdo que hoy nos parezca, el castigo físico a los niños era una práctica común tanto en las casas como en las escuelas. Era fácil conseguir que hubiera silencio en el aula cuando las consecuencias de la indisciplina eran recibir un reglazo.

Como padres, como educadores, y como parte activa de la sociedad, nos enfrentamos ya hace tiempo al desafío de construir bases nuevas para la autoridad. Y, a fin de cuentas, el recurso que está en el corazón de esta disputa es la atención. Uno de los asuntos más difíciles de resolver para cualquier maestro es que un grupo numeroso de niños “ceda” su atención de manera sostenida. Que no hablen, lancen objetos, se sumerjan en sueños o para, introducir el elemento crítico que nos incumbe, enciendan su teléfono en el que se han descargado un buen número de aplicaciones que compiten con el docente y tienen una ventaja descomunal para atraer la atención de los chicos. La atención, a su vez, está intrínsecamente ligada con la motivación.

Pese a todas estas consideraciones, en un mundo que ha cambiado vertiginosamente en pocos años, el funcionamiento de una clase hoy no es muy distinto al del siglo pasado. Esto es fuente de queja recurrente, porque el sentido común sugiere que la educación debería seguir el ritmo de cambio del mundo. Y si bien esa idea tiene sentido, debemos tomarla con cierto cuidado: sumarse imprudentemente a la ola del cambio y adoptar cada moda que emerge sin pensar los riesgos que esto puede implicar, lleva a una posición inestable e ineficiente tanto como quedarse en el otro extremo y permanecer completamente inmóviles.

Pero la decisión de no cambiar también tiene riesgos que la resistencia al cambio y la inercia nos llevan con frecuencia a pasar por alto. Y, probablemente, esa indecisión continúe ampliando la brecha entre las habilidades que requiera de nosotros el futuro y aquellas en las que nos entrena nuestro sistema educativo presente. La virtud está en algún punto medio, el de decidir qué cambios hay que hacer y cuáles hay que ignorar, identificando los riesgos y ventajas de cada una de estas opciones.

Rigidez, elasticidad y plasticidad

En un escenario tan volátil es imposible predecir de manera detallada cómo cambiarán nuestra vida y nuestro mundo. Pero podemos al menos identificar algunos principios generales que nos orienten en este embrollo usando la siguiente analogía: algunos materiales, los rígidos, no cambian su estructura interna cuando reciben una fuerza. Si se les aplica demasiada fuerza, se rompen. Otros, los elásticos, se deforman, pero luego recuperan su forma original tan pronto cesa ese estímulo externo. Por último, los materiales plásticos, como la arcilla, adquieren una nueva forma y la mantienen aun cuando la fuerza desaparece.

Podemos ahora extrapolar cada una de estas respuestas a las transformaciones sociales. Veámoslo en un ejemplo: durante la pandemia, se produjeron cambios radicales en muchas instituciones. Pero gran parte de esas modificaciones desaparecieron tan pronto como se redujo la presión impuesta por el riesgo de contagio. Fuimos más elásticos que plásticos. Este ejemplo, sin embargo, nos presenta una diferencia sustancial con respecto al impacto que puede tener la tecnología sobre la sociedad: la presión ejercida por la pandemia fue transitoria. La que nos impone la IA, en cambio, ha llegado para quedarse.

Sigamos con nuestra analogía. Muchos materiales pueden aguantar grandes fuerzas si estas se aplican progresivamente (como una goma elástica o un músculo) pero se parten si esa fuerza se aplica de manera demasiado brusca y veloz. En estos contextos, los sistemas plásticos resultan menos frágiles. Este parece ser el caso que aquí nos interesa: el advenimiento de la IA no será suave ni progresivo y ejercerá una fuerza abrupta en todas las aristas de la sociedad. Por supuesto que esto es solo una metáfora. La sociedad no es un resorte, ni un cuerpo rígido, ni una masa de plastilina. Pero estos conceptos nos ayudan a comprender transformaciones más complejas que, de otra forma, serían muy difíciles de conceptualizar.

Es importante recordar que muchas de las instituciones fundamentales, como el sistema legal, fueron intencionalmente constituidas con una buena dosis de rigidez, para proporcionar estabilidad en aspectos clave de nuestras sociedades. Esta rigidez las hace menos volátiles, pero, por la misma razón, les da una gran inercia que les dificulta adaptarse a cambios abruptos de contexto como el de la transformación tecnológica de la IA. Es muy probable que seamos testigos, o protagonistas, de esta tensión en el futuro: un elefante pesado en medio de una tormenta que requiere gran agilidad.