Tras décadas de turbulencias y crisis económicas, el país se encuentra nuevamente en una suerte de encrucijada dominada por el desasosiego social y desteñidas esperanzas.
Esto ocurre, entre otras cosas, porque la evolución económica no ha sido la mejor posible, incluso, ni siquiera mediocre. Así, al menos, lo reflejan las estadísticas internacionales publicadas por el Banco Mundial. Si comparamos las cifras del Producto Bruto Interno (PBI) per cápita entre 1995 y 2018, el de la Argentina creció 31% mientras el promedio de la totalidad de países lo hizo un 66%. Cuando examinamos los PBI por persona empleada, los datos son del 13% y el 64% respectivamente.
No sólo el PBI per cápita aumentó la mitad que el mundial, impulsado básicamente por los países asiáticos, sino que la productividad media agregada global, aproximada por el PIB por persona ocupada, creció 4,8 veces la de nuestro país.
Esta evolución indica que, entre aquella fecha en que se había consolidado un programa de reformas estructurales en el país y el dato más reciente disponible para este análisis, los indicadores tuvieron un desmejoramiento relativo notable.
Una de las cuestiones que podríamos señalar como responsables, es la evolución de los stocks de capital, factores utilizados en la producción (PIB). Es posible que la mala performance se deba a que estos stocks no estuvieron a la altura de la necesidades productivas del país.
Al examinar los datos, sin embargo, nos encontramos con una respuesta diferente. La evolución de la relación entre PBI y capital físico, por ejemplo, cae un 11% entre puntas, o si se lo quiere ver desde otro punto de vista, el stock de capital físico por unidad de PBI aumentó un 12%. Si tomamos el capital humano, encontramos algo similar: el cociente entre PBI y el stock cae 27% o, lo que es equivalente, este último crece por unidad de producto un 36%.
Ambas relaciones son consistentes con lo señalado: la Argentina se hizo menos productiva entre 1995 y 2018; esto es, se desperdició capital físico y humano obteniendo cada vez menos rendimiento de cada uno.
Ahora bien, uno podría pensar que esto se puede deber a un uso más intensivo del capital natural (renovable y no renovable). Sin embargo, también este ha sufrido las inclemencias de las malas decisiones económicas: la relación entre PBI y este stock se desplomó un 78%.
La Argentina se hizo menos productiva entre 1995 y 2018; esto es, se desperdició capital físico y humano obteniendo cada vez menos rendimiento de cada uno
En síntesis, si tomamos la totalidad del stock de capital que dispuso el país y lo comparamos con su PBI, se puede estimar que su productividad media cae 19% entre puntas. Por lo tanto, no ha sido tanto un problema de acumulación de stocks de capital lo que afectó el crecimiento económico, sino que las explicaciones deberían buscarse más bien por una caída en su productividad, que puede pensarse como una pérdida sistemática de la eficiencia de la economía.
Si el problema entonces podría haber radicado en esta cuestión, con todas las limitaciones que implica trabajar con estimaciones agregadas, entre otros factores, una cuestión inmediata es ver si podemos identificar algunos momentos que sean relevantes para comprender esta dinámica.
Entre 1998 y 2001 la eficiencia del capital cae por el aumento del desempleo cíclico de una economía dominada por la crisis macroeconómica. Ahora bien, a partir de 2002, solo los años 2010, 2015 y 2017 muestran recuperaciones, mientras todos los demás años muestran caídas en la productividad media. El máximo de la serie de esta variable se alcanza en 2005 y el mínimo en 2018.
Entonces, si se deja de lado la caída y recuperación producto de la profunda crisis de fin de siglo XX, el país estuvo sujeto a un proceso de persistente pérdida de eficiencia en el uso de su capital, tanto físico, como humano y natural. Dos ejemplos valen como prueba: la fuga de cerebros y la baja tasa de inversión bruta física.
Esta lamentable historia tiene una contracara positiva. Una buena gestión que ordene los incentivos económicos permitiría una recuperación a muy buen ritmo y, por ende, de la remuneración de los factores: salarios reales, ganancias empresarias, intereses del capital y renta de los recursos naturales. Esto constituye, a su vez, un posible inicio de un círculo positivo de crecimiento con baja inflación. La cuestión es que dicho programa esté a la altura de las circunstancias.
El autor es director del Instituto de Investigación en Ciencias Económicas y Empresariales de la Universidad del Salvador (USAL)